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Creatividad y bárbaros

P areciera que la creatividad es capaz de so-breponerse al caos del
mismo modo que la vida terca, pura y dura emerge en medio de la
crueldad de la pobreza, los horrores de las guerras, las inclemencias
naturales o las grietas en las aceras.

Frente a la debacle de las instituciones culturales venezolanas, la
creatividad se despliega altiva y le pone cara a la mediocridad
reinante. Venezuela está a la cabeza del movimiento orquestal mundial,
los artistas plásticos siguen produciendo contra viento y marea y
surgen manifestaciones de música popular como la Movida Acústica
Urbana.

Hay una nueva hornada de narradores(as) y poetas que no pasan de los
treinta y cinco años y que publican al lado de las generaciones
intermedias y los(as) grandes veteranos(as). Así mismo, los libros de
historia o de análisis político se convierten en «best-sellers» y
surgen salas de teatro alternativas.

Por último, Internet se ha convertido en la plataforma de
publicaciones sin apoyo estatal como Prodavinci, Letralia (la decana
sin duda), Relectura y Ficción Breve, por sólo mencionar algunas. Los
blogs abundan y encontramos en éstos un proceso creador que late ante
nuestros ojos. Nada más lejos de mí que promover el optimismo fácil,
pues la tragedia de lo que está ocurriendo en Venezuela es
inocultable: se está perdiendo el esfuerzo de generaciones enteras de
venezolanos(as) que trabajaron por la cultura, la educación, el
pensamiento y la ciencia, dolorosa situación que ocupa un lugar menor
entre las grandes preocupaciones políticas del momento. Nuestro
síndrome de comenzar siempre de nuevo sin mirar hacia nuestro legado e
historia, nuestra ignorancia y capacidad de olvido nos convierten en
bárbaros.

La crisis de los museos, la partidización de las editoriales del
Estado, la merma de la actividad científica, los insultos a la memoria
de nuestros predecesores intelectuales, el chantaje económico a
agrupaciones culturales con décadas de actividad no forman parte de
las inquietudes de la población o de las elites partidistas y
mediáticas del país, enfrascadas en las exigencias de la vida
cotidiana y en graves situaciones respecto a las libertades políticas
e informativas. El síndrome de empezar una y otra vez se manifiesta en
este desconocimiento de nuestro legado cultural, intelectual y
científico pero también en la ignorancia de nuestros logros presentes:
Dudamel y José Antonio Abreu son noticia de primera página, pero el
resto de la actividad cultural venezolana sigue siendo asunto de pocos
y de breves gacetillas.

Valgan ante tanta indiferencia frente al talento las palabras del
poeta Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), ganador del Premio FIL de
Literatura y Lenguas Romances 2009 (tan importante como los ganados
por el maestro Abreu): «Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.» Y que nos sobrepongamos por fin a la
barbarie cuando comencemos de nuevo.

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