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¿Y cómo se arregla esta guarandinga?

Miguel Carpio
@carpioeconomics

A ver, hagamos un ejercicio mental: ¿Cuántas veces en lo que va del día de hoy ha escuchado la palabra hiperinflación? Le puedo apostar que muchas más de las que le hubiera gustado. Y algo similar debe ocurrir con palabras como crisis, diáspora y las veces que amigos y conocidos le han comentado lo caro que está algún bien o lo que pasó con el dólar paralelo.

Ciertamente una de las consecuencias de la crisis es el desgaste físico y emocional. Es que, aunque queramos desconectarnos, es prácticamente imposible no ser salpicado por alguna gota de realidad.

Ahora bien, estamos claros que lo que estamos viviendo no tiene comparación con algún momento de nuestra historia. Incluso cuesta compararlo con episodios similares vividos por otros países. Pero no debemos caer en el error de pensar que no hay vuelta atrás, que es el fin y que pronto la trama de Soylent Green pasará de ser una ficción a ser nuestro día a día. Si para algo sirven las experiencias de otros países es para entender que siguiendo pasos, si se quiere básicos, las cosas pueden cambiar.

Lo primero que hay que entender es que la crisis venezolana tiene dos componentes: uno político y uno económico. El político lo tocaré tangencialmente más adelante y me centraré en el económico.

Venezuela carece de una política fiscal seria. Las mismas premisas válidas para el presupuesto de una empresa e incluso para el familiar, son válidas para un gobierno. Debe haber una estrategia de gastos acorde con el nivel de ingresos, si estos no son suficientes para cubrir el gasto, pues se acudirá al financiamiento. Eso sí, el financiamiento no puede ser infinito y debe estar atado a la generación de ingresos futuros. De lo contrario caeremos en el peor de los mundos: Déficit fiscal e insolvencia.

Venezuela no ha tenido una política fiscal con fundamento financiero. Esto ha llevado a las autoridades a recurrir al financiamiento monetario a través del Banco Central, lo cual exacerba la creación de dinero inorgánico que ya de por si está en nuestro ADN gracias al modelo rentista petrolero.

Esa monetización del déficit fiscal se traduce en inflación. En particular cuando se tiene un sector productivo minimizado, con lo que hay presiones por parte de la demanda sobre una oferta casi inexistente. En cualquier curso básico de economía se enseña que un exceso de demanda estimula el aumento de los precios (¡Es la economía, estúpido¡).

Ya tenemos dos elementos a considerar para la recuperación de Venezuela. En primer lugar reestructurar el Estado de tal forma de aumentar los ingresos (preferiblemente no asociados al petróleo) y emprender una serie de medidas cuyo resultado final sea una gestión eficiente del gasto público. El financiamiento siempre será importante más no debe ser limitativo. El Estado debe ser sustentable. Esto último garantiza la sostenibilidad y alcance de las políticas públicas, incluyendo aquellas destinadas a atender a los sectores de menores recursos. En segundo lugar, es necesario un Banco Central autónomo con objetivos claros en materia de política monetaria. No debe olvidarse que el objetivo fundamental de ésta es la estabilidad de precios.

Otra dolencia que debemos curar es la que tiene que ver con el sistema cambiario. Los controles de cambio tienen utilidad solo para resolver coyunturas, no pueden establecerse hasta el infinito y más allá. Un sector externo sano requiere un mercado cambiario transparente, con reglas claras y con un árbitro técnicamente capacitado. De lo contrario la oferta solo vendrá del sector público y esto desencadenará en situaciones como la actual.

Muchas personas se preocupan por el precio del dólar cuando ese no es el verdadero problema. El meollo del asunto está en la oferta de divisas. Venezuela paulatinamente perdió la capacidad de generarlas. Esto debido a que al menos el 95% de las mismas provienen del sector petrolero y ya todos sabemos lo que pasó con este sector. Y el tema no son las sanciones económicas, la crisis del sector externo venezolano está aquí mucho antes de que EEUU y otros países decidieran hacer algo.

La dependencia del sector externo venezolano de un mercado tan caprichoso como el petrolero es la principal consecuencia del fracaso de los distintos experimentos en materia cambiaria. Sé que es poco original, pero debe afirmarse: Las fuentes de divisas deben diversificarse y el sector privado debe formar parte de ellas.

Y hablando del sector privado y su desgracia, no podemos dejar de señalar a un asesino probado de la iniciativa privada: El control de precios. Y es que aunque para algunos sea un sacrilegio, el lucro y el deseo de obtener ganancias es la chispa de la economía. Siempre lo he dicho: Si usted montó su empresa, genera ganancias, puede invertir, generar empleo y por si fuera poco paga impuestos, usted es un ciudadano ejemplar. ¿Por qué poner límites a las ganancias de su empresa? Claro está, si se le agrandan las agallas y le da por cobrar precios exorbitantes en una economía de mercado, pues nadie le comprará. En otras palabras, el Estado debe garantizar las condiciones de mercado, esto incentivará el incremento de la oferta, con lo que el estado puede preocuparse por cosas más afines a su naturaleza y no por ser un Robin Hood que nadie necesita.

Todo lo mencionado anteriormente se refiere a cambios estructurales de la economía que, aún cuando no darán resultados inmediatos, deben tomarse cuanto antes. Sin embargo, los mismos son necesarios pero no suficientes. El desastre es complicado y el nivel de deterioro nos hace necesitar ayuda externa. Esto no es un llamado implícito a las fuerzas militares de otros páises o a Los Vengadores. Me refiero a la necesidad de disponer cuanto antes de financiamiento externo. Cabe destacar que el mismo dependerá de que se ejecuten los cambios señalados en párrafos previos.

Más allá de lo económico, no puedo dejar de referirme al marco legal y me refiero a éste en sentido amplio. Muchas veces nos quejamos de que en Venezuela no hay Leyes, cuando en realidad en Venezuela hay más leyes que gente, con lo que el verdadero problema es la ausencia de enforcement, es decir la Ley no se aplica. Y esto requiere de instituciones fuertes. Honestamente creo que esta es la tarea prioritaria y la más compleja. Es la base de todo. Sin reglas claras nadie juega o al menos nadie juega con confianza. Debe resultar obvio que una elevada conciencia ciudadana es la columna vertebral de un sistema institucional sólido.

Por último, debo referirme a la esencia perdida del venezolano. De hecho, está tan perdida que a veces dudo que realmente haya existido. Nos han convertido en oportunistas, pesimistas, corruptos, flojos, seres sin visión de largo plazo y en algunos casos hasta en parásitos difíciles de eliminar. En una ocasión conversaba con una amiga sobre la “viveza criolla” y su conclusión fue: “Aquí lo que hace falta es un diluvio”. Espero que mi amiga se equivoque y no haga falta un episodio como el de Sodoma y Gomorra para que despertemos y nos demos cuenta de que tenemos tres opciones: Ser espectadores de la desgracia, ser parte del problema o ser parte de la solución.

Economista UCAB

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