Actualidad Internacional

Berlusconi, otra vez

La canción no dice la verdad. El Caimán no se va. El Caimán ha vuelto. Ahí está, ocupando de nuevo las portadas de los periódicos del mundo entero. A sus 71 años, con su inimitable récord de 93 procesos judiciales abiertos y cero condenas firmes a la espalda, el señor Berlusca, Il Cavaliere, Silvio, ha regresado, tras dos años de breve ausencia, al único poder que le faltaba, el poder político.

Ha vuelto audaz como siempre, un poco menos rico -ya sólo es la tercera fortuna italiana y la 90ª del mundo, con 9.400 millones de dólares, según Forbes-, pero ahora, si cabe, más inmune y poderoso. Y más institucional también, según subraya su viejo amigo Bruno Vespa, presentador del incombustible programa Porta a porta, en RAI-1: «Esta vez lo veo distinto. Más serio, más responsable, más prudente. Ya no promete milagros. Esta vez ha llegado al poder para dejar su sello. Tiene 71 años, 20 casas, barcos maravillosos, y no le basta con ser el primer ministro más duradero de la historia italiana. No quiere protegerse ni gobernar. Quiere realmente cambiar el país».

Le anima una energía indomable. Vean ese aspecto lustroso, siempre sonriente. Recuerda a la caricatura de un niño: los dientes blanquísimos, la piel bien estirada, el implante de pelo marrón sombreando allá atrás. Y siempre los reflejos despiertos y una bala en la recámara para soltar un chascarrillo o piropear a una dama, sobre todo si es joven y voluptuosa. No. Tampoco esta vez ha reprimido sus bravatas misóginas, sus palabras xenófobas, los anuncios de obras faraónicas como el puente de Messina… «No lo puede reprimir, es una cuestión de carácter. Pero ahora se arrepiente y antes no lo hacía», dice Vespa.

Berlusconi fue primer ministro en 1994, apenas ocho meses, y volvió a serlo entre 2001 y 2006. Tras cinco años de delirios incumplidos, broncas partidistas, escasísimo crecimiento económico y permanente conflicto de intereses, pasó a la oposición. Ahora, su enésimo regreso, y su sorprendente forma de conseguirlo -con el apoyo democrático de 17 millones de italianos-, supone un misterio insondable para mucha gente.

Algunos llevan mal su carácter, ese buen humor perpetuo; otros desconfían de su retórica de vendedor de alfombras; los más críticos dicen que su demagogia populista (Popolo della Libertà) apenas esconde un ramalazo fascistoide, edulcorado con cifras, bromas, encanto y sonrisas.

Pero las cifras mandan en democracia. Y según muestra el examen poselectoral del analista Ilvo Diamanti, el triunfo de Berlusconi por nueve puntos de diferencia globales ha sido arrasador en muchas zonas del país: el PDL se ha impuesto al Partido Democrático de Walter Veltroni por 17 puntos en el noroeste, 19 en el noreste, 15 en el sur y las islas. El PDL es el primer partido en 67 provincias, el PD gana en 35 y la Liga Norte en 6.

Mauro Calise ha escrito en Il Mattino que Italia «no se ha dado en estas elecciones un líder político, se ha dado Il Capo».

Berlusconi, eso es indiscutible, es el jefe de Italia desde hace muchos años. Su habilidad para el marketing es innata: siendo un niño, cuando vendía apuntes escolares a sus compañeros de clase. A los 18 años ganó su primer capital como animador musical en cruceros por el Mediterráneo. Luego forjó su imperio con la ayuda de la Banca Rasini, donde trabajaba su padre, y una lluvia de dinero procedente de cuentas suizas. A principios de los sesenta, mientras estudiaba en la universidad, montó su primera firma constructora, Cantieri Riuniti Milanesi, con la que construyó ciudades dormitorio inspiradas en la utopía perfecta de Tomás Moro. En los setenta dirigió sus pasos hacia la comunicación. Fundó Mediaset, compró periódicos como Il Giornale, se hizo con tres canales de televisión privada y logró que su amigo Bettino Craxi, líder socialista con contactos hasta en el infierno, hiciera oficial el duopolio RAI-Mediaset…

En aquel tiempo, Berlusconi se inscribió en la poderosísima logia masónica P-2 y comenzó a tener problemas con la justicia. Él y, sobre todo, sus colaboradores más cercanos; especialmente su mano derecha, el siciliano Marcello Dell’Utri, senador y cofundador de Forza Italia, que ha sido condenado por asociación mafiosa y está todavía pendiente de recurso. También Berlusconi ha afrontado diversos procesos y condenas (por fraude, cohecho, corrupción, financiación ilegal del PSI…), aunque siempre acusó a los jueces de conspirar contra él, y unas veces por prescripción, otras por indultos, alguna por absolución y otras por inmunidad, siempre se libró de ir a la cárcel.

Hoy es el único político italiano, quizá desde Mussolini, capaz de manejar las voluntades del volátil y escéptico público-votante a su antojo. No por nada es un ejemplar italianísimo, un producto puramente made in Italy: simpático, campechano, elegante, ocurrente. Sólo un país tan fascinante, contradictorio y cínico como Italia puede inventar un político así: antisistema y a la vez especializado en poner el entero sistema político a su servicio.

«¿En qué consiste esa capacidad de hacer presa en el fondo del país y tenerlo en un puño?», se preguntaba esta semana el director de La Repubblica, Ezio Mauro. Y respondía: «En una Italia que ni siquiera se ha revelado nunca a sí misma su alma de derechas y la ha ocultado siempre bajo la ambigua complejidad democristiana, Il Cavaliere ha creado un sentimiento común de rebelión y orden que él impulsa y agita en función de las etapas y las conveniencias, con total libertad, porque no tiene que responder a una verdadera opinión pública ni en el partido ni en el país, sino que le bastan una adhesión, un aplauso, una vibración de consenso, como cuando la política se celebra a base de grandes acontecimientos, los ciudadanos se vuelven espectadores y los líderes se convierten en ídolos modernos, para utilizar la definición de Bauman. Unos ídolos tallados a medida de la nueva demanda, que ya no cree en formas eficaces de acción colectiva; unos ídolos ‘que no indican el camino, sino que se ofrecen como ejemplos».

Tiburón de las finanzas vocacional, Berlusconi ha conocido muy de cerca los barrizales del dinero, la corrupción, la mafia y la censura, y, sin embargo, ahí está, presumiendo de un expediente judicial inmaculado, convertido en un modelo, en un líder social. Aunque de vez en cuando se olvida. El último día de la campaña electoral, por ejemplo, tras haber calificado de «héroe» al difunto capo siciliano Vittorio Mangano, condenado tres veces por homicidio y narcotráfico a cadena perpetua, y que trabajó dos años, entre 1974 y 1976, en la villa milanesa del magnate (por eso se le conocía como el Guardés de Arcore), Berlusconi sostuvo, en directo, ante las cámaras de Tele 5, que Mangano, fallecido en 2000 bajo arresto domiciliario, nunca fue condenado en firme.

¿Fue esa frase palmaria un último mensaje electoral? ¿Iba dirigido a las familias? ¿Era una manera de asegurar los votos del sur, donde hacía sólo unos días los niños de un colegio napolitano aplaudieron en clase espontáneamente al oír el nombre de otro héroe, el mafioso más sanguinario de la historia de Italia, Totò Riina? Quizá todos preferimos, por pura higiene mental, quedarnos en la superficie, con el Berlusconi más cercano y bromista. Hacer como la escritora estadouniense Erica Jong, que el martes, durante una visita a Roma, dijo lo siguiente: «Berlusconi es un payaso como George W. Bush. No entiendo cómo los italianos le han votado. Lo mismo hubiera dado que eligieran a Tom Cruise o a Paris Hilton».

Pero, como dijo el clásico, hay gente pa’tó. Y otros estadounidenses, en cambio, se rifan a Berlusconi. El propio Bush, por ejemplo, se ha congratulado de poder volver a trabajar con «ese gran aliado de América» -por suerte para el mundo no coincidirán por mucho tiempo-, y no ha tardado ni 24 horas en invitarle a cenar en la Casa Blanca.

Claro que Bush y Berlusconi tienen una relación especial. Socios fundadores de la invasión ilegal de Irak, sus destinos están unidos por un nombre: Abu Omar. El 17 de febrero de 2003, a plena luz del día, este presunto terrorista egipcio, residente legal en Italia, fue secuestrado en Milán cuando se dirigía a una mezquita. Dos personas vestidas de policías que hablaban italiano le cerraron el paso, y otras le obligaban a entrar en un vehículo blanco. Fue conducido a la base militar estadounidense de Aviano, en el norte de Italia. De allí lo trasladaron en un avión Learjet LJ-35 con el indicativo SPAR-92 a la base estadounidense de Ramstein, en Alemania, y posteriormente a El Cairo, donde fue torturado, según su defensa.

Esta semana, el abogado defensor del ex responsable de los servicios secretos italianos (Sismi), Nicola Pollari, acusado del secuestro de Omar junto a otros tres altos cargos italianos y 26 ciudadanos estadounidenses, ex agentes de la CIA, ha pedido que el primer ministro saliente, Romano Prodi, y el primer ministro a cargo del Gobierno cuando sucedieron los hechos, Berlusconi, sean citados para declarar como testigos. El proceso es el primero que se realiza en Europa contra la actividad antiterrorista emprendida por los servicios secretos de Estados Unidos después de los atentados del 11-S.

Nunca sabremos si Bush y Berlusconi hablaron el otro día de Abu Omar. Lo que es seguro es que Berlusconi ha entrado con todos los honores en la alta política internacional. Probablemente, Bush estaba un poco celoso del presidente ruso, Vladímir Putin, que se apresuró a modificar su agenda para hacer el jueves una escala en Cerdeña en su viaje procedente de Libia y reabrir así, antes incluso de que su amigo haya tomado posesión del cargo, el eje Roma-Moscú, una amistad que parece mucho más prometedora (mediática y sobre todo económicamente) que aquel viejo y ya difunto eje de camaradería italo-rusa que unió a los respectivos comités centrales del PC durante gran parte de la posguerra mundial.

Los rumores de una hipotética venta de Alitalia a Aeroflot, descartada hace tiempo, han resurgido con fuerza nada más producirse la victoria electoral de un Cavaliere que parece haber perdido de repente el irrefrenable deseo patriótico de encontrar una solución italiana para la arruinada compañía de bandera. Sólo 48 horas antes del encuentro Berlusconi-Putin, la compañía rusa declaró desde Moscú estar «lista» para lanzarse de nuevo a la conquista de Alitalia, «si existiera voluntad política» por parte del Gobierno italiano.

A esas horas, Moscú había recibido ya el mensaje de Berlusconi, que en su primera rueda de prensa tras el triunfo electoral habló de la importancia de «potenciar los flujos de turistas chinos y rusos con vistas a la Expo 2015», que se celebrará en Milán.

La relación con Rusia será, sin duda, una de las estrellas del mandato de Berlusconi. Atendiendo a la extrema dependencia que Italia tiene de la energía que importa del exterior, muchos y rentables negocios asoman en el horizonte. Oficiales y menos, una vez se ha certificado la creciente capacidad de penetración global de la mafia rusa y de la ‘Ndrangheta calabresa.

Pero la cumbre de Cerdeña tiene otro interés. ¿Será el primer síntoma de la putinización de Italia que, según el intelectual Paolo Flores d’Arcais, está en la base de la agenda oculta de Berlusconi? Según el director de la prestigiosa revista Micromega, Berlusconi aspira a ser como Putin: impune, todopoderoso y eterno, aunque el camino suponga convertir a Italia, por decirlo así, en una dacha. El plan de Berlusconi consiste en imitar, pero al revés, la estrategia del hoy presidente y mañana primer ministro ruso: «La putinización de Italia supondrá cambiar la Constitución, poner la justicia completamente de su parte, gobernar para defender mejor sus intereses, y después llegar a la presidencia de la República con poderes reforzados: los medios, a su disposición; control absoluto de los servicios secretos, la policía, los Carabinieri… Así destruirá la democracia parlamentaria y edificará una democracia presidencialista».

La primera conclusión del triunfo electoral es que Berlusconi tiene manos libres. Como ha señalado el presidente de Confindustria, Luca Cordero di Montezemolo, consejero delegado de Fiat y presidente de Ferrari, «de los resultados electorales emergen tres elementos significativos: el primero -y más importante- es que hay una mayoría clara y neta, que permite una plena gobernabilidad; el segundo es que finalmente hay una fuerte simplificación de los grupos parlamentarios; el tercer elemento es la clara derrota de las fuerzas políticas portadoras de una cultura antiempresa, antimercado y antidesarrollo».

La simplificación -sólo seis partidos en el Parlamento- debe contribuir a que, cualesquiera que sean los planes que Il Cavaliere tenga, los cumpla. Esta vez no tendrá a su tradicional enemigo, la izquierda radical, en el Parlamento. La travesía histórica del comunismo italiano ha terminado, como ha señalado estos días, con su malicia habitual, el líder leghista Roberto Maroni, «veinte años después de la caída del muro de Berlín».

La antinatural coalición de nueve partidos reunida en torno al último Gobierno de Romano Prodi, y el deseo de gobernabilidad y estabilidad de un electorado cansado de politiqueo y navajazos entre supuestos colegas de coalición, ha desembocado en la salida del Parlamento de las dos fuerzas históricas, con la Democracia Cristiana, del país: comunistas y socialistas. En ese contexto, si las cosas van razonablemente bien y la extemporánea Liga Norte y la salud o el tiempo no lo impiden -un galeno romano con buenos contactos en Milán cuenta que Berlusconi «no obecede ni a sus propios médicos»-, no sería raro que Il Cavaliere coronara su último reinado con siete años más como presidente de la República.

Su éxito ha supuesto, además, el triunfo de la periferia industriosa y asustada sobre la Roma canalla, la Roma ladrona, la casta política. Hasta los votantes de izquierda han votado Berlusconi y Liga. Diamanti: «De cada 10 electores de los partidos de izquierda radical, menos de tres han sido fieles y otros dos han votado al PD o a IdV, siguiendo el reclamo del voto útil. La otra mitad se ha dividido a partes iguales entre la abstención y otras formaciones. Por Berlusconi, en el sur. Por la Liga, en muchas zonas del norte».

Al otro lado, como jefe de la oposición y del gobierno en la sombra, estará Walter Veltroni, el hombre inteligente y tranquilo que ha perdido la guerra, pero ha revolucionado el panorama político con su simple decisión de presentarse a las elecciones sin coaligarse a la izquierda maximalista. Según todos los indicios, le ha faltado tiempo para hacer llegar su proyecto de renovación real a los ciudadanos suficientes. En todo caso, Berlusconi no tendrá por delante un camino de rosas. Su Gobierno tiene por delante una tarea hercúlea. La estabilidad debe permitirle cuadrar el círculo: liberalizar sin dejar por el camino a los millones de familias que pasan gravísimas dificultades económicas, modernizar las infraestructuras y reformar las instituciones para poner al día el país y mejorar la deteriorada imagen internacional, ofrecer salidas a millones de jóvenes mileuristas. Y además de todo eso, tendrá que controlar unas cuentas públicas desbocadas (105% de deuda pública) y reducir el gasto de la Administración menos eficiente y más cara de Europa (un 50% más de coste que la media).

Algunas voces han empezado a advertir de que la mayoría absoluta será movida. Si no en el Parlamento, en las plazas. Lo ha dicho, por ejemplo, el ex presidente de la República Francesco Cossiga: «Berlusconi tendrá que escuchar y acoger las preocupaciones de todos los antiberlusconianos, es decir, de todos los que hasta ayer estaban representados por Refundación Comunista y que ahora se ha quedado sin representación parlamentaria. Tendrá que hacerlo para impedir que se creen las condiciones para que vuelva el terrorismo brigadista…».

Cossiga prevé que Berlusconi, en cualquier caso, tendrá difícil gobernar. «Contra él estarán los sindicatos, para los cuales no todos los gobiernos son iguales; la magistratura, los poderes fuertes y los grandes bancos. Berlusconi está en las mismas condiciones políticas en que se encontraba en 2001. Una cosa es ganar y otra gobernar. Para gobernar hay que contar con el apoyo de los sindicatos, de los poderes fuertes y de la magistratura».

«Berlusconi está tratando de concienciar a los italianos de que vienen tiempos difíciles, con sacrificios y medidas impopulares», dice Vespa. Pero, como consecuencia del peso de la Liga Norte (más de tres millones de votos), tendrá que explicar un factor diferente: que el centralismo tiene los días contados en Italia. Si el sistema fiscal federal que impone la Liga no se entiende o no se hace bien, Berlusconi tendrá problemas.

La segunda clave de su Gobierno, ha dicho el líder de la derecha, será devolver la seguridad a los italianos. Pero, más que xenofobia, campos y miedo al inmigrante, los expertos dicen que lo que necesita el país es progreso y justicia: incorporar a la mujer al trabajo, luchar contra la evasión fiscal (Italia está en cabeza de la clasificación mundial, con 100.000 millones de euros estimados anuales), subsanar el exceso de regulación y de burocracia, y desterrar la extendida cultura de la corrupción y el enchufe. Aunque pedirle todo eso a un hombre tan acostumbrado como Berlusconi a ver la política como prolongación de sus negocios quizá sea demasiado pedir.

Para empezar, el papel de las mujeres en la III República será tan escaso como lo fue en la segunda y la primera: sólo hay un 17% de mujeres electas. Berlusconi ha prometido nombrar cuatro ministras -ya saben, «el Gobierno de España es demasiado rosa para el canon italiano»-, y sus favoritas son tres. Como dicen aquí, la Brambilla, la Carfagna y la Prestigiacomo. Atractivas, tan activas como llamativas, son perfectas para seducir al votante-espectador, y se han hecho las reinas de Youtube.it, pasto ideal para el chascarrillo estereotipado. Michela Vittoria Brambilla, ex presidenta de la patronal de jóvenes comerciantes e hija de un rico empresario alimentario, es conocida como Brambilla calze autoreggenti, porque ha enseñado varias veces a las cámaras sus medias autoadhesivas. La honorable diputada treintañera Mara Carfagna, ex modelo y artista en Mediaset, no ha dudado en dejarse filmar en bañador ni en ofrecer primeros planos del generoso escote. Y Stefania Prestigiacomo, ministra de Igualdad de Oportunidades en su segundo Gabinete, se presentaba así en su currículo cuando estaba en el Gobierno: «Católica, casada, mujer de negocios». Por ese orden.

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