Actualidad Internacional

¿Íngrid Presidenta?

En Colombia seis años y medio es una eternidad. Por eso muchos colombianos no recuerdan exactamente cómo era Íngrid Betancourt antes del secuestro. Sólo registran su salida heroica en medio de las lágrimas y el júbilo. Pero lo que le ha llamado la atención a los observadores políticos con buena memoria es que la Íngrid que se llevaron es muy distinta a la que rescataron.

Íngrid era una política beligerante. Hizo su carrera política como tituló su libro: con rabia en el corazón. Siempre valiente, no titubeaba en irse lanza en ristre contra el establecimiento político. No dejaba títere con cabeza. En pleno Proceso 8.000, utilizó toda su artillería dialéctica para denunciar al presidente Samper. Abanderó la revocatoria del Congreso. Cuando llegó a la Cámara con la votación más alta de esas elecciones, fue una de los tres mosqueteros en medio de un escándalo relacionado con armas. Era contestataria y moralista y veía la política desde la fiscalización y la crítica visceral. Pero así como tenía razón en sus denuncias, sus posiciones a veces ‘ayatólicas’ minaban su credibilidad.

Cuando Íngrid hacía política antes de 2002 era radical. Quizá su formación de avanzada le daba ideas novedosas para hacer política. Apelaba a fórmulas originales y alegóricas en sus campañas, como entregar condones por la calle o recurrir a otros trucos publicitarios como una huelga de hambre de varios días dentro del Capitolio Nacional, de donde salió en camilla, deshidratada frente a las cámaras.

Todavía está presente su accidentada intervención en un Congreso liberal en 1997, cuando en mitad del gobierno de Ernesto Samper, Íngrid denunció a este partido como cómplice de albergar a los asesinos de Luis Carlos Galán y fue bajada del atril con gritos y arengas. Pero era tan radical, que estaba marginada del centro de la política colombiana.

La nueva Íngrid paralizó al país. Sin rabia, dulce y sin una gota de amargura. Ha logrado con su dignidad lo que no ha logrado con las armas ningún revolucionario en la violenta historia de Colombia: conquistar el corazón y la mente de su pueblo. Cuando Íngrid apareció, el país se estremeció. Pero cuando habló, lo doblegó. Después de seis años de selva, humillación y enfermedades, volvió una mujer universal y con una admirable fortaleza moral. Desde sus primeras palabras, cuando todavía el mundo estaba en shock por la noticia, Íngrid mostró su grandeza política.

Fue recibida en Francia como una Jefe de Estado, el Papa Benedicto XVI ya le dio audiencia para este martes, ha recibido llamadas de los principales líderes mundiales, su foto está en todos los medios del mundo y ya se habla de su postulación para el premio Nobel de Paz.

A pesar de que ya se ganó un puesto en la historia, su lucha continúa. Sus declaraciones han sido todo un manifiesto político. Cuarenta y ocho horas después de rescatada, ya había hablado sobre la guerra y la paz, el Estado, la reelección, el secuestro y la negociación política. Tiene un discurso articulado y sus ideas son lúcidas. Y algo sorprendente: a pesar del prolongado cautiverio, no ha perdido su carisma. Pero es un carisma distinto. Menos vehemente y soberbio y más humilde y sereno. Sus palabras de reconciliación han llegado al alma a los colombianos. Su popularidad está por las nubes. Y ya encabeza las encuestas presidenciales si Uribe no se lanza. Frente al fenómeno político en el que se ha convertido Íngrid a escasas horas de abrazar la libertad, la pregunta que todo el mundo se hace en Colombia hoy es: ¿Será presidenta?

Lo que ha quedado claro para todo el mundo es que va a haber Íngrid para largo. En qué condición, está todavía por definirse. Pero sin duda será en la vida pública. El talante político le corre por las venas. No ha habido un minuto, aun cuando estuvo encadenada en la selva, en que no pensara y actuara en función de los grandes temas del país y del mundo. Discutía de política -cuando se podía- con los demás secuestrados, le mandaba mensajes al gobierno en las pruebas de supervivencia, elaboró con su compañero Luis Eladio un programa de gobierno de 190 puntos, y escribió con letra minúscula en un cuaderno viejo un poderoso manifiesto político que exaltaba los derechos del hombre, recordando las luchas de Abraham Lincoln en favor de los esclavos y la Revolución Francesa para acabar con el despotismo. Quería ser oída, y su voz se oyó.

Íngrid no ha dejado de ser política, en su sentido más noble. Pero pasó de la política de la confrontación antes del secuestro, a la política de la reconciliación en su liberación. La nueva Íngrid se ve más reflexiva, conciliadora y espiritual. Sin odios -ni siquiera hacia sus captores- ni rabias en el corazón.

Como era de esperarse, se especula sobre su futuro político. Y las posibilidades son enormes. Electoralmente, Íngrid, que no era una candidata viable antes de su secuestro, ha pasado automáticamente a serlo. En la última encuesta de SEMANA realizada por el Centro Nacional de Consultoría en las principales ciudades, Íngrid encabeza la intención de voto a la Presidencia con 31 por ciento, duplicando al ministro de Defensa, quien está en segundo lugar con un 15 por ciento. Su nueva actitud y sus seis años de martirio, aunque las circunstancias no son totalmente comparables, la hacen ver ante los ojos de algunos como una especie de Mandela latinoamericana.

Por el momento, la dimensión política de Íngrid tiene tres caras: la electoral, la humanitaria y la de la paz. En la arena electoral, su enorme popularidad no significa una autopista pavimentada a la Presidencia. Es, sin duda, una gran candidata: atractiva, inteligente y con criterio. Pero una cosa es la espuma de la popularidad con la orgía mediática actual, y otra, muy distinta, los votos en un arduo forcejeo electoral en dos años.

El papel de Juana de Arco con el cual la habían caricaturizado algunos en el pasado se torna en cierta forma real, ante esta nueva etapa de su vida. A pesar de su fervor uribista, es evidente que no va a disputarse con otros candidatos la sucesión del actual presidente. Ese relevo se lo deja a Juan Manuel o a Germán Vargas. Es previsible que ella enarbole las banderas de lo social y de la paz. En estos frentes su competencia sería más con Lucho Garzón, como candidato progresista, y con Noemí, como mujer. El resultado final de esa aventura dependerá del péndulo político. Lucho ya anunció que si Íngrid se lanza, él «le carga la maleta». Insinuando entre líneas que gustoso la acompañaría como fórmula vicepresidencial.

Si el país se mantiene en el uribismo furibundo que se está viendo en la actualidad, Íngrid no podría llegar muy lejos. Si, por el contrario, se mueve en el sentido en que se ha estado moviendo en el continente, hacia la izquierda y lo social y, en el caso de Colombia, hacia la reconciliación, la analogía de Íngrid con Mandela no es para nada risible.

Porque hablando de la paz y la reconciliación, nadie esta mejor posicionado que Íngrid. Y este es su segundo frente: el humanitario. Íngrid ya es un símbolo universal del flagelo del secuestro y, como ya ella lo ha dicho, esta va a ser «su nueva epopeya». Tiene en la cabeza la idea de aglutinar un grupo de países de la región para empujar las liberaciones. Habla con naturalidad de la presidenta de Argentina, Cristina de Kirchner; del presidente de Perú, Alan García, y no duda de la necesidad de incluir a los presidentes Chávez y Correa para bajar a las Farc de la nube de la guerra. De la mano de su gran amigo Luis Eladio va a buscar la liberación de los demás secuestrados en Colombia, pero es muy probable que si no aterriza en el ruedo político nacional, se convierta en una líder humanitaria internacional cuya principal bandera sería la liberación de todos los secuestrados de la tierra. Y, en esa lucha, no es descartable la aspiración a un premio Nobel de la Paz.

Su tercera bandera será, sin duda, la paz de Colombia. Esa llave que pretendía tener Álvaro Leyva de pronto la tiene Íngrid. Ella tiene varios ingredientes interesantes para convencer a la opinión de un escenario hoy difícil de imaginar: negociación política con las Farc. Fue víctima de la guerrilla, tiene reconocimiento nacional e internacional y tiene una férrea credibilidad en el Estado, sus instituciones políticas y sus Fuerzas Armadas.

El retrato político de Íngrid hoy se ve con el prisma de la euforia de su liberación. Pero el camino de una campaña presidencial para 2010 es largo, incierto y difícil. Largo, porque la realidad del país cambia demasiado rápido y con ella el estado de ánimo de los colombianos. Y si hoy admiran a Íngrid y encabeza las encuestas, no quiere decir que vayan a votar por ella en dos años. Incierto, porque Uribe no ha decidido si se lanza a una segunda reelección y eso cambia todo el ajedrez político. Y difícil, porque detrás del símbolo que conmovió al país hay un ser humano que tiene que enfrentarse a las secuelas de lo que significó su cautiverio.

Con la llegada de Íngrid todo cambió. No hay candidato presidencial que no esté mirando cómo lo afecta el regreso de Íngrid a la vida política. Sin duda será la mujer más cortejada del país. Y si decide lanzarse, ésta sería la antesala de la campaña presidencial más interesante de la historia de Colombia.

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