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Votemos el 6D

No conozco un caso en la historia de los procesos electorales en el mundo en el que en unos comicios a celebrarse en un futuro cercano en justas y equilibradas condiciones para todos los participantes, se produzca un resultado favorable al régimen de turno al frente del gobierno, cuando las condiciones políticas, económicas y sociales imperantes en ese país son algo parecidas a las que presenta la Venezuela de nuestros días. Si algún lector de esta columna conoce la existencia de tal fenómeno -no habría otra forma de calificarlo-, le agradecería mucho hacérmelo saber.

En efecto, el gobierno de un país que atraviesa las condiciones económicas que agobian al nuestro, con el derrumbe total de su actividad económica, con la inflación más alta del mundo y su terrible impacto en la capacidad adquisitiva de su población; con pocas oportunidades de empleo digno y bien remunerado; con la escasez de productos básicos como alimentos y medicamentos; con unos servicios de salud y educación cercanos al colapso total, y toda otra serie de problemas que ponen por el suelo la calidad de vida de sus habitantes, no puede pretender que va a salir triunfante en cualquier proceso electoral que enfrente a corto plazo. Si a todo ello agregamos el caos existente en la gestión gubernamental, en la que, por lo que se observa de manera cotidiana, no existe el menor atisbo de control sobre las políticas que adelantan y desde ya se vislumbra la fractura existente en el seno de su dirigencia por las ya casi públicas críticas a la incapacidad puesta de manifiesto por su máxima autoridad, la situación se le presenta más difícil a ese gobierno. Súmenle ustedes la sensación que experimentamos muchos venezolanos de vivir una auténtica anarquía en la que no se respeta ley alguna y cada quien hace lo que le venga en gana, sin consideración alguna por los demás y van a darse cuenta del ambiente explosivo en el que vivimos, donde regresar con vida al hogar después de una jornada laboral ya supone una protección especial del Todopoderoso.

Por supuesto, que todo esto se refleja fielmente en las encuestas de opinión que se realizan en el país. Prácticamente, en todas ellas la ventaja de la Oposición sobre el Oficialismo es abrumadora, y desde ya se comienza a percibir en casi todos los niveles de la sociedad venezolana que el Gobierno será derrotado en esos comicios, con todo y el temor a los subterfugios fraudulentos que ha empleado y continuará utilizando a través de su ministerio electoral para conservar “como sea” la mayoría en la nueva Asamblea Nacional. El pueblo venezolano no es tonto, por lo que estimo no caerá en cantos de sirena, como lo son estos aumentos de sueldo de última hora que no tienen otro objetivo que la compra de votos, cuando intuye que todo eso se diluirá en poco tiempo ante la errada política económica adelantada, incapaz de frenar los inclementes y cada vez mayores aumentos de los precios.

En tales circunstancias, todo hace suponer que, salvo una maniobra cuyo calificativo me reservo para no provocar la ira de los amos del país, las elecciones van a ser ganadas por la Oposición. Pero hay otra arista en todo este proceso. Muchos nos preguntamos la razón por la cual el ministerio electoral se ha negado, reiteradamente, a permitir la presencia de observadores internacionales imparciales en el proceso electoral, antes y el día de las elecciones. Nada ha sido más explicativo en la respuesta a esta interrogante que la carta que el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) le dirigiera en días pasados a la Presidenta del Consejo Nacional Electoral, documento en el que el señor Almagro denuncia que las autoridades venezolanas no garantizan el nivel de transparencia y justicia necesario para la celebración de las Elecciones Parlamentarias; adicionalmente expone una serie de argumentos con una contundencia y claridad tales que pondrían a cualquier dirigente de un organismo electoral en el mundo que tuviera un mínimo de respeto por sí mismo en una embarazosa situación, y más de uno con algo de honorabilidad no le quedaría otra opción que separarse del cargo. Pareciera que tales condiciones desaparecieron en nuestra dirigencia.

Lo insólito ha sido la respuesta de algunos jerarcas gubernamentales, y seguramente vendrán otras por el estilo. Según el caporal de la Asamblea, la OEA “amenaza a Venezuela”. Anteriormente, ya otro de los próceres del “proceso” había calificado a Almagro de ser un “procónsul de Washington” por el hecho de haber recibido a dirigentes opositores. Ya quisieran los señores Cabello y Jaua tener aunque fuera una pequeña porción de la catadura de Luis Almagro. El que fuera Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay en la presidencia de José Mujica, es abogado y diplomático, miembro del Partido de izquierda Frente Amplio, de una larga y honorable trayectoria política, como para que cualquier ignorante de dudosa reputación y a quien se le pudiera adjudicar el título de conserje de los Castro -con el debido respeto por los honorables y útiles conserjes, no por los Castro- le califique de procónsul de Washington.

En fin, en medio de la desesperante crisis que vivimos, la que según las encuestas estamos desesperados por que finalice lo antes posible, la elección del 6 de diciembre nos ofrece la oportunidad de iniciar un proceso que cambie el desastroso rumbo en el que nos han introducido. No la desperdiciemos. Un anónimo que circula por las redes sociales nos brinda un sabio pensamiento: “Dejar de votar alegando que te van a robar el voto, es como suicidarte por miedo a que te maten”.

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