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Venezuela es una cosa y la hegemonía es otra

Vamos a empezar con una pregunta: ¿la hegemonía despótica y depredadora que impera en Venezuela es un espejo fiel de la nación venezolana, una representación cabal de su realidad, una consecuencia inevitable de su identidad general? Si la respuesta es afirmativa, como sostienen los jefes de la hegemonía y sus adláteres y plumíferos, entonces el país no tendría otra salida que seguir sobreviviendo en esta crisis existencial, hasta que la misma termine de concluir nuestro historial de pueblo independiente, y nos disolvamos en una anarquía irredimible de violencia y destrucción.

Si la respuesta es distinta, es decir si la hegemonía no es la mera imagen y semejanza de la nación venezolana, entonces hay espacios para que Venezuela pueda reconstruir su república, su democracia, su estado, su economía, su convivencia plural, su paz, su posibilidad de futuro. Sin embargo, la segunda respuesta no significa que la hegemonía despótica y depredadora sea como una invasión marciana en esta ribera del Arauca vibrador. No puede significar eso, porque casi 17 años de poder continuo no se cimentan en el aire. La hegemonía despótica y depredadora tiene raíces y acaso profundas en la historia venezolana. Pero no la absorbe ni la explica de modo suficiente.

Venezuela es un país diverso, complejo, que no es fácil de categorizar, y entre sus tradiciones figura la que ejemplifica la hegemonía. El caudillismo mandonero o militarero, la concentración del poder, la invocación del igualitarismo como justificativo de un continuado latrocinio, el abajamiento de la vida pública, el desprecio por el diálogo democrático. Chávez, Maduro o Cabello, no son personajes novedosos en la trayectoria nacional. Al contrario, vienen de muy atrás. De mucho antes de que se pudiera construir la República Civil en el siglo XX. Manuel Caballero llegó a expresar que, por ejemplo, Chávez era el tipo de gobernante que una parte de los venezolanos siempre quiso tener.

Y al mismo tiempo, reiteraba Caballero, que si con Chávez el estado había dejado de ser democrático, eso no implicaba que la nación en su conjunto no apreciara los valores de la democracia. La aparente paradoja, no es tal, porque una de las habilidades más notorias de la hegemonía, es que se fue levantando, poco a poco, desde el terreno de la democracia hacia el enjaulamiento de la democracia, pero aprovechando y manipulando los mecanismos propios de la democracia. Si a ello se le agrega el vendaval de petrodólares de la bonanza petrolera mundial, y las capacidades persuasivas de Chávez y su maquinaria de propaganda, sobre todo en el dominio de las aspiraciones y necesidades sociales, entonces puede entenderse el despliegue eficaz de este proyecto de dominación en pleno siglo XXI.

Venezuela, por fortuna, es mucho más que la hegemonía que la sojuzga. Entre nosotros también tienen raíces otras tradiciones históricas. El petróleo es una condición necesaria pero no suficiente para comprender la asombrosa transformación económico-social y político-institucional en el siglo XX. La noción de que el nuestro es un país de malandros que sólo puede ser mandoneado por pranes, es una contradicción con la experiencia real de lo que hemos sido capaces de lograr en tantos ámbitos de lo que Augusto Mijares llamaba lo “afirmativo venezolano”. Sí, el presente es una etapa menguada, no tanto de retroceso como de salto en el vacío. Es una tragedia lo que acontece. Pero no es una fatalidad del destino que sea imposible de superar. No lo es. La historia de Venezuela nos lo demuestra, aunque a veces no queramos aceptarlo.

Venezuela es una cosa y la hegemonía es otra. Pero la hegemonía también es una manifestación del país. De un país descompuesto y embaucado por la demagogia de un poder supremo que se presenta como la solución a todos los problemas… La hegemonía lo que en efecto ha hecho es despotizar y depredar. Al igual que otras hegemonías de tiempos remotos en términos de nuestra historia. De aquellas, Venezuela salió adelante. De ésta, también puede salir adelante. Sin duda que costará mucho más porque la actual hegemonía está muy incrustada en las estructuras del poder y, en no poca medida, en varios niveles del imaginario popular.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿la hegemonía es el espejo fiel de la nación venezolana? Responder que sí sería responder que Venezuela se quedó atascada en la historia y sólo le espera seguir descendiendo hacia la disolución. Esa respuesta es inaceptable. Inaceptable históricamente. Inaceptable políticamente. Inaceptable existencialmente. La respuesta que corresponde es otra. La que reconoce el potencial de la nación venezolana, sin desconocer sus tremendas dificultades. La que valora sus méritos y sus alcances, sin pretender ignorar sus evidentes limitaciones. La que enfatiza sus posibilidades de recuperación y de avance, sin subestimar sus peligrosas realidades. La que declara el derecho a un futuro digno y humano. Esa es la respuesta que cabe. La que debe y puede ser. Porque Venezuela es mucho más que la hegemonía que la destruye.

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