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Una desgracia nacional

El régimen que desde hace más de 18 años dirige los destinos de Venezuela está tutelado desde la Cuba castrista, no sólo políticamente, sino también en la conducción de la economía. En el Programa o Plan de la Patria 2013-2019, firmado por Chávez el 11 de junio de 2012, se señala, como uno de sus objetivos, “propulsar la transformación del sistema económico, en función de la transición al socialismo bolivariano, trascendiendo el modelo rentista petrolero capitalista hacia el modelo económico productivo socialista”. El país ha pasado a ser una especie de nueva Capitanía General, pero ahora la metrópoli es Cuba, no España.

Cuando el chavismo habla de “socialismo”, se está refiriendo al fracasado socialismo comunista, no al socialismo democrático que coordina en la economía los aciertos de la acción del Estado y del mercado, y que ha tenido aplicación exitosa en los países escandinavos y sirve de base ideológica a partidos políticos europeos y latinoamericanos.

La inviabilidad de la actual dictadura venezolana, que es dictadura de una minoría delincuencial y corrupta y no del proletariado, está a la vista de todos. No se ha diversificado la economía, sino que, al contrario, se ha profundizado el modelo rentista petrolero al elevarse la generación de divisas dependiente de las exportaciones del crudo y reducirse la proveniente de otras actividades productivas. Una economía más monoproductora que antes.

El FMI ha sido generoso al decir que los venezolanos estamos viviendo una “calamidad económica mayor”. No es eso, es una desgracia. Llevar encima cuatro años de recesión económica, cargar con la inflación más alta del mundo (de 1.134% este año, según el propio FMI), importar dos terceras partes de lo que comemos, la escasez y el hambre obligándonos a escarbar la basura en busca de restos de alimentos, una deuda externa (incluyendo la de PDVSA) que ha pasado de 27.000 millones de dólares en 1998 a 180.000 millones dólares en 2017, la ruina de la producción agrícola y pecuaria con la expropiación y confiscación de 5 millones de hectáreas de tierra que ahora están improductivas, la desindustrialización al disminuir de 15.000 a 4.000 las empresas manufactureras y éstas utilizando sólo el 32,4% de su capacidad instalada, un deterioro operativo y financiero profundo de PDVSA y de las empresas básicas de Guayana, el 82% de los hogares venezolanos hundido en la pobreza y de ellos el 52% hundido en la indigencia (estudio de la UCV, UCAB y Universidad Simón Bolívar), y todo eso unido a una corrupción administrativa teñida con olores de droga, no es una simple “calamidad”, es una verdadera desgracia nacional.

Esa desgracia será vencida por un inminente tiempo mejor, como lo presagia la indetenible protesta en las calles de todo el país. La dictadura se dio el preaviso de despido con la convocatoria inconstitucional de una Asamblea Constituyente que el pueblo venezolano repudia. El suicidio político existe.

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