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Viaje a Marruecos

Marruecos, paisajes preciosos y muy variados entre las distintas áreas del país, permite un acercamiento al mundo musulmán tan desconocido para nosotros, a través del contacto directo con su gente, árabes y bereberes. Artesanías muy variadas y elaboradas. Trabajan en cuero, metales, madera, cerámica, textiles, con un arte muy detallado, que combina colorido y mucho adorno, imposible no fascinarse. También las esencias, especias, y aceites, aguas de aroma, medicinales, para el arreglo personal y para la gastronomía. El regateo es un arte que ellos, por supuesto, dominan mejor que nosotros. Es usual que al ingresar a la tienda ofrezcan un te de menta, la bebida nacional, porque no se vende licor. Se atraviesa el estrecho desde España al continente africano en un ferry que se aborda en Algeciras y que pasa junto al peñón de Gibraltar, administrado por Inglaterra.

Se llega a la primera ciudad, Ceuta, junto a Melilla, territorios españoles en África. Allí se puede comprar licor y tabaco, mercancías que no se comercian en Marruecos por razones religiosas. Puede usarse la mercancía para hacer trueque en la Medina de Marrakech. Si uno logra sobrepasar el acoso al turista, tanto para que compre como para que use los servicios de guías -verdaderos o falsos, porque algunos tienen poca idea de lo que pretenden mostrar-, en el contacto con esa gente hay la posibilidad de descubrir que se trata de personas muy amables, calmadas. Son muy dados al contacto físico, algo que la mayoría de los latinoamericanos aceptamos bien, pero que desagrada a otras culturas. Yo me desenvolvía bien porque descubrí que tengo un «complejo de reina de pueblo» que me permitía ir encantada saludando «salam» y sonriendo a todo el mundo, diciendo «mahá salamá», como se pronuncia «hasta luego» o, con la mano en el pecho, decirles «ualú oflús» que es como se pronuncia una expresión en árabe equivalente a «estoy pelando», entonces podía continuar mi marcha y todos quedábamos sonrientes. También les gusta ofrecer pequeños regalos, e invitar a  visitar sus casas de  familia, incluso a desconocidos, cuando les caen bien y consideran que se trata de personas buenas o amables. Aunque sospecho que algunos regalos son ofrecidos como estrategia para la venta, puedo decir que esta «reina de pueblo» recibió como regalo una piedra ofrecida por un hombre que las vendía en medio de la carretera, aunque yo amablemente me negaba y trataba de ponerla nuevamente en su bolsillo, y un dromedario tejido en hojas de palmera, hecho para ser colgado alrededor del cuello, ofrecido por un niño negro muy pequeño que estaba parado en la puerta del hotel de  Er Rachidia, que apenas hablaba, y mientras yo trataba cariñosamente de devolvérselo (pensando que el podría mejor venderlo a otro turista) el pequeñito repetía algo como «totó, totó», me enterneció muchísimo y tan sólo le di un beso. Luego, cuando él miraba al autobús marcharse se me salieron las lágrimas.

Fue un momento inexplicable para mí, pero muy sentido. Y un tatuaje con hena (pintura que se cae en pocos días) en el dorso de una mano, ofrecido por una niña en la fascinante Plaza de Marrakech. En principio ella me lo ofrecía como un servicio pago, y mientras yo le decía «no gracias» y le explicaba que yo estaba «ualó oflús» miraba sus preciosos ojos claros rasgados (las fisonomías son muy variadas), el resto de su cara estaba cubierto por un velo. Luego, la niña, aparentemente convencida de que no había negocio entre nosotras se retiró diciéndome «guapa» y yo conteste diciéndole que ella era guapísima. Fue entonces cuando se volvió y me pintó una flor en la mano. Otros regalos sin duda me fueron ofrecidos como compensación por haber salido tan mal parada en el regateo: un pañuelo y un pequeño dromedario de cuero, a los que ahora no cuento como verdaderos regalos, pero sí los tenía por tales en el momento en que salí feliz de la tienda, (repito, son unos artistas vendiendo). Gran parte de lo maravilloso de ese viaje ha sido poder afirmar con el sentimiento, lo que antes afirmaba con la razón; Más allá de las diferencias culturales y religiosas, somos iguales, somos todos seres humanos. Marruecos es un país pobre, una monarquía en la que religión y poder político están identificados, donde hay gobernantes de origen hereditario, que viven de manera opulenta y un pueblo en su mayoría muy deprimido. Ejemplo de esta realidad es el caso de la Mezquita de Hassan II, monumento fastuoso cuya construcción en Casablanca duró seis años, en los que a cada persona le fue descontado un mes de salario. Es verdaderamente hermosa e imponente.

Pero también caminé por una zona muy cercana y descubrí edificaciones tipo «súper bloque» ruinosas, con aceras rotas y calles de tierra, un contraste impactante. En efecto, tenemos muchas diferencias, y muchas similitudes. Una de las grandes diferencias es el papel de la mujer en la sociedad, pero la realidad económica en la actualidad, así como las influencias de las relaciones internacionales vienen produciendo cambios en ese  sentido. Hoy día, aunque en principio sigue siendo posible que un hombre se case legítimamente con hasta cuatro mujeres, siempre que las pueda mantener y siempre que dé idéntico trato a todas ellas (según normas que datan de una época en que era estratégico aumentar su población), en la práctica para la gran mayoría resulta sumamente difícil casarse aún con una sola mujer, ya que les cuesta mucho reunir lo suficiente para la dote que el novio debe ofrecer.

Por otra parte, en la mayoría de las parejas constituidas se impone que la mujer salga a trabajar a la calle, para poder tener ingresos suficientes. Por supuesto, las mujeres que trabajan en la calle lamentan que sus maridos no comparten el trabajo propio de la casa, sigue siendo visto como trabajo exclusivo de ellas. Nuestra guía turística nos contó que en la actualidad la ley es más favorable que antes a la mujer, pues no permite el divorcio ni un segundo matrimonio sin el consentimiento de la esposa (nos comentó que ella nunca consentiría un segundo matrimonio de su marido). También nos contó que en las universidades marroquíes, aproximadamente nueve, todas públicas, hoy día egresan mujeres de todas las carreras. Algo terrible es el hecho de que los marroquíes no pueden salir libremente del país, su sueño es llegar a España para buscar allí mejores formas de vida, y lo hacen de cualquier manera, incluso arriesgándose a morir. Nos dijeron que se apretujan en los  autobuses, por lo general niños, pueden morir asfixiados o caer en la carretera. En pequeños botes hacinados también se arriesgan a cruzar el Mediterráneo. Es espantoso, más aún pensar que sean ineficaces políticas públicas las que llevan a esas acciones desesperadas. Otro descubrimiento importante para mí fue la arquitectura de las Medinas, antiguas ciudades medievales que tienen una zona comercial llamada «Soco» junto a la que se levantan pequeñas casitas de techos planos, de manera tan desordenada que son como laberintos, con espacios sumamente estrechos para el paso.

Allí se encuentran casas de habitación, lugares de trabajo (impresionantemente pequeños) en los que se puede ver desde afuera a los hombres haciendo sus labores, por lo general con el mínimo mobiliario (es común la imagen de uno de estos cuarticos con cuatro hombres sentados juntos sobre algún montón de «algo», cosiendo o bordando a mano. Hay también hornos públicos en que las familias hornean su pan, baños públicos (para recibir baños de vapor y masajes), escuelas coránicas y mezquitas (templos, las de los hombres con minarete -torre- y las de las mujeres sin éste). Por las calles estrechas andan las personas a pie, y de vez en cuando hay que apartarse al oír el grito «balak, balak» que significa «atención, atención», emitido por el dueño de algún burro que pasa cargado. Los burros son llamados allí los «taxis de la Medina». Estas construcciones crecen también hacia arriba, y para desplazarse hay que vencer trayectos inclinados y escaleras. En fin, creo haber descubierto el origen de la arquitectura de los barrios venezolanos. Algo hermosísimo, que se encuentra en las zonas rurales, son los pueblos de tierra que se confunden con el paisaje natural, construcciones de bahareque que no son recubiertas con pintura, sino que muestran el color rojizo, amarillento, o más verdoso de la tierra, según el lugar. Es un tipo de construcción muy económica pero poco estable, por eso se encuentran casi tantas ruinas de caseríos como caseríos habitados.

El desierto del Sahara tiene la particularidad de que su arena es colorada. Para llegar allí hay que subir un sistema montañoso llamado «Atlas Sahara» dividido en medio y alto Atlas. En el desierto conocimos personas que hasta hace muy poco tiempo eran nómadas, que se dedican a extraer minerales y fósiles. Conocí la «rosa del desierto» una piedra rosada extrañamente formada por pequeñas láminas planas con forma redondeada que se entrecruzan configurando una bellísima estructura sin forma definida. Los paisajes en el desierto son preciosos, las montañas van variando conforme se va subiendo y se pueden ver distintos colores de la tierra y diferentes formaciones rocosas, y cambiante vegetación. A diferencia de lo que uno se imagina, antes de entrar a la zona del Sahara el territorio es muy verde, hay mucha vegetación y campos de flores silvestres rojas y amarillas, se ven trinitarias y cayenas. Luego en el desierto son un verdadero espectáculo los oasis, áreas muy húmedas porque por el subsuelo corre algún río, que allí aflora y ofrece su vital líquido, que hace frondosa la vegetación, entre la que destacan las palmeras, alrededor de las cuales levantan sus construcciones de barro. Disfrutamos de palacios imperiales y fortificaciones «kasbahs», ruinas romanas, dunas, anochecer al ritmo de tambores bereberes, estadía en tiendas como las que usaban los nómadas, amanecer en las dunas coloradas, desayuno y sobremesa en una gran tienda de lona bellamente adornada con alfombras, tapetes y telas cubriendo los sofás, sobre los paisajes costeros, entre muchas otras cosas. La Plaza de Marraquech, es el lugar ideal para que se haga realidad cualquier «fantasía Marroquí». Allí se reúne toda la gente, hay puestos de venta de frutas, de jugo de naranjas (las más dulces y deliciosas que se puedan imaginar), de frutos secos, ventas de comida que es exhibida y más que ventorrillos de mercado parece un museo gastronómico.

En otro lado de la plaza hay toda clase de actuaciones de personas que luego «pasan el gorro»; Cuentacuentos, encantadores de serpientes, aguadores (antiguos vendedores de agua) que se ofrecen para ser fotografiados, músicos, malabaristas, mujeres que leen caracoles, o interpretan las figuras de metal fundido que previamente  han sido pasadas sobre la cabeza del turista, mujeres y niñas que hacen tatuajes. Es también un lugar fabuloso para que entren en acción las activistas del «club de observadoras» (organización formada por mí y de la que hasta ahora soy único miembro), pues abundan los hombres guapos. En fin, es el lugar ideal para conocer a alguien que bajo el fulgor de la luna llena diga: ¡”Quiero verte de nuevo”!

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