Actualidad Internacional

El genio de la estafa

Un colombiano de 33 años demostró la semana pasada por qué es el estafador más famoso del mundo. La Policía de Estados Unidos lo capturó mientras cruzaba a pie la frontera desde Canadá. Y la noticia, muy pronto, le dio la vuelta al mundo. Diarios prestigiosos como el Guardian y el Telegraph de Londres le dedicaron generosos espacios y en los periódicos de Tokio se leía su nombre en español en medio de caracteres en japonés.

A diferencia de otros personajes del hampa criolla que se han hecho tristemente célebres por trayectorias repletas de sangre y terror, el valluno Juan Carlos Guzmán Betancur ha escrito su historia con un toque de glamour. En los diarios ingleses lo comparan con Raffles, un famoso bandido de ficción británico, y en los de Estados Unidos con Frank Abgnale, el célebre estafador inmortalizado por Leonardo Di Caprio en Atrápame si puedes.

La última vez que se había tenido noticia de él, según el Telegraph, fue en diciembre de 2006, cuando la Policía de Dublín lo capturó tras el robo a un hotel, y un juez irlandés decidió deportarlo a Francia, en donde se esfumó sin dejar rastro.

Pero Juan Carlos está dando de qué hablar desde 1993, cuando llegó como polizón, prácticamente muerto, a Estados Unidos. Los periódicos dijeron en ese entonces que había llegado del cielo como un milagro. A las 2:15 de la madrugada de un viernes de junio un empleado inspeccionaba en Miami el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de carga procedente de Colombia cuando de pronto Juan Carlos cayó como una piedra, «congelado y sin sentido».

Luego de resucitarlo, el polizón aseguró que se llamaba Guillermo Rosales, que tenía 13 años, que era huérfano y que sobrevivía comiendo las sobras que encontraba entre las basuras del aeropuerto de Cali. Por eso decidió correr tras un avión que iba a despegar y se trepó en su tren de aterrizaje.

Expertos alegaron que era imposible sobrevivir a un viaje en esas condiciones. En la escotilla donde supuestamente viajó -a más de 10.000 metros de altura- no hay presurización, las temperaturas pueden alcanzar 20 grados bajo cero, el ruido es ensordecedor, no hay oxígeno y sí todas las probabilidades de morir aplastado por el tren de aterrizaje.

Todos esos detalles hicieron aun más espectacular la odisea. La historia caló de inmediato entre la comunidad latina que pronto le dio a ‘Rosales’ la categoría de héroe, pues era un poco el símbolo de superación que los inspiraba. Y mientras se hacían movilizaciones en Miami para conseguir una «visa humanitaria» para el héroe, un policía colombiano llamado Jairo Lozano lo acogió en su casa.

Un día alguien llamó desde Colombia a una emisora en Miami, se identificó como familiar suyo y dijo que el protagonista de esta historia no se llamaba Guillermo, sino Juan Carlos, y que no tenía 13 sino 17 años. Pero Guzmán con gran habilidad aceptó haber mentido: «No quería que supieran mi nombre porque así localizaban a mi mamá, y yo no quiero volver porque ella y mi padrastro me pegan», dijo. Luego, simplemente rompió en llanto. «Se trataba de un manipulador y de un verdadero mitómano», recuerda Andrés Talero, quien en 1993 se ocupó del caso como cónsul de Colombia en Miami.

Efectivamente la prensa localizó a su mamá en Cali. Era una humilde mujer que trabajaba como empleada doméstica. Y aceptó que había maltratado a su hijo y lo había echado de la casa. La familia realmente vivía en condiciones de miseria en un ranchito en una invasión en la vereda Isugú de Roldanillo, a orillas del río Cauca.

El 14 de julio Guzmán fue deportado. Una nube de periodistas registraron su llegada a Bogotá. Bajó sonriente por las escalerillas del avión vestido con traje de paño nuevo y luciendo un walkman. Parecía un auténtico yupi. Y así se sentía: «En Estados Unidos me di vida de rico, tenía dos casas para vivir, yate y futuro. Apenas traje 200 dólares, pero allá tengo 5.000 que me regalaron unas señoras de Texas. Sueño con volver porque acá no tengo nada bueno».

Dicho y hecho. Apenas dos semanas después, la Policía del aeropuerto El Dorado lo retuvo cuando merodeaba las pistas buscando la oportunidad de montarse a un avión como lo había hecho antes. Fue apenas un contratiempo. Guzmán volvió a entrar sin permiso a Estados Unidos en diciembre de ese mismo año. Aterrizó en Nueva York. Luciendo una sotana logró despistar a los agentes de seguridad. En abril del siguiente año apareció otra vez en Florida, se supo de él por dos incidentes: un huésped del Hotel Fontainebleau lo sorprendió robando en su suite, y pocos días después la Policía lo detuvo en el aeropuerto de Fort Laurderdale intentando comprar un pasaje con una tarjeta de crédito robada. Lo deportaron por segunda vez a Colombia y nada se volvió a saber de él hasta 1999.

Ese año reapareció, pero en Londres. La Policía británica lo detuvo en el aeropuerto de Heathrow cuando pasaba una tarjeta de crédito robada en Japón. Para entonces Guzmán ya tenía expediente abierto en varios países. Su especialidad eran los hoteles cinco estrellas, donde solía hospedarse fingiendo ser un multimillonario. En el bar recogía datos básicos de su víctima de turno y luego se hacía pasar por ella y convencía a los empleados de abrirle la puerta de la habitación con la excusa de haber perdido la llave. Una vez adentro, en un par de minutos tomaba lo más selecto del botín.

Con ese modus operandi se calcula que pudo robar cerca de dos millones de dólares en hoteles de lujo. En Londres decían que no le era extraño gastarse 15.000 dólares en una tarde de aeropuerto con una tarjeta de crédito robada y en Las Vegas aseguran que le podía dar un Rolex como propina a una mesera.

En 1999 lo capturaron en el aeropuerto de Londres y resolvió la situación con un nombre falso, pagó una fianza y se esfumó. Sin embargo, un año después el detective Andy Swindells de Scotland Yard logró atraparlo nuevamente. Pero en esa ocasión tampoco lograron recoger pruebas suficientemente sólidas y quedó libre al poco tiempo. De allí saltó a París, donde fue otra vez capturado después de que dejó el recuerdo inolvidable de su paso por los más lujosos hoteles de la capital francesa.

Un año después Guzmán recobró su libertad. Volvió a sus andanzas hasta que un día por un golpe de suerte volvió a caer en manos de Swindells. El agente simplemente se lo cruzó por una calle de la capital inglesa. Inquieto decidió seguirlo y cuando lo escuchó hablar en español, estuvo seguro de que era Guzmán, activó un operativo y lo arrestó en un supermercado.

Se suponía que por fin tendría que responder ante la justicia por robos en Inglaterra, París, Japón, Rusia, Venezuela, Estados Unidos, México, Tailandia, Turquía, Omán, Egipto, España y Canadá. Pero tampoco fue así. Recibió una sentencia de tres años y medio por los robos que cometió en lujosos hoteles como el Mandarín Oriental, el Dorchester, el Savoy y el Four Seasons. Pero cuando apenas cumplía el cuarto mes de prisión en Kent, Irlanda, se escapó. Lo único que se sabe es que salió por la puerta principal diciendo que iba al dentista.

«Su característica más llamativa es que habla fluidamente inglés, alemán y ruso, por lo cual logra engañar a muchos e impostar fácilmente identidades», le dijo a SEMANA Swindells en junio de 2005, cuando esta revista lo contactó a raíz de la fuga.

Desde entonces Scotland Yard difundió a todas las centrales de policía del mundo circulares con su foto y sus datos. Pero ninguna oficina de Interpol había dado con él. Hasta que otra vez, otra extraña casualidad provocó su captura. El pasado lunes un agente de la Policía de fronteras del estado de Vermont observó a un hombre caminando con un galón por la vía. La escena le pareció extraña y decidió abordarlo. Este dijo que se había varado y que estaba buscando una estación de gasolina. El agente le explicó que había pasado la línea fronteriza y le exigió los documentos. Como no los tenía, fue necesario cotejar sus huellas en el sistema. Inmediatamente una luz roja de alerta se activó: se trataba del colombiano Juan Carlos Guzmán, requerido por decenas de jueces en tres continentes.

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