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Los talibanes se pasan a la narcoguerrilla

Los talibanes, los guerreros santos que durante sus años en el poder (1996-2001) cometieron el crimen de hacer invisibles a las mujeres y el absurdo de prohibir el vuelo de las cometas, «se están convirtiendo en una narcoguerrilla», según aseguran los jefes militares europeos de la Alianza Atlántica desplegados en Afganistán y el número dos de la Embajada de Estados Unidos en Kabul, Christopher Dell. «El mapa de la insurgencia talibán, sur y sureste del país, coincide casi exactamente con el del cultivo del opio», afirman en la Alianza, que subrayan que por primera vez «hay laboratorios en suelo afgano para la producción de heroína».

El embajador Dell explica que se «ha producido una creciente concentración del cultivo del opio en dos provincias del sur» -Afganistán produce el 93% del opio mundial, la mayor parte en la provincia de Helmand- y que «decenas de miles de dólares están sirviendo para financiar la guerra», a base de abrir nuevos mercados, sobre todo en Asia, ya que el consumo de heroína ha caído notablemente en Occidente. «Contra lo que la gente cree», añade el diplomático, «la producción de la amapola está realmente en manos de un pequeño grupo de terratenientes con conexiones probadas con los talibanes».

Otro elemento que ha incrementado la actividad de los talibanes es el creciente número de combatientes extranjeros en sus filas. Los aliados estiman que la insurgencia puede estar integrada por unos 10.000 hombres y que una porción importante de ellos son venidos de fuera, como los terroristas de Al Qaeda huidos de Irak. El general canadiense Richard V. Blanchette, portavoz en Kabul de la Fuerza Internacional de Asistencia y Seguridad (ISAF, en sus siglas en inglés, y el nombre que recibe el despliegue de la OTAN en Afganistán), señala que entre los militantes capturados hay «turcos, chechenos, uzbekos, tayikos, paquistaníes, árabes e incluso europeos» miembros de la Yihad global.

Pero sin duda la razón para que haya aumentado la inseguridad en el país y 2008 se haya convertido en el peor año en cuanto al número de bajas civiles desde el comienzo de la guerra, en 2001, es el cambio de táctica realizado por los talibanes desde la pasada primavera, al importar de Irak el uso masivo de bombas artesanales o «artefactos explosivos improvisados» (IEDS, como dicta la jerga militar estadounidense y su afición a las siglas).

Esos artefactos colocados en carreteras, escuelas y mercados han permitido a los talibanes dar golpes espectaculares y multiplicar la sensación de inseguridad. Además, como dice un comandante aliado, que nadie piense que son unos palurdos con turbante. Disponen de contramedidas electrónicas para interferir las comunicaciones de la coalición internacional y para interceptar las conversaciones entre teléfonos móviles, y han logrado, cosa antes impensable, que las calzadas -no las cunetas, que nunca lo fueron- de las carreteras asfaltadas ya no sean seguras. «Antes no tenían capacidad para taladrar el asfalto y colocar la bomba, y ahora sí».

Algunos de los métodos de emboscadas más habituales son obligar al vehículo o al convoy a frenar con una explosión y utilizar luego una segunda detonación; colocar hasta cuatro cargas al mismo tiempo o combinar una bomba convencional con una mina para lograr una deflagración colosal.

Quienes se están llevando la peor parte de la ofensiva insurgente son los policías y los civiles afganos. Los policías, un cuerpo de seguridad en construcción, aún en mantillas, son el blanco más fácil al estar en los puestos de control de las carreteras. En cuanto a los civiles, el general Blanchette asegura que «por cada soldado de la ISAF muerto -y este año van más de un centenar- mueren siete civiles».

Europeos y norteamericanos admiten que, desde el punto de vista de seguridad, la situación está peor que en el año 2005 y que podría seguir degradándose. El embajador Dell recuerda que el año que viene habrá elecciones y que «todo el mundo está ya maniobrando para sacar ventaja política». El presidente afgano, Hamid Karzai, de etnia pastún como los talibanes -con los que mantuvo a mediados de los años noventa buenas relaciones, hasta el punto de que éstos le ofrecieron el puesto de embajador en la ONU-, ofreció esta semana a su líder, el mulá Omar, abrir conversaciones de paz con mediación saudí, que el suegro de Osama Bin Laden ha rechazado de momento, según una web yihadista.

El Pentágono, por su parte, prepara una nueva estrategia para el próximo presidente de EE UU, en la que será crucial la política en la incontrolable frontera con Pakistán, clave para la estabilidad afgana. Y aún tiene que entrar en escena el general David Petraeus, el hombre que con un ligero incremento del número de soldados en Irak logró reducir la violencia separando a la insurgencia de la población, y que ahora, como flamante jefe del Comando Central, tendrá responsabilidad directa en Afganistán.

Pero la coalición internacional tiene también muy claro que, si los ataques talibanes se llevan los titulares de la prensa mundial, su táctica y su capacidad guerrillera no les permite consolidar el control del territorio, salvo en áreas aisladas, ni mucho menos asediar ciudades. La ISAF sostiene que, para imponerse, necesita no tanto más soldados sino más «capacidades»: en palabras del general Blanchette, «mejor información, mejor logística y mayor movilidad». Tanto en Bruselas como en Kabul, la OTAN habla abiertamente de un esfuerzo de décadas si de verdad Occidente tiene estómago para defender sus principios y dar una oportunidad a uno de los pueblos más castigados de la historia.

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