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La venezolana que se convirtió en la «Reina del fetiche» en Nueva York

Por Maibort Petit – Nueva York

@maibortpetit

—Probablemente nunca lo hubiese imaginado. Sólo sabía de Nueva York por las películas hollywoodenses que, por lo general, tienen un final feliz, lo cual no fue mi caso. Cuando estaba en Guarenas pensé que huir del caos creado por la crisis económica y política era una opción que me daría satisfacciones. «Al menos podré comer y satisfacer mis necesidades», me dije, no obstante, la realidad supera la ficción que pareciera vivimos los venezolanos en los tiempos de Maduro.

Estas fueron las confesiones que me hizo Mari Luz, una joven de 24 años que decidió mudarse a Nueva York en 2016 y que, desde la fecha, ha pagado sus facturas y las de sus padres, quienes viven en Venezuela, a merced de su generosidad.

—Cuando bajé del avión en el Aeropuerto Internacional ‘John F. Kennedy’, pensé que había logrado mi sueño. «¡Ahh estoy en Nueva York!», me repetía en mi mente, no sé si por felicidad o para darme ánimo de seguir adelante. Una amiga de mi tía me esperaba en su casa, porque estaba trabajando y no le daba tiempo de irme a buscar, aparte de que no tenía carro y el transporte público es un maratón.

Recuerda que como no hablaba inglés, tuvo muchas dificultades en entender cómo tomar el tren para ir a Queens, donde se quedaría los primeros días de su aventura que ya tiene más de un año.

—En mi confusión, un hombre gringo de unos 50 años se me acercó y me dijo con un acento que imposibilitaba la compresión: «¿Tú necesitar ayuda?», me preguntó. Temerosa le dije: «Necesito ir a Queens y no hablo inglés, no sé cómo irme a la casa de una amiga». El caballero me respondió: «¿Qué lugar en Queens?», y le mostré el papel que traía con la dirección. Entonces me aseguró: «Yo puedo llevarte si lo deseas». Respiré profundamente y le dije que sí, que me llevara y agradecí su gesto.

Mari Luz cuenta que el hombre, llamado John, la hizo caminar por pasillos interminables donde había gente de todos los lugares del mundo, escaleras mecánicas, y luego salieron a un estacionamiento ubicado en las afueras del terminal.

—John me contaba en su limitado español las maravillas de la ciudad que nunca duerme. En unos 30 minutos me dejó en la dirección que le había indicado, me dio su número de teléfono y se despidió tomándome la mano y diciendo, «Llámame cuando necesites un conductor o cualquier otra cosa» —cuando me contaba su historia, lágrimas inesperadas salían de sus ojos color chocolate.

La chica me dice que su llegada a la casa de la amiga fue extraña… un desaguisado.

—Llegué y de inmediato, José, el esposo de la amiga de mi tía me dijo que me apurara, que estaba tarde para su trabajo, que había pasado mucho tiempo esperándome y que no tenía tiempo. Me invitó a buscar trabajo y habitación de inmediato. «Aquí no se puede estar parado, el tiempo vale, los billes —término usado para definir las facturas por pagar— no paran y hay que trabajar en lo que salga.

Estaba cansada, confiesa, pero ante tal recibimiento no le quedaba otra. Preguntó a dónde podía ir a buscar empleo y el hombre le dijo que a unas cuadras de allí él tenía un contacto que le podía enganchar en una chamba. Tomó un vaso de agua y salió junto a José, de quien cuenta, se veía nervioso y apesadumbrado por su visita.

Mari Luz me confesó que estuvo conversando con una señora colombiana que le ofreció limpiar dos casas por día, que le pagaría 12 dólares la hora y que «la agencia» se quedaría con 2 dólares de fees —matrícula—. Aceptó.

—Le pregunté si podía empezar ese mismo día y me respondió: «No, vente mañana a esta dirección».

Salió de allí sin saber a dónde ir. Alguien le dijo que en el periódico «El Especialito» podía conseguir trabajos y otros datos, agarró uno de una caja repartidora que estaba en la calle y se sentó a leer y ver qué conseguía. Entre clasificados y avisos de todo tipo recortó varios números de teléfono para llamar luego.

—Una mujer dominicana a quien le pregunté cómo regresar a la dirección de mi amiga, me dijo que quitara la cara de funeral que tenía. Le comenté que estaba llegando de Venezuela y me dijo que veía en las noticias lo mal que iban las cosas por allá. «Búscate trabajo muchacha, como eres bonita te puede ir bien por aquí», me dijo. Debo confesar que sentía una extraña sensación. Mi primer mes en Nueva York fueron días de desazón. Entre desprecios, malos ratos y promesas incumplidas, empecé a sentir que había cometido un error al venirme a la gran ciudad llena de basura y ratas. Empezaba a cansarme de trabajar en la limpieza de casas cuyos dueños pagaban 22 dólares la hora y yo cobrara apenas 10 dólares.

El día en que debía mudarse de la casa de su amiga, Mari Luz llamó a John. Sí, John, aquel hombre que se ofreció a llevarla del aeropuerto a Queens.

—Marqué su número de un celular prestado y le pedí que me auxiliara si le era posible. Me dijo que me recogería en una hora y que hablaríamos. Así fue. Al verlo le conté mis desgracias y él me dijo que si quería probar trabajando en un local de unos amigos, donde se ofrecían servicios a caballeros y damas de gustos profundos. No entendí pero le dije que podía probar. Me llevó a un lugar ubicado en la famosa 5ª avenida de Nueva York, a escasos metros de la catedral de San Patricio, centro de devoción y de turismo de altura. Fui con «mi amigo», quien a su vez me presentó a otro hombre que no hablaba español. Solo me dijo «bonita, bonita». Luego llegó otro llamado Juan que con acento dominicano me informó que me iba a llevar a un lugar para que observara, y si me animaba, aprendiera un nuevo oficio que me pagaría bien».

Entonces cuenta cómo bajaron por unas escaleras que los condujeron a una especie de sótano donde había luz tenue, música relajante, sofás de color púrpura con unos cojines con pelos inspirados en la naturaleza más salvaje y muy confortables. Recuerda que había una joven latina de unos 18 años sentada en un sillón blanco, vestida como una niña y con los pies descalzos colocados suavemente en una mesa de cuero cubierta con lo que parecía ser, o por lo menos imitaba, una alfombra de alpaca. Más adelante visualizó un bar con colores tenues pero agradables, un violinista tocando frente a una pareja y dos barristas vestidos ligeramente. El trabajo era muy sencillo: sustituir a una chica que había renunciado. Diariamente, debía satisfacer los extraños caprichos de los misteriosos clientes que, sin revelar su identidad, hacían gala de sus secretos más ocultos.

Labio pintados

Así, Mari Luz entró a una dimensión desconocida para ella. Por día recibía pagos que jamás hubiese imaginado. Hombres y mujeres con una alta dosis de pasión desenfrenada a veces le daban propinas que superaban los 500 dólares. La chica de Guarenas entró al mundo del fetichismo que en la Gran Manzana es un negocio millonario que posee clientela sin nombres ni apellidos, pero con billeteras repletas de dinero que pagan sus deseos sexuales más allá de la relación íntima tradicional.

Mari Luz descubrió los beneficios económicos que trae ayudar a estimular los deseos sexuales de aquellas almas que pululan por los centros de fetichismo de Manhattan y que están dispuestos a pagar fortunas por aquellas experiencias que les permitan volcar sus cinco sentidos hacia las partes del cuerpo, prendas u objetos, con el ánimo de obtener satisfacción.

La chica venezolana, que estudió hasta tercer semestre de bioanálisis en la UCV, ahora ocupa parte de su tiempo en cosas como dejarse chupar ardorosamente un pie por los desteñidos consumidores de los productos prohibidos por el tupé social.

—Hay muchos clientes que me pagan para ponerles y quitarles pañales, y estrujarles talco con perlitas de colores en sus partes íntimas.

El fetiche sigue siendo negocio en la ciudad de Nueva York. Muchas jóvenes logran pagar sus estudios o ahorrar dinero al servir a sus clientes en los lugares de sosiego, aunque a veces toca visitarlos en sus oficinas comerciales, en sus carros o talleres.

—Muchos quieren experimentar sensaciones en territorios jalonados, en salones particulares o en los muelles, inclusive, durante el invierno —asegura la joven, quien ha logrado en menos de un año ganar suficiente dinero para mantener a su familia en Venezuela y emprender un negocio que la lleve a convertirse en empresaria.

—¿Cuáles son los fetiches más extraños que te ha tocado complacer? —le pregunté.

—Son muchos y muy raros. Un día un gringo me pagó 800 dólares por pasar una hora poniendo los pies con zapatos de tacones altos rojos sobre el acelerador de su vehículo. Me sentí extraña y, al final, casi me quedaba dormida mientras el cliente lograba un éxtasis que, según él, jamás había experimentado.

—Otro —me cuenta más adelante— me contrató para que pasara mis partes íntimas sobre el volante de su carro deportivo. Me hizo desnudarme de la cintura hacia abajo, usando tacones y restregando mi vulva una y otra vez sobre su vehículo que costaba una fortuna. Quedé muy agotada luego de pasar dos horas en posiciones nada cómodas para complacer los fetiches del arrogante cliente. Un cliente una vez me pagó buenísimo por dejarme chupar el ojo. La sensación que sentí fue desagradable, pero él acabó con el sólo hecho de colocar su lengua en mi ojo y lamerlo hasta lograr su clímax. Él me decía que quería worming y yo no le entendí y le dije que sí, y de inmediato el tipo se lanzó sobre mi cara y empezó a lamer primero un ojo y luego el otro. Con el tiempo supe que los fetichistas sienten placer con lo que se conoce como oculolinctus, que es una de las raras experiencias que les da un placer indescriptible, según los practicantes.

—¿Te han obligado a tener sexo?

—Sólo en pocas oportunidades. Siempre se satisfacen ellos mismos al hacer realidad sus deseos más ocultos. Una vez una mujer me contrató para vestirse de hombre, hablar con gritos, fantasear como un hombre durante los juegos preliminares al sexo. Luego me acarició en las zonas más sensibles y se puso a llorar de placer. Jamás había visto algo así. Al terminar me regaló 400 dólares y me dijo que me llamaría nuevamente.

En Nueva York los bares de fetichismo funcionan escondidos detrás de fachadas inimaginables. Hay una gran variedad de salones de placer en Midtown y las zonas donde el dinero inunda y compra hasta el alma más recatada. En el Distrito Financiero, área en la que funciona el famoso Wall Street, el servicio se ofrece en salas privadas o en las oficinas de los millonarios brokers de la bolsa. Hay barcitos oscuros, con luces caprichosas, donde se junta la sodomía llegada de otros mundos con la natural de la zona, a realizar sus sueños, esos inconfesables que la ética y las buenas costumbres no deja asomar rutinariamente.

Si bien en la ciudad la prostitución es un negocio ilegal, es probablemente uno de los más rentables y practicados por las mujeres y hombres que llegan a la Gran Manzana, animados por el marketing que por años ha vendido a Nueva York como el lugar donde todo es posible. Y, ciertamente, así es. En la enorme selva de concreto abundan las satisfacciones de medianoche, los sueños y también las frustraciones.

Cuando se camina por las calles de Nueva York es posible observar las caras trasnochadas de sus habitantes, muchos guardan sus insondables ambiciones. Con regodeo observan las vitrinas que exhiben extraños aparatos que, de solo verlos, causan apetencias impropias que pretenden ser desalojadas de la mente sin éxito.

En Nueva York abunda esa potencia sexual que da pánico. En las últimas décadas el gobierno de la ciudad ha dejado en el desdén los acosos a las almas contaminadas que buscan saciar sus pasiones pagando generosas propinas a los realizadores de esos encantos. Mari Luz me aseguró que dar placer a los fetichistas se ha convertido como en una especie de adicción, no sólo por los pagos y regalos que recibe, sino porque siente que entró en un mundo desconocido donde a la vez presta un servicio a aquellos que lo necesitan.

—Para mitigar las dudas y los complejos que a veces me vienen a la cabeza, trato de pensar que son como pacientes que necesitan sanar sus dolores —dice, tal vez, como una manera de justificarse.

La palabra «fetichismo» viene del latín «facticius» que significa «artificial», y del portugués «feitiço», que se traduce como «magia» o «manía». El francés «fetiche» también hace su aporte. Entretanto, la ciencia lo define como una parafilia que consiste en la excitación erótica o la facilitación y el logro del orgasmo a través de un objeto fetiche, como una prenda de vestir o la termodinámica.

¿Una práctica inofensiva?

De acuerdo con la Academia de psiquiatría, el fetichismo sexual se considera una práctica inofensiva, salvo en el caso de que provoque malestar clínicamente significativo o problemas a la persona que lo padece o a terceros, pudiendo en este caso llegar a considerarse un trastorno patológico propiamente dicho.

Algunos expertos lo califican como enfermedad siempre y cuando sea una conducta recurrente durante, al menos, seis meses, necesaria para la excitación sexual y que afecte la vida social o laboral de la persona que lo padece. En el caso de que ésta trastoque la vida social o laboral del paciente, se considera simplemente como una manifestación de su sexualidad.

En Nueva York es tan popular el fetichismo que hasta una fiscal de la oficina de la Procuraduría de la ciudad, Alisha Smith, de 36 años, trabajaba como fiscal de día y como «artista» pagada en eventos fetichistas en su tiempo libre. La oficina suspendió a Smith después de que la prensa divulgó detalles de sus actividades extracurriculares.

Empresaria del sexo

A Mari Luz le ha ido tan bien en el negocio de complacer a los fetichistas, que ha pensado convertirse en independiente y ofrecer sus servicios por internet al mejor postor.

—Yo gano un porcentaje por los servicios y las propinas que son muy generosas, pero el dueño del local se queda con una parte del pago. Creo que podría conseguir los clientes yo misma y así quedarme con toda las ganancias.

Confiesa que en el club la llaman la «Reina» y que muchos de los asistentes a los centros de placer la prefieren por la calidad de sus servicios.

—En menos de un año he logrado perfeccionar el arte de la seducción y la satisfacción de los clientes hambrientos de placeres ocultos. Lo que antes me parecía extraño ahora me parece rutinario. En la cotidianidad del oficio he conseguido la tranquilidad que me ha permitido poner mis tabúes y mis sentimientos de vergüenza y tristeza de lado. Aquí en Nueva York soy lo que soy, y afortunadamente no tengo que explicarle a nadie por qué soy lo que soy. En Venezuela la historia es otra, y por ahora mi gente necesita de los dólares que gano como la chica que complace a los fetichistas de la Gran Manzana.

—¿No crees que es peligroso dejar la seguridad que te brinda el local?

—Para nada, hasta ahora todos los clientes que he tenido, además de ser extremadamente generosos, son educados y considerados; las mujeres me han invitado hasta a serviles de acompañantes en algunas de sus actividades. [Algunos] Se convierten en mis amigos y me confían sus apetencias más recónditas.

—¿Tienes estatus migratorio?

—No, por ahora, pero estoy dispuesta a pagar al mejor abogado para lograr quedarme en este país que me introdujo a un mundo desconocido que me ha generado más dinero del que hubiese podido imaginar. Y sé que muchos pueden pensar que soy prostituta, pero yo les digo que no, que no es lo mismo complacer a los fetichistas que vender tu cuerpo a diario. Son dos cosas diferentes.

—¿Volverías a Venezuela si se producen cambios políticos y económicos?

—Tengo sueños, muchos sueños. Los meses que he vivido en Nueva York me han transformado. Hoy día soy una mujer diferente, muy diferente a la que llegó de Guarenas. He aprendido a sobrevivir en una jungla y he entendido que puedo lograr mis objetivos aunque el sacrificio sea muy grande. Si pongo en la balanza las frustraciones y malos tratos que recibí a mi llegada, más todos esos momentos que he vivido desde que entré a trabajar en el mundo del fetiche neoyorquino, te puedo confesar que todas estas experiencias me han hecho madurar. Tengo 24 años y siento que he vivido toda una vida en menos de un año (…) ¿Y sabes qué? No me voy a dar ahora que he logrado conseguir la forma de mantener a mi familia y darle medicinas, comida y bienestar en un país destartalado como el nuestro. Cada día cierro los ojos y me digo a mí misma: «Tengo que seguir adelante, y así lo haré». Me quedaré en Nueva York y no sé si algún día regrese a Venezuela para quedarme. Hoy en día no lo sé.

—¿Crees que la mujer que hay dentro de esa «reina del arte del fetiche» puede lograr sostener una relación de pareja normal?

—Yo no ando buscando el amor, ni a ninguna pareja. Mi objetivo en este momento de mi vida es otro. Quiero estabilidad económica, no tengo pensado tener pareja. Todo lo contrario, me siento bien estando sola. La vida de soltero tiene ingredientes extraordinarios que no se aprecian cuando existe un obsesión por estar casada o tener una familia. Yo dejé eso atrás, allá en Guarenas. Ahora quiero desarrollarme como empresaria de este negocio, esa es mi meta y sé que la voy a lograr.

—¿Te calificas como una mujer feliz?

—Hace rato que no pienso en eso de la felicidad. Antes creía que la felicidad era posible, tenía una estructura mental limitada. Hoy en día creo que la satisfacción de tus necesidades y la posibilidad de poder comprar lo que quieres y ayudar a tu familia te produce una especie de felicidad. Mi historia no es como las películas de Hollywood. Eso también lo aprendí. Los finales perfectos y felices no existen en la realidad. Yo sigo mi camino buscando mi satisfacción sin detenerme a pensar en los viejos parámetros de felicidad que lucen inalcanzables en esta época de realismo puro.

Con ese ritmo tropical que caracteriza a las venezolanas al caminar y una mirada que se desliza entre el orgullo y el sofoco del qué dirán, Mari Luz se despidió de mí dejándome a su andar la curiosidad de lo que realmente la llevaba a desnudarse de su esencia de mujer, para entregarse al placer de los paganos clientes que la frecuentaban —día y noche— en el club de fetiche más costoso y oculto de Nueva York.

Nota: La protagonista de esta crónica me puso como único requisito para darme la entrevista que ocultara su nombre de pila por el bienestar de su familia en Venezuela. Ella escogió llamarse Mari Luz no sólo para ésta nota sino para su desempeño como la «Reina del fetiche»

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