Actualidad Internacional

La gran victoria china

Los Juegos Olímpicos se convirtieron en la entrada histórica de China al exclusivo club de las potencias globales.

Hace más de medio siglo, Mao Zedong indicó que ninguna meta era inalcanzable para las masas, pero que, para conseguirla, había que «poner en tensión todas las fuerzas». Con los XXIX Juegos Olímpicos, que terminaron ayer en Beijing, China demostró que, aunque el Gran Timonel es más un ícono del pretérito, sus enseñanzas a veces tienen razón. El país más populoso del orbe se planteó convertir la Olimpiada en un trampolín histórico para su imagen de potencia emergente, y lo consiguió. Para ello puso en tensión todas sus fuerzas -políticas, económicas, policiales, artísticas, mediáticas y deportivas- y salió victorioso. No solo es líder mundial, al encabezar la medallería, sino que realizó un derroche de cumplimiento y organización.

El primer mérito es de su colosal aparato deportivo, que le permitió multiplicar por más de diez las cinco medallas de oro que ganó hace veinte años en Seúl. China quedó de cuarta en Atlanta-1996, de tercera en Sydney-2000, de segunda en Atenas-2004 y por fin campeona global en el 2008. Riguroso, preciso y despiadado, su sistema de reclutamiento, entrenamiento y promoción de deportistas arroja resultados sorprendentes. Estados Unidos se estanca, Francia retrocede, Rusia apenas se mantiene. Pero China avasalla en los podios y demuestra que «las energías de las masas son potencialmente inagotables», como enseñó también Mao.

A las masas les cabe buena parte de la gloria. Alentados por consignas estatales, los chinos entendieron que ellos también jugaban. Así, no solo menguaron odiosas costumbres como la de escupir en la calle, sino que enmascararon, al menos durante un tiempo, ciertos lunares como la venta de productos falsificados. Con furor revolucionario, empujaron el carro del capitalismo y ofrecieron la imagen de un país en imparable avance. Brotaron, inevitablemente, algunos pecadillos del sistema, como la reventa de entradas, pero en general las masas se portaron a la altura. Más controvertida es la actitud del Gobierno, que ahogó muchas protestas con mano de hierro. No tuvo reparo, empero, en convocar incluso fuerzas reprimidas, y rehabilitó al director de cine Zhang Yimouque, purgado por el régimen, para que montara los inolvidables espectáculos de apertura y cierre.

En materia deportiva, Beijing deja espectaculares hitos: las ocho medallas de oro del nadador estadounidense Michael Phelps; los récords del hombre más veloz de la historia, Usain Bolt; las pruebas casi perfectas de los gimnastas chinos y las nadadoras rusas… En Inglaterra, lugar de la próxima cita, el ambiente general seguramente será menos suntuoso.

Colombia, como casi toda América Latina, significa poco en la Olimpiada. Dos medallas en Beijing, ninguna de oro, contrastan desfavorablemente con el balance de Sydney-2000. Hemos avanzado en inversión económica, número de atletas y puntaje obtenido en los primeros diez lugares, pero rebajado nuestra competitividad. Seguimos más o menos donde estábamos, lo cual equivale a retroceder, como lo sugiere el completo balance publicado por EL TIEMPO ayer. Una vez más, habrá que evaluar sistemas, mejorar presupuestos y decidir si conviene atender un poco a muchos deportes o concentrarse en dos o tres donde hay fortalezas. Pero es imposible olvidar que somos un país de escasos recursos: considerado el gasto en preparación general para esta Olimpiada, cada medalla nos costó 718.000 dólares; Estados Unidos invierte casi 7 millones por presea. En suma, Beijing ha visto nacer una nueva potencia mundial del deporte, alegoría de lo que China quiere ser en el siglo XXI.

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