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La urgencia de un discurso

Existen variadas definiciones sobre lo que es una nación, aunque todas hacen referencia a un conjunto de personas que se encuentran unidas por vínculos comunes como son la raza, la cultura, las costumbres y las tradiciones, que van conformando su historia dentro de unos límites geográficos, pero fundamentalmente por compartir la misma lengua que, a su vez, se utiliza para construir y unificar a la nación y a su historia. Esa lengua se transforma en lenguaje político, herramienta fundamental para lograr un pacto social, que es el resultado de la dinámica democrática expresada en acuerdos sobre estrategias y soluciones colectivas, que aglutinan las individualidades en una causa común, en un destino común de nación. El lenguaje político es la expresión de una conciencia de Estado para enrumbar la nación, independientemente de las ideologías y tendencias que convivan en su interior.

Contrario a esto, en Venezuela predomina un lenguaje de odio, reduccionista y excluyente, típico de los totalitarismos de todo cuño. Un lenguaje que divide y fractura en vez de unir. Un gobierno, conformado por una minoría inepta y corrupta ha impuesto los estrechos límites su visión del mundo a toda una sociedad. Los resultados están a la vista. Pero lo más perverso ha sido la demolición del lenguaje político, con su desaparición se extinguieron la democracia y su sistema de libertades, de progreso individual y colectivo en medio de un despropósito pervertido, desatinado y nihilista.

La amenaza, el avasallamiento, el irrespeto y la indignidad, constituyen la estructura de un discurso que arremete a diario contra la construcción de la verdad social, que debe ser el producto del conjunto de subjetividades que la conforman. Según Jean Pierre Faye (Langages totalitaires, Hermann, París, 1972), el lenguaje totalitario es de por sí limitado debido a la exclusión que hace del resto de la sociedad que no piensa como su emisor. Es un lenguaje pervertido y destructivo debido a la ilegitimidad y deshumanización del individuo que trata de imponerlo, pues para lograrlo debe recurrir a la violencia contra la voluntad de los otros, despreciando su dignidad, conduciendo al colectivo a espacios pre-políticos, pre-sociales, primitivos.

El sociólogo Ernest Gellner, sostiene que dos personas son de la misma nación si comparten la misma cultura, entendiendo por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta y comunicación. Entonces, el lenguaje actúa como denominador común de cualquier identidad, es decir, es el instrumento indispensable para construir una visión del mundo y orientar el devenir de una nación. Pero el régimen a conducido a la sociedad venezolana a la polarización y a la crispación. Nos preguntamos entonces. Cuál es el lenguaje de los jóvenes que nacieron en 1998 y que junto a los que respaldan al régimen se han nutrido durante 19 años de un discurso onomatopéyico y envilecido que solo expresa las limitaciones y pobreza mental de sus emisores. ¿Cuál es su visión del mundo?. La respuesta es lo que Ludwig Wittgenstein acertó al afirmar: “Los límites del lenguaje son los límites del mundo”.

La construcción de una nación, es la suma del aporte de las narrativas individuales, de las convicciones, fidelidades y solidaridades de cada uno de sus ciudadanos (Gellner). Una nación es una dinámica y permanente construcción humana. Para la supervivencia como nación se hace necesario suplantar la estrechez de ese otro discurso que nos han impuesto hasta ahora. Un discurso que motive la sinergia de todos los venezolanos y que sea capaz de construir una causa que nos conmueva y nos movilice permanentemente en la defensa de la democracia, de los derechos humanos, del progreso, de la libertad, la igualdad y la justicia social, de hacernos sentir orgullosos de pertenecer a una nación digna en el contexto global del siglo XXI. Un discurso unificador que transmita conceptos, ideas, estrategias y convicciones. De acuerdo con George Steiner “no nos quedan más comienzos”, por eso, a la esperanza hay que ponerle nombre, ideas y programas, para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación a la que aspiramos y merecemos. Cada día que pasa se hace más urgente.

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