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Aldea de Panamá acoge migrantes desesperados por llegar al norte

Los migrantes que entran a Panamá desde Colombia son sometidos al programa llamado Flujo Controlado, que incluye un proceso biométrico para determinar si generan alerta migratoria, así como un eje humanitario y sanitario con vacunación, antes de ser trasladados hacia la frontera con Costa Rica para que sigan rumbo al norte.

«Estamos preparados, Panamá tiene todo un protocolo para este tipo de migraciones, este tipo de crisis (…) el problema va a seguir», explicó el director del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), Éric Estrada, quien tildó de «importante la colaboración regional en un problema que es de todos».

Necesidades básicas

El Senafront levanta una estación temporal de ayuda humanitaria en la comunidad de Lajas Blancas (Darién), con capacidad para recibir hasta 1.400 personas quienes tendrán cubiertas necesidades básicas como agua potable.

En Peñita, los migrantes permanecen unas dos semanas mientras son sometidos al programa de flujo controlado. Los que viajan en grupos familiares están en unas carpas apiñadas dentro de al menos cuatro galpones. El agua potable disponible llega en camiones y cuentan con un paramédico y un «enfermero de combate» del Senafront.

En otros espacios del poblado están los migrantes que viajan sin familia. E, incluso, algunos de los viajantes conviven con los lugareños en sus hogares.

Centenares de migrantes en Peñita

En Peñita, una aldea indígena enclavada en la selva del Darién panameño, la ribera del río Chucunaque está plagada de pequeñas embarcaciones en las que cada semana llegan centenares de migrantes en su peligrosa ruta hacia un futuro incierto en norteamérica.

Las aguas se agitan por momentos debido a las copiosas lluvias típicas de esta época del año, lo que no impide que los migrantes, hombres, mujeres y muchos niños de todas las edades y procedentes del Caribe, Asia y África, conviertan el caudal marrón de este río en un rudimentario balneario para asearse y lavar sus ropas.

Con la muerte al acecho

«En esa selva he tenido suerte (…) yo mismo vi personas muertas allí», comentó a Efe Joseph Casseus, un haitiano de 40 años que viaja con su esposa embarazada, de 39 años, y que tras vivir varios años en Brasil decidió «buscar otro camino … a ver si llegamos a Estados Unidos».

«No tenemos familia aquí» argumentó Joseph al descartar la idea de quedarse en Panamá, adonde han llegado por el río y a pie por la selva, límite natural con Colombia, más de 11.100 migrantes sólo este año en su tránsito hacia el norte, según cifras del  Senafront.

Lo tortuoso del viaje es descrito por varios migrantes haitianos y cubanos que están en una especie de campamento temporal de ayuda humanitaria regentado por Senafront en Peñita.

Cortesía Eco TV de Panamá

Un total de 1.516 haitianos, cubanos y otros procedentes de África o Asia se amontonan en este campamento mientras que otros 1.560 se hallan en Bajo Chiquito, al otro lado del río Chucunaque y primer punto al que llegan los migrantes.

Desde Bajo Chiquito salen con destino a Peñita las piraguas o canoas, que pueden cargar entre 10 y 15 migrantes, quienes pagan hasta 25 dólares cada uno por el viaje.

«Ese clima tropical de la selva de Darién es muy complejo, alberga cualquier cantidad de situaciones de riesgo», dijo a Efe el comisionado Yadiel Cruz, ejecutivo de la Primera Brigada Oriental del Senafront.

Hace un mes, seis migrantes que descansaban en las orillas del Chucunaque murieron ahogados, entre ellos dos niños, tras ser arrastrados por una fuerte corriente de agua, relatan los lugareños.

Los peligros de la travesía

Edue Kemplet, un haitiano de 28 años que llegó a Peñita con su esposa e hijo procedente de Chile -donde vivió seis años-, cuenta que en una montaña que atravesaron en Colombia le robaron todas sus pertenencias y dinero.

«Comenzamos muy difícil en Colombia. En la ‘montaña de la muerte’ algunos demoran seis días para llegar al primer campo, otros hasta 20 días (…) Haitianos, indios y africanos murieron en la montaña», relató este hombre, que dijo tener licencia para operar grúas de horquilla, la ocupación que tenía en Chile.

La cubana Lisandra Farray Rodríguez, de 30 años y embarazada de cinco meses, narró casi la misma historia de hambre y pérdida de todas sus provisiones y dinero en esta aventura. Dijo que lleva un mes en Darién y que ha solicitado refugio para quedarse en Panamá.

«No tengo el sueño americano, simplemente (quiero estar) donde haya un país que me pueda acoger, donde tenga mis derechos, donde pueda vivir como un ser humano», expresó.

Otra joven cubana, Gladys Lisandra Pérez, afirmó que desea quedarse en Panamá, donde hace un mes dio a luz a un bebé al que llamó Darién Reyes Pérez. Mientras abordaba un autobús que salía de Peñita con su niño en brazos reafirmó que su «destino es Panamá».

Nueva realidad migrataria en Darién

«La migración en Darién llegó para quedarse y esto es una premisa que tenemos que tener presente», aseguró a Efe el oficial de Programas de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá, Gonzalo Medina.

Las cifras de la OIM parecen respaldar esa afirmación: mientras en 2006 solo 79 personas cruzaron el Darién, en 2012 subió a 1.777 para luego dispararse en 2015 a 29.289 y en 2016 a 30.055, cuando en su mayoría eran cubanos que buscaban llegar pronto a EEUU ante el histórico deshielo de las relaciones con Cuba, que llevó finalmente a la abolición de las normas migratorias favorables a los isleños.

Solo en lo que va de 2019, según datos del Senafront, han llegado al Darién 11.103 migrantes, de ellos 258 niñas y 202 niños. La OIM explica que estas personas vienen de Cuba, Haití, Nepal, India y Bangladesh.

«La mayoría ya estaban en algunos países de Suramérica como Brasil, Argentina o Venezuela, pero la situación económica actual de esos países les ha empujado a viajar a norteamérica», afirmó Medina.

Este año, la OIM ha identificado entre los migrantes una mayor cantidad de familias acompañadas de niños, lo que «es una característica muy particular de este flujo», destacó el funcionario, y afirmó que la mayoría de estos migrantes «cruzan el Darién en grupo, sin la ayuda de coyotes o traficantes».

Pero aclaró que, en todo caso, «las rutas que usan las redes del crimen organizado para el trasiego de armas y droga son las mismas que usan los migrantes».

El fragor en Peñita

Peñita, una aldea de la etnia Emberá Wounaan de unos 800 habitantes, ha dejado de ser una localidad fantasma y la actividad comercial que se limitaba a los miércoles, con la llegada de víveres y otros enseres por el río, se extiende ahora toda la semana con ventas callejeras.

Ropa, calzados, pañales, chips para teléfonos, enrutadores de señal inalámbrica, son algunas de las mercancías que ofrecen vendedores ambulantes venidos de otras provincias, mientras en el pueblo se han improvisado pequeñas fondas y hasta una oficina para transferencia de dinero que se anuncia con un cartón.

«Mientras no sea un riesgo a la seguridad y convivencia ciudadana estaremos aquí para que estas personas migrantes puedan realizar un tránsito realmente complaciente, recuperándose del trauma sufrido en los caminos «, dijo el comandante del Senafront.

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