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Tres jóvenes que combatieron por la liberación

El 15 de junio de 1940, Francia fue invadida y ocupada por las tropas de asalto de Hitler en alianza con el gobierno colaboracionista de Petain.  A los pocos días, el General Charles de Gaulle realizó desde Londres el llamado a la resistencia, que significó la unión de militares, políticos, agricultores, intelectuales, obreros y gente común para enfrentar al invasor y reconquistar la República. A partir de allí, muchos acudieron al llamado de lucha contra el invasor Nazi y los colaboracionistas franceses. Tal fue el caso de Maurice Krieger, empleado de una aseguradora y de los escritores Saint-Exupéry y Romain Gary, que a riesgo de sus vidas se plegaron a la Francia Combatiente. Tres jóvenes, entre tantos otros, que se convirtieron en héroes de la Liberación.

Antoine de Saint-Exupéry se unió como voluntario al ejército francés en plena avanzada del ejército alemán, actuando como piloto de reconocimiento. Saint-Exupéry escribe en su log-book sobre la responsabilidad de resistir y combatir para brindar esperanza a los otros: “Estamos a fines de Mayo, en plena retirada, en pleno desastre. Todo está en suspenso. Todo está perdido. Claro que estamos vencidos. Pero yo continúo experimentando la tranquilidad de un vencedor ¿Que son contradictorias mis palabras? Me río de las palabras. No dispongo de ningún lenguaje para justificar mi sentir victorioso, pues me siento responsable. Nadie puede sentirse a la vez responsable y desesperado”.

El coraje y las reflexiones de este piloto vaticinan lo que sucederá en adelante, el reagrupamiento de los patriotas franceses que darán la pelea al invasor, de allí que dijera en medio de la retirada: “La derrota, a pesar de su fealdad, en ocasiones puede revelarse como el único camino hacia la resurrección. Yo se bien que para crear un árbol se condena a una semilla a pudrirse. El primer acto de resistencia, si llega demasiado tarde, es siempre perdedor, pero significa el despertar de una resistencia victoriosa, un árbol saldrá de él como de una semilla”.

El 31 de julio de 1944, durante un vuelo de reconocimiento sobre la Francia ocupada, fue abatido por un caza alemán y se precipitó al mar a escasos kilómetros del puerto de Saint-Raphael en el sur de Francia, sus libros El pequeño Príncipe, Vuelo nocturno, Piloto de guerra y Ciudadela, lo mantienen vivo en nuestros pensamientos.

Al igual que otros jóvenes patriotas franceses, Romain Gary ofreció su vida a Francia al unirse a la Royal Air Force (RAF) y participar en los combates aéreos contra el invasor Nazi.  Romain Gary formó parte de los pilotos del Grupo Bombardero Lorrain, excelente unidad de la Fuerza Aérea francesa, destinada a misiones de asalto y bombardeo a baja altitud. El grupo utilizó un avión muy versátil, el Douglas A20, un bombardero de asalto comúnmente llamado «Boston» por los pilotos de la RAF, que protagonizó junto a Gary más de cien misiones de combate.

Honrado con las mas altas condecoraciones de guerra, en las memorias del grupo Lorrain se encuentran expresiones sobre la valerosa actuación de Gary: «Varias veces herido en combate, demostró excelencia, energía y valor en todas las circunstancias que se presentaron durante las misiones de bombardeos en el frente occidental”.

Gary, que después de la guerra recibiría en dos oportunidades el Premio Goncourt, no cesó de escribir en las horas de descanso cada vez que retornaba a su base. Estas reflexiones las garabateó en su diario antes de embarcarse en su primera misión de combate: “Desde muy joven, he luchado contra tres dioses. En primer lugar está el dios de la estupidez, su truco favorito es el de reclutar a grandes hombres para asegurarse de nuestra propia destrucción.

Tenemos también al dios de las verdades absolutas. Cada vez que mata, tortura y oprime en nombre de una verdad religiosa, política o moral, la mitad de la humanidad le lame emocionada sus botas. Se divierte mucho, aun a sabiendas que no existen las verdades absolutas, el sabe que son tan sólo un medio para reducirnos a la servidumbre

También está el dios de la mezquindad, del prejuicio, del desprecio, del odio – al grito de sucio estadounidense, sucio árabe, sucio judío, sucio ruso, chino sucio, sucio negro – es un maravilloso organizador de los movimientos de masas, de guerras, linchamientos y persecuciones. Es hábil con la dialéctica, padre de todas las ideologías, inquisidor y amante de la guerra santa. A pesar de su pelo sarnoso, de su cabeza de hiena y sus pequeñas piernas torcidas, es uno de los dioses más poderosos y de los más celosos guardianes de la Tierra, que nos pertenece, pero que nos la disputa con astucia y habilidad.

Hay otros dioses, más misteriosos y sospechosos, más insidiosos y ocultos, difíciles de identificar, sus cohortes son numerosas y numerosos sus cómplices entre nosotros. Mi madre los conocía bien y por eso vivió presa de tantos sufrimientos. De noche, presionando mi cabeza contra su pecho, en voz baja me prevenía de estos sátrapas que señorean en el mundo. Poco a poco, los fui identificando y  familiarizándome con estos seres grotescos. Mi madre fue uno de sus juguetes favoritos, por eso desde una edad muy joven, me había prometido a mí mismo liberarme de la servidumbre de esta calaña. Somos viejos enemigos y esta es mi lucha y la quiero entablar desde hoy, contra esos dioses absurdos y ebrios de poder que se creen dueños del mundo.  Mi avión es mi espada. No cesaré mi combate y no volveré a casa hasta  haber restituido la honorabilidad de los que vivimos en esta tierra que amamos …se lo prometí a mi madre”.

Al terminar la guerra y debido a sus servicios excepcionales por la liberación de Francia, fue invitado a formar parte del servicio diplomático, en el que se distinguió como embajador y representante de Francia ante organismos internacionales. Sus libros, La promesa del amanecer, Las raíces del cielo, El gran bestiario y Educación europea, entre otros, se convirtieron en best sellers mundiales.

El árbol nacido de la semilla de la resistencia dio sus frutos. El 25 de agosto de 1944, el día de la liberación de París, los franceses conocieron a Maurice Kriegel, alias Valrimont (1914-2006), comandante del Comité d’action militaire (Comac), brazo armado del Mouvements unis de la Résistance (MUR).  Este joven abogado, trabajaba como empleado en una compañía de seguros antes de unirse al movimiento patriótico, un hombre común que de la noche a la mañana decidió cambiar su destino y el de su país, convirtiéndose en combatiente y héroe de la liberación de Francia.  Fue motivado
a engrosar las filas de la France Combattant por un humilde profesor de geografía, Raymond
 Samuel y su esposa Lucie, ambos cobijados bajo el alias Aubrac, quienes fueron los inspiradores de la Resistencia.

En 1940, se organizaron las primeras redes con la participación de “intelectuales, maestros, periodistas, personal de museos, galeristas, bomberos, mesoneros, mecánicos, peluqueras, convirtiéndose de un día para otro en personas de acción o en combatientes”, escribe Agnès Humbert en su libro Résistance. Los esposos Samuels se convirtieron en 
un mito en la región meridional de Francia, debido a sus acciones militares temerarias durante la ocupación, además de ser personas del círculo de confianza de Jean Moulin y Charles de Gaulle.

Después de la liberación, en 1946, Kriegel ejerció la vicepresidencia de la Alta Corte de Justicia y le tocó enjuiciar a los colaboracionistas del régimen y a todos los que traicionaron a Francia, llegando al asco al constatar que solo uno de los cientos de jueces de los tribunales franceses se había negado a acatar los dictados del régimen apátrida de Vichy durante la ocupación.

Execrado del Partido Comunista francés, partido en el que había militado desde su juventud, debido a sus críticas luego de enterarse del informe Khrushchev en 1956, sobre los horrores del estalinismo, a finales de los años sesenta lideró una cruzada contra la ocupación soviética de Checoeslovaquia, entre otras acciones contra los totalitarismos y en defensa de la democracia. En tiempos recientes, sus críticas apuntaron por igual al anquilosamiento y la corrupción de los políticos y de cómo Francia había perdido “su fuerza motriz”, esa que llevó a su generación a luchar por el restablecimiento de los valores republicanos. Lo extraordinario es que Kriegel, desde el mismo día de la liberación y hasta sus últimos días, continuó portando el estandarte de la dignidad y de la honestidad política e intelectual, luchando por sus valores y por su país.

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