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Yo, que te conozco bien

Yo los conozco bien. No me engañan. Los he oído de cerca. Los he visto de cerca. Sobre todo los he sufrido de cerca. En carne propia. Son buenos para el diagnóstico, para la descripción. Aprenden rápido a replicar la queja de la calle, la degluten, la hacen suya, la regurgitan. Al final, terminas convenciéndote de que te dicen las cosas que esperas oír. Interpretan el papel protagonista del gran aseador moral, el vengador del momento, el salvador de la patria.

Los conozco bien y sé cómo operan. Primero disuaden, después convencen, al final ideologizan. Y ahí ya no hay vuelta atrás. Y si la hay es un camino de regreso muy largo. Y muy tarde. Porque intentarán aferrarse de todas las formas. Usarán todas las tretas a la mano (y las que no, también). Pero la que mejor usan, la palabra, esa será su principal arma: venderán ilusiones, promesas, futuros intangibles, palacios en el aire adornados con gárgolas de democracia e incrustaciones de honestidad, castigos ejemplarizantes a los depredadores del bien público y corruptos (que los hay, desde luego).

No me engañan. Ya no. Ya sé que si dicen justicia, en realidad dicen venganza; si dicen periodismo, en realidad es propaganda; si dicen democracia se refieren al instrumento (de perpetuación, las elecciones) y jamás al contenido. Los derechos los entienden como privilegios personales que permite el Estado. Un adversario político es un enemigo sin matices. Su mundo es la dualidad absoluta: blanco o negro, frío o caliente, ellos o los otros.

Los he oído de cerca. Llevan bajo el brazo un diccionario práctico de descalificaciones automáticas y reduccionismos gratuitos. Si no opinas igual que ellos, estás automáticamente a favor del enemigo; si los criticas (aunque seas simpatizante o militante), te ganas varios epítetos malsonantes; si invocas algún derecho, alguna razón, algún dato que los cuestione, que desnude sus falencias, entonces serás vocero de la ultraderecha, agente pagado por el imperio, lacayo de Washington o Bruselas o la Troika, o casta, … y siempre está el recurso de la conspiración; la conspiración, como la ideología, es un bálsamo teórico que ayuda a explicar muchas cosas.

Los he visto de cerca. Suelen vestirse de paisano, rodearse de gente, ir de simpáticos, de gallos de pelea o de víctimas, según convenga; pero el traje que más les gusta es el de demócratas.

Es que como los conozco bien, los he oído de cerca, los he visto de cerca y sobre todo los he sufrido de cerca, cualquier semejanza en lo retórico, en lo conceptual, en lo gestual, aquí o en cualquier ciudad del planeta, siempre me causa la misma suspicacia. Ya no me engañan.

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