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Trump es Trump

Cada vez que he escrito sobre el presidente Trump alguien me contesta aduciendo que el muro anti-mexicano lo comenzó a construir Obama. O que el proyecto de desconectar a los EE UU de la globalización por medio del desconocimiento de tratados internacionales ya era una propuesta de los propios izquierdistas. O que es necesario relocalizar una gran parte del capital volátil que anda dando vueltas a lo largo y ancho del mundo. O que las relaciones bilaterales son más confiables que las colectivas. O que desligar el destino de USA del de Europa es una acción justificada ya que todos los deberes los asumen los EE UU mientras los europeos se hacen los lindos asumiendo solo los derechos.

E incluso –agregan- si se toma en cuenta que los ejércitos del ISIS son uno de los principales enemigos de las naciones occidentales, una alianza militar con la Rusia de Putin se encontraría plenamente justificada desde un punto de vista geo-militar.

Y bien: pensando con objetividad, creo que mis críticos tienen en esos, como en otros puntos, cierta razón.

Pienso por ese mismo motivo que quienes comparan a Trump con Hitler exageran. Comparar al presidente de un país democrático, no solo a Trump, a cualquier mandatario occidental con Hitler, es un abuso historiográfico. Y lo peor: eso lleva a minimizar e incluso a relativizar la maldad de Hitler.

Hitler no era un demonio, escribió Benedicto XVl. Y agregaba: lamentablemente era un ser humano, una muestra de lo que el humano puede llegar a ser cuando da las espaldas a Dios. Sin embargo, si Hitler no era un demonio –podríamos pensar siguiendo al gran teólogo- era al menos un ser demonizado. Un pobre diablo si se quiere, pero con el poder suficiente para convertir al planeta en un infierno.

No sabemos todavía si Trump podría llegar a hacer algo parecido a lo que hizo Hitler. Pero no lo ha hecho, y mientras no lo haga no tenemos el derecho a pre-juzgarlo. Ni a él ni a nadie.

Claro está, cuando uno lee no lo que dice, sino como lo dice Trump, cuando lo oímos  insultar con tanto odio a los mexicanos, cuando se refiere obscenamente a las mujeres, cuando despliega su terible incontinencia verbal contra quien lo contradiga, es inevitable pensar que si bien Trump no es Hitler, bien podría serlo si él no fuera el gobernante de un país en el cual rige una estricta división de poderes, una tradición republicana y democrática, y sobre todo, el dictado irrebatible de la letra constitucional.

– Hay que atenerse no a las formas sino a los contenidos– afirman quienes cifran espectativas positivas en el presidente Trump. El detalle del problema es que las formas en política no pueden ser separadas de sus contenidos.

Poner en forma política a un conflicto significa no ponerlo en forma belicista del mismo modo como poner en forma artística a un tema no significa ponerlo en forma artesanal. No podemos decir, por ejemplo: estoy de acuerdo con el contenido de la Gioconda, pero no me agrada su forma. La forma de la Gioconda es la Gioconda.

Saber “guardar las formas” es saber guardar el sentido de la actividad que realizamos. Y Trump, definitivamente, no las guarda. Pero estigmatizarlo y condenarlo a priori por todo lo que diga o haga, tampoco es cuidar las formas. Sobre todo si observamos que entre la política internacional de Trump y la de Obama no solo se observan rupturas sino, además, algunas líneas de continuidad.

Por supuesto, nadie está pidiendo a Trump que sea como Obama (la clase no se adquiere: se tiene o no se tiene). Sin embargo, hay indicios que señalan como en el plano internacional, Trump ha mostrado disposiciones que si bien endurecen, no contradicen, más bien continúan a la política de Obama. Por cierto, es demasiado temprano para extraer conlusiones definitivas, pero ya hay cuatro ejemplos muy interesantes:

  • 1) El ministro de defensa norteamericano James Mattis aseguró el 10.02 que “el compromiso de EE UU con la NATO es inquebrantable”. La declaración no debe haber gustado a Putin quien cifraba esperanzas si no en la desaparición, por lo menos en el debilitamiento de una NATO cuya única función por el momento es proteger a Europa de Rusia. Mattis solo exigió en un lenguaje duro lo mismo que venía exigiendo con más cortesía Obama: que Europa asuma un mayor compromiso en sus obligaciones militares. El gobierno alemán al menos, ya lo entendió y se apresta a hacerlo.
  • 2) Trump exigió el 15.02 en términos directos a Rusia que devuelva Crimea a Ucrania. Al leer esa noticia, Putin debe haber pensado que quizás se equivocó al hackear solo a Clinton y no a Trump.
  • 3) Trump se expresó criticamente con respecto a la ampliación de los asentamientos impulsados por Israel en Palestina usando terminos que podrían haber sido los de Obama. “No soy alguien que piensa que la expansión de las colonias (de Israel) sea bueno para la paz” (10.02). El exagerado intercambio de amabilidades entre Natanyahu y Trump en el encuentro que ambos sostuvieron en Washington (15.02) no logró ocultar que el desacuerdo básico en torno al reconocimiento del estado palestino mantenido con Obama, perdura con Trump.
  • 4) Trump dio curso al material que preparó la administración Obama en contra del vicepresidente de Venezuela, Tarek El Aissami, congelando los millonarios activos que posee el sórdido personaje en USA. ¿Una respuesta indirecta a Putin por su creciente injerencia en asuntos latinoamericanos, sobre todo en Cuba y Venezuela? Puede ser.

Definitivamente Trump no es Hitler. Tampoco es Obama. Trump es Trump y las de-formaciones anti-políticas que caracterizan al recién elegido presidente no dejan por eso mismo de preocupar. Tarea de los consejeros de Trump será llevar la política, por lo menos la internacional, al lenguaje que corresponde. Pues, al fin y al cabo, la política es su lenguaje. Y si Trump un día aprende a hablar en político, puede ser que al final su mandato no sea el apocalipsis que en algun momento imaginamos.

Quizás vale la pena esperar un breve tiempo antes de lanzar un juicio más perentorio sobre el insólito mandatario.

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