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Izarrita y el viejito

El «muchachito» con más de 40 años, Andrés Izarra, es un pajizo, tarugo o tonto de capirote. Tras la «podredumbre» mental que le embotija – al bien decir de Laureano Márquez – y con esa risita de cortesano adulante, no sale de una metedura de pata para introducirse en otra hasta la cojonera.

Ayer noche en el programa «Contragolpe» del Canal 8 -cuya «imparcialidad» es reconocida al invitar a debatir sobre la realidad del país a las diversas posturas ideológicas existentes- expresó sobre nuestra columna del día que «no valía la pena responder a ese viejito».

Tremendo argumento ante su incapacidad manifiesta para rebatir con evidencias la espeluznante inseguridad nacional de la que ese «carajito» se ríe. Si ya era taradito, un correveidile, ahora desnudó su inhabilidad al momento de denotar el desprecio hacia las personas de edad. Esperemos que eso no lo practique con su propio padre. Tal vilipendio a los longevos se muestra con más desolación en los miles de ancianos deambulando por nuestras calles igual a almas en pena, tratadas cual trastos inservibles; el reflejo de esa indolencia es el Geriátrico de Caricuo. Aglutinados allí, los recluidos se pasan semanas sin poder bajar al patio al estar los ascensores deteriorados una y otra vez, añadiéndose la falta de medicinas, cobijas, almohadas, ropa de cama, sillas de ruedas y una alimentación exigua. De ellos no se hablará nunca en «Contragolpe».La realidad entonces, es la de un gobierno de conspicuos irreflexivos, sin una mica de intelecto, y cuyo único mérito para ocupar un cargo es la fidelidad al Líder Supremo, no los conocimientos y menos aún la experiencia, y así, estos barruntados han llevado a la Venezuela de hoy al más gris período de su historia republicana.

Que alguien como Izarra afirme que ser viejo es una calamidad, y lo exprese además públicamente en el canal usurpado a todos los venezolanos y entregado en prerrogativa a los chavistas, denota bajeza de espíritu y lo que está dispuesto a hacer para mantenerse en su poltrona, a cuenta de forjar más genuflexiones ante una fotografía del Caudillo que el resto de sus contendientes a ocupar el sitial.

En uno de los encuentros afortunados con Arturo Uslar Pietri en la casa de la Alta Florida, y hablando del drama de la Venezuela actual, una tarde le preguntamos – se acercaba a los noventa años – si su edad le impediría seguir analizando nuestra tragedia nacional tras la llegada del «Socialismo del Siglo XXI» o comunismo a secas, como acaba de asentar Fidel Castro.

¿Diría el pazguato de Andrés que el déspota al que acaba de babosearle la sandalias en La Habana es un pobre viejo de pajiza barba babosa?
Uslar nos observó y soltó una frase esclarecedora: «Amigo Rafael, no se es joven ni viejo: se vive».
Izarrita deberá andar un largo trecho para llegar a esta sabia conclusión. Con su rostro apachurrado, los párpados hinchados y un insomnio pegado en la piel, denota una recóndita amargura interior. El trajín diario de mantener encendido el botafumeiro de Telesur para lanzar incienso al Comandante- Presidente, es un esfuerzo agotador.

Si cree el chupatintas que llamándonos viejo compone su inseguridad interior y tapa su incapacidad para el diálogo, no hay pena. Fue el Amiel que Gregorio Marañon nos enseñó a conocer, quien dejó dicho: «Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría, y una de las partes más difíciles del gran arte de vivir».
Ese adoquinado de experiencias, Andresito, si no lo llegas a transitar, te habrás perdido el más dulcificador tiempo de la existencia, y ruego al destino que lo consigas para que puedas ver con tus propios ojos – sucederá mucho antes, por supuesto – el fracaso de esta revolución insana de la cual te convertiste en felpudo.

Un recién jubilado como yo, recibiendo una miaja del Seguro Social tras 35 años de cotizaciones, le cambia a palo seco sus bagajes, consistentes en cuatro mil libros manoseados, un carro del año 76, y el arcaico apartamento sin estacionamiento en el que mora en la vereda de Chacaíto y adquirido a plazos, por el 0,1 por ciento de los bienes de cualquier mediano chavista con una sinecura oficialista, incluyéndote a ti, donillero o fullero de profesión.

Ah, y no olvides mi libro «El triángulo de la corrupción». En él beberás los valores de una libertad moral que hemos intentado practicar siempre.

Con Hugo Chávez fuimos de la ilusión al desencanto. Quien no tenga un pizco de dignidad propia, no lo entenderá jamás.

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