Actualidad Internacional

Pobreza y dictadura tras rebelión uzbeka

La pobreza, la represión política, el integrismo islámico, la lucha de clanes y los ejemplos de revueltas populares en el espacio possoviético son los ingredientes de la rebelión armada aplastada a sangre y fuego por el Ejército uzbeko.

Activistas humanitarios acusaron ayer al Ejército uzbeko de matar a hasta 300 civiles en Andizhán, escenario de desórdenes de los que el presidente de Uzbekistán, Islám Karímov, responsabilizó a fuerzas integristas de Asia Central.

El Ejército retomó ayer el control del Ayuntamiento de Andizhán, ocupado por un grupo de hombres armados, en un asalto durante el cual disparó indiscriminadamente contra miles de civiles que se manifestaban para reclamar la salida del régimen de Karímov.

Los rebeldes habían atacado una unidad militar para capturar armas y soltaron a centenares de reos de la prisión, que ocuparon para liberar a 23 empresarios acusados de integrismo.

Sus familias protestaban desde hace días en Andizhán denunciando que la acusación es falsa y que en el trasfondo hay una lucha entre clanes por el control de la economía de la zona, donde falta empleo y la población pasa hambre.

Uzbekistán, con 26 millones de habitantes, es uno de los países más pobres de Centroasia, y Andizhán está en su zona más explosiva, el valle de Ferganá, compartido por Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán y donde pululan grupos integristas y mafias de la droga.

Karímov afirmó que la rebelión fue tramada por ‘akramitas’, una corriente radical del movimiento islámico proscrito Hizb-ut-Tahrir, que pretenden »derrocar el régimen constitucional y «crear un califato islámico» en todo Asia Central.

Sin embargo, el líder del Partido Democrático uzbeko Erk, Muhamed Salij, afirmó que la rebelión armada marcó el comienzo de una »revolución democrática», y no «islámica».

»En Uzbekistán comenzó una insurrección contra la dictadura», dijo Salij sobre el régimen de Karímov, quien gobierna su país con mano dura desde hace 16 años y es acusado de reprimir a la oposición so pretexto de la lucha contra el «integrismo islámico».

El partido Erk denunció que «la represión sistemática de la disidencia y la intransigencia religiosa de las autoridades derivaron en una rebelión espontánea de la población».

Salij afirmó que esa insurrección se inspira en las »revoluciones de terciopelo», las revueltas populares ocurridas en el último año y medio en Georgia, Ucrania y Kirguizistán, aunque los sucesos uzbekos tomaron desde el principio la senda de la violencia.

Elmurad Yusupalíev, del Hizb-ut-Tahrir, dijo a Radio Liberty que en Ferganá empezó »una verdadera revolución», que algunas voces ya tildaron »de orejones», por la pulpa de melocotón secada al aire y al sol que se produce en la zona, y otros «de heroína».

También Karímov dijo que los rebeldes querían »repetir el guión de Kirguizistán», donde una revuelta popular desbancó en marzo al régimen de Askar Akáyev, y censuró «los intentos de imponer por la fuerza la democracia».

Esos intentos pueden ser aprovechados con fines propios por los »fundamentalistas islámicos», alertó Karímov, a cuyo régimen grupos humanitarios acusan de encarcelar a miles de musulmanes moderados y de practicar ampliamente la tortura.

EEUU, cuya amistad Karímov se ganó al cederle una base aérea para la guerra afgana (1991), señaló que »el pueblo de Uzbekistán quiere un Gobierno más representativo y democrático», aunque instó a emplear los »métodos pacíficos» y condenó la violencia.

La Unión Europea declaró que »los desordenes en Uzbekistán muestran la creciente tensión causada por la falta de atención hacia los derechos humanos, la supremacía de la ley y la lucha contra la pobreza» y pidió a Karímov «reformas políticas y sociales».

Rusia condenó el »ataque extremista» en Andizhán, y su presidente, Vladímir Putin, compartió con Karímov su preocupación por el «peligro de desestabilización en Asia Central».

Los servicios secretos rusos afirmaron que la rebelión fue obra de »grupos de bandidos, integristas y talibanes afganos» armados y concentrados en Ferganá para »dinamitar la situación» primero en Andizhán y después en el valle y en todo Uzbekistán».

El viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Valeri Loschinin, indicó que la crisis uzbeka, aunque fuera un intento de cambio democrático, se vio marcada por «la debilidad del poder, la penosa situación socio- económica de la población y el factor islámico».

Según el partido liberal ruso Yábloko, la crisis uzbeka es «fruto de quince años de represión de libertades políticas y económicas».

»Al aplastar la oposición política, el régimen no deja al pueblo uzbeko otra alternativa que la vía del islam más radical, cuyos líderes van cobrando influencia entre la gente», sentenció Yábloko.

Esas críticas no fueron óbice para que Karímov pusiera a la UE como ejemplo para la comunidad pos-soviética, en lo político y económico, pero »sin copiar ciegamente» en el ámbito de la democracia.

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