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Un día normal

Jesús Millán

Modesto R. es gerente de un supermercado. En el transcurso del día, empezaron a llegar varios de los pedidos atrasados de las últimas semanas. Poco a poco, se forma la fila de impacientes compradores, que piden a gritos y amenazantes que se pongan los artículos a la venta. La turba se torna violenta en la medida en que reclaman airadamente para que sacaran lo que supuestamente estaba escondido en el almacén, y ponerlo a la venta. Venciendo su propio miedo, Modesto R. sale al encuentro de la multitud enfurecida, que sorda primero a sus inútiles argumentos y luego a sus desesperados ruegos, tiran de él de un lado a otro, mientras ciega de desesperación empieza a romper las vidrieras en medio del desorden para entrar.

Leonardo G. es autobusero. Durante la jornada han subido y bajado multitud de charleros, todos ellos en vanos intentos de convencer al público atrapado en sus asientos para que busquen en sus bolsillos y que suelten de una vez por todas los pocos billetes que no enriquecen ni empobrecen a nadie. En medio del bochorno de la tarde, entre el parpadeo de la luz amarilla y la roja, se suben dos tipos. Uno en la puerta y el otro al fondo, pegan el quieto. Pero no contaban con la astucia de un policía de civil entre los pasajeros. A partir de allí, solo las balas cantan las paradas.

Isabel M. es cajera en una farmacia. El día ha sido especialmente pesado y aún con su numerito en la mano, la gente se impacienta mientras ve correr lentamente la pantallita de los turnos. Isabel M. intenta convencer a una señora de que sólo puede llevarse un jarabe y no los cuatro que intenta comprar. Luego de unos minutos de forcejeo verbal, la señora alterada opta por lanzarle uno de los frascos a Isabel M.; lo siguiente fue sentir el golpe, ver la sangre correr y tres puntos de sutura en el módulo más cercano.

Gustavo N. es cauchero. Por lo general, el día se le va reparando cualquier cantidad de cauchos, pero hoy el día es flojo. Llegan unos motorizados y le piden una reparación. Por lo general, Gustavo N. no le trabaja a motorizados porque siempre quieren pagar lo que les da la gana, pero el día ha sido tan malo que decide intentar salvarlo con esta reparación. Termina el trabajo rápido y cobra tres parches. No le quieren pagar. Empieza una discusión que acaba con uno de los motorizados disparando a diestra y siniestra dentro de la cauchera. Todos corren.

Zuleima M. es cajera en un banco. Por mala suerte, los últimos quince días le ha tocado atender la taquilla los mediodías, mientras los demás salen a almorzar. El día ha sido  malo y eso lo confirma un señor especialmente agitado, que furibundo se niega a recibir el lote de billetes de baja denominación que se le ofrece a través de la ventanilla, en pago de su pensión. El hombre maldice en alta voz y manotea el aire, cuando repentinamente se lleva las manos al pecho y cae fulminado con los ojos abiertos, así como de mentira, como si jugara una mala broma. La gente alternativamente ve al viejo en el piso y luego a la caja. Una mano anónima señala a Zuleima M. pálida del susto, que de muertos no sabe nada.

Sonia P. atiende en una panadería. Apenas ven salir el pan, cien manos ansiosas empiezan a agitarse para llamar la atención de los vendedores y llevarse su ración del día. La orden es de dos canillas por persona, porque hay que estirar la harina y procurar que alcance para todos. Pero la gente se altera cuando nota que por una puerta lateral aparece un individuo con cinco bolsas grandes de pan que paga inmediatamente en caja y sale rápidamente en medio de un alboroto. Empiezan los gritos de protesta. Sonia P. termina su turno en medio de insultos y aterrada por los manotones que los más atrevidos le tiran al aire cuando agarran la bolsa.

@ElMalMoncho

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