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Vergüenza y dolor en la patria

«Yo no voy a permitir que me arrebaten mi humanidad», así me dijo mi comadre Lila hace una semana y le respondí: “¡Y yo tampoco!”.

Hoy, lunes 5 de junio de 2017 a las 6:20 a.m., me enteré por la radio que murió Orlando Figuera, el joven linchado en las cercanías de la Plaza Altamira el día 20 de mayo. Rompí a llorar y seguí oyendo la lectura de los titulares de la prensa. El diario “El Nacional” tituló: «Falleció joven quemado durante protesta en Altamira”. Y ésa fue la primera puñalada a mi corazón. Fui al www del periódico para leer toda la nota de prensa.  Así mismo decía: “El joven quemado”… y recibí una segunda puñalada.

El día en que lincharon a Orlando Figuera me enviaron el video espantoso. ¿Tendré que decir que pasé 48 horas en estado de horror? ¿Dormir? ¡¿Cómo hacerlo?!

En “El Nacional” citaron al ministro Villegas. Él tampoco menciona la palabra “linchamiento” (¿será que está prohibido decirla?). Leí, muda de pavor: «Un joven que fue quemado durante una protesta en Altamira el pasado 20 de mayo en Altamira Sur, falleció este sábado producto de un paro cardiopulmonar, informó Ernesto Villegas, ministro de Comunicación e Información».

¡¿Sólo eso?!:  “¿… que fue quemado…?”.

Tercera puñalada. Ésa fue la definitiva. Seguí recibiendo muchas más, pero la tercera me arrebató de un solo tajo mi humanidad.

Con un hueco en el pecho, seguí llorando y seguí leyendo: «Aquél día, Orlando Figuera, como se identificó a la víctima, de 21 años de edad, presentó quemaduras en 80% de su cuerpo, y sufrió puñaladas en regiones cercanas al tórax, según un informe médico difundido por Villegas en su perfil de Twitter».

Parece ser que eso no es un linchamiento. Sólo unas quemaduras y unas puñaladas… No es el acto monstruoso, vil y salvaje de un tropel inhumano, enardecido y ciego de ira.  No: puñaladas y quemaduras.

Lloro y leo: «Inés Esparragoza, madre del muchacho, culpó de la muerte de su hijo a Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, y Henrique Capriles, gobernador del estado Miranda, ambos dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática:  “¿Por qué lo permiten? Culpo al vandalismo de la oposición», expresó en declaraciones al ministro de Comunicación e Información».

Atino a preguntarme: ¿y toda esta gente que menciona la mamá de Orlando, se habrá pronunciado al respecto? ¿Habrán dicho algo? ¿No y que representan a la mayoría del 80%? Algo habrá que decirle a la minoría del 20%… ¿no? ¿No es que todo esto se trata de no perder el hilo constitucional y la democracia?

¿Qué le puedo decir yo a la señora Inés Esparragoza? ¿Qué podría yo decirle a esa madre? ¿Cómo le pido perdón? ¿Cómo le explico que hoy siento una enorme vergüenza por no haber estado allí, en las cercanías de Altamira, ese día tan pavoroso? ¿Cómo le hago entender a esa señora que, si yo hubiera estado en esa acera, me hubiera quitado el poncho que siempre cargo encima, me hubiera quitado la franela también, y hubiera corrido detrás de su hijo en llamas gritándole: “¡¡¡DÉJAME APAGARTE, DÉJAME APAGARTE!!!”.

Las muertes de todos los otros muchachos las he llorado también, pero sin sentir vergüenza. Hoy lloro a este muchacho avergonzada de ser venezolana. Primera vez que me siento así y no tengo palabras para consolar a esa madre. La señora Inés forma parte de la «minoría» y parece ser que las «minorías» en este país no son respetadas, incluidas, protegidas y representadas. Por lo visto vale mucho menos una madre «revolucionaria», que una madre «demócrata».

Creo que la mamá de Orlando Figuera es igual a todas las demás madres a quienes les han matado a sus hijos. ¿Morir porque una bomba lacrimógena le destrozó el corazón será igual a ser asesinado por turba enardecida? ¿Alguien se pondrá a calcular cuál de los dos asesinatos es peor? ¡Hijo muerto es hijo muerto! ¿Acaso el Dolor de Madre no es igual? ¿Duelo de Madre no es el mismo? ¿Ira y desgarramiento de las entrañas no se siente igualito? ¡Es un dolor de parto de odio, de fuego, de sangre!

¡¡¡Qué vergüenza y que desconsuelo tan grande siento!!! Hoy supe lo que significa que a uno le avergüence y le duela la patria.

Ahora sí es verdad: éste no es el país en dónde yo quiero vivir.

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