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Umberto Eco, la levedad del ser

El día en que conocí a Eco, por allá a comienzos de los noventa del siglo XX, en los pasillos majestuosos del rectorado de la Universidad de Los Andes, Mérida, era un día nublado, tenso, como el que describe Eco en su novela “La misteriosa llama de la Reina Loana” (2004), donde domina la niebla; en una niebla donde despierta Yambo, que después pasar por una vicisitud pierde la memoria, y ese proceso de recuperación, y vuelve a su casa de infancia donde se conservan todos sus sueños a través de los libros que leyó; esa misma niebla cubría los espacios de aquella trama de su novela, sirvió de escenario para ver al maestro y, en compañía del escritor Alberto Jiménez Ure, conversar amenamente entre sorbos de café andino.

Eco, demostró un gran sentido de humor; con un español atropellado, entreteje frases que muestran lo que había sido su pensamiento. De “El nombre de la rosa” (1980), que es una novela híbrido entre imágenes históricas y trama policíaca, en la búsqueda del libro segundo de la “Poética” de Aristóteles perdido, trató de evocar las hazañas de Sherlock Holmes y Guillermo de Occam, pero desde una postura de protectores de la cultura; de “El péndulo de Foucault” (1988), que estaba recién publicada en español en aquellos días, Eco nos develó que era una trama de complot, esoterismo y magia, en un contexto contemporáneo en el cual la incredulidad y la fantasía, son los círculos luciferinos que se van ampliando y consumiendo toda la energía de los acontecimientos.

La mayor parte del trabajo académico de Eco, se centró sobre el campo de la semiótica, y como él mismo dijo en aquellos días: “La respuesta técnica debería ser que es el estudio de la semiosis en todos sus aspectos, pero en este punto antes yo definiría semiosis. Y puesto que tengo escritos varios libros sobre este tema probablemente no sería apropiado o adecuado responder en pocas frases … En términos académicos no considero la semiótica como una disciplina, ni aun como una división, sino quizás como una escuela, como una red interdisciplinaria, que estudia los seres humanos tanto como ellos producen signos, y no únicamente los verbales…”

Eco, busca imaginar una filosofía del lenguaje que, en lugar de analizar la conducta verbal, analiza cada clase de la producción de signos y la interpretación; la semiótica general en percepción de Eco, es una forma de filosofía para ser honesto, dado que es la única forma aceptable de filosofía hoy, después de todo, cuando Aristóteles dice que el Ser puede ser dicho en varios modos, él caracteriza la filosofía como una investigación semiótica.

De aquellos días, los recuerdos de Eco se hacen cada vez más llamativos, entrelazan imágenes de su vida y su pensamiento, que se recrean en la sombra de lo descrito en una gran novela como es “ La insoportable levedad del ser” (1984), en la cual, su autor el checo Milan Kundera, versa sobre la esencia existencial de los personajes y aborda al hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja, convertidas en conflictos sexuales y afectivos, donde lo cotidiano pasa a formar parte del sentido profundo y trascendental de la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno de Nietzsche, por el cual todo lo vivido ha de repetirse eternamente, solo que al volver lo hace de un modo diferente, sin fugar como ocurrió en el principio. Si bien Eco, no hizo mención a la novela mencionada, sus anécdotas, sus historias me llevaron a colocarlo como un personaje más de esa novela.

El Eco que siguió produciendo y creando después, ratificó esa relación que le di con la novela de Kundera, porque en “La isla del día de antes” (1994), en la que aborda la existencia de un noble del siglo XVII, que naufraga en la línea de cambio de fecha, y que rompe con lo cotidiano al ir más allá de la sensibilidad humana; en otra de sus novelas “Baudolino” (2000), que es la narración de un joven labriego del Piamonte adoptado por el emperador Federico I Barbarroja y de sus aventuras, ligadas a la esencia del amor y del poder; en “La misteriosa llama de la Reina Loana” (2004), escrito donde la soledad invade a los personajes, en una inmensa niebla; y en “El cementerio de Praga” (2010), historias de espías y conspiradores, simplifica todo en la búsqueda inconsciente de una verdad que está plagada de incertidumbre; y su última novela, “Número cero” (2015), la cual es una sátira sobre el uso de la prensa por parte de los poderosos, pero sobre todo, es una descripción de los sentimientos miserables de los hombres en esa fantasía idílica de igualas la vida con el poder, sin duda una muestra directa de la levedad del ser en un mundo de cómplices y aberrados.

El pasado 19 de febrero, antes de la media noche, producto de un cáncer despiadado, se llevó la energía física y la existencia de Eco, en Milán; hace ochenta y cuatro años había venido al mundo, en Alessandria, Italia. Haberlo conocido marcó una importante diferencia; me hizo más crítico, más rebelde, menos egoísta. Hoy despido al amigo y con él se va un pedazo de ese ser que conjuga lo humano con lo divino y que hoy ha trascendido en esa implacable búsqueda de su ser.

Ramón E. Azócar A.
azocarramon1968 @gmail.com

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