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Venezuela, la supervivencia de un país

De la homilía de la misa de este domingo en la iglesia del barrio una frase merece ser subrayada en ocasión de la reflexión cristiana a la que nos ha llevado la declaratoria de 2016 como Año de la Misericordia por parte de Su Santidad Francisco: “Dios perdona al pueblo y lo sigue acompañando”.

Aun cuando nuestro pueblo tienda a equivocarse, aun cuando sufre gracias a los cobardes que lo gobiernan, aun cuando su riqueza ha sido saqueada y buena parte de su tierra ha sido entregada a empresas que la explotarán hasta saciar sus deudas y mucho más, aun cuando la catástrofe en la que se encuentra Venezuela ha costado miles de vidas y ha condenado a millones a una existencia de hambruna, angustia y miseria, el Señor nos sigue acompañando. Los países nunca se acaban. Los países existen a pesar de sus gobiernos, de su historia y también a pesar de su gente.

Lo que vive Venezuela en estas horas es una experiencia por demás dramática. Razones y estadísticas sobran para calificar la situación como una crisis humanitaria impuesta por un sistema colapsado que hace sus últimas maniobras en el tablero sorteando los bravos mares del descontento popular antes de caer oficialmente en default.

Si los economistas fueran tan subjetivos como los políticos, desde hace rato se dijera que Venezuela es oficialmente un Estado fallido. Sin embargo, siempre hay cláusulas en la cartilla que alargan las últimas bocanadas de un aparato que no puede sostenerse. El futuro del país está hipotecado. Basta saber en una eventual vuelta a la democracia cuánto tiempo puede tardar la normalización de las finanzas. Como los acreedores siempre están a la distancia de un click, poco tiempo se necesitará para esclarecer los números verdaderos de la gigantesca deuda que contrajo el chavismo durante 17 largos años.

Muchos números rojos han saltado a la palestra pública con ayuda de periodistas acuciosos y fuentes anónimas internas que colaboran con investigaciones de solícitos sabuesos (todos independientes y sin colaboración de la Justicia). Pero el silencio aun reina en la gran mayoría de los casos. Tiempo después la sociedad sabe que el caos de la Revolución Bolivariana es profundo, muy profundo, pero se desconoce con exactitud cuánto y hasta dónde llega el agujero.

En Sobre la revolución (Alianza, 2006), Hannah Arentd subraya el predominio del silencio, o la censura, por encima de la violencia, un “fenómeno marginal”:

“Ni siquiera las guerras, por no hablar de las revoluciones, están determinadas totalmente por la violencia. Allí donde la violencia es señora absoluta, como por ejemplo en los campos de concentración de los regímenes totalitarios, no sólo se callan las leyes –les lois se taisent, según la fórmula de la Revolución Francesa–, sino que todo y todos deben guardar silencio. A este silencio se debe que la violencia sea un fenómeno marginal en la esfera de la política, puesto que el hombre, en la medida en que es un ser político, está dotado con el poder de la palabra”.

Tras el dominio del aparato chavista durante 17 años y el remplazo del sistema democrático liberal por un sistema democrático “protagónico, participativo” y socialista, la oscuridad ha sido acompañada por la reconfiguración del bien y del mal. Una nueva interpretación de lo correcto y lo incorrecto siguiendo los intereses del alto mando revolucionario.

Twitter: @angelarellano

 

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