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Desde Colombia: “Vuelvan pronto hermanos venezolanos, estamos con ustedes”

Lorena Evelyn Arráiz @lorearraiz

San Cristóbal.- Desde el inicio de semana habíamos decidido ir a Cúcuta a comprar. La escasez de alimentos  y lo costoso que salían productos revendidos  nos llevó a cruzar la frontera el domingo 17 de julio.

Mis  colegas  Zulma López y Lorena Bornacelly, dos señoras amigas y yo iniciamos la travesía por una carretera que pese a que redujo en un altísimo porcentaje el tránsito de vehículo pesado y liviano por el cierre de los puentes  desde agosto de los años pasado, se encuentra en malas condiciones. Con huecos, sin señalización y montes altos que dificultan la visual sobre todo en  curvas.

Llegamos al municipio Bolívar cuya capital es San Antonio del Táchira, allí se encuentra el puente internacional Simón Bolívar que comunica al Táchira con el Norte de Santander.  No había dónde estacionarse. Las calles más cercanas al puente estaban cerradas y las adyacentes estaban repletas de todo tipo de vehículos que trasladaron a las personas para hacer sus compras en Cúcuta.

De niña, ir al centro de Cúcuta era una tragedia. Nos decían que las gitanas podían robarnos; había hurtos, mucha gente y solo sentíamos cuando nos devolvíamos a San Cristóbal y recordábamos que nos habían comprado cosas. Pero Cúcuta se transformó en una ciudad moderna, hermosa y segura. Creció urbanísticamente y de forma planificada. Así que ir a esa ciudad nos resulta agradable, es otro país. Eso se nota.

frontera3El inicio

Comenzó la travesía. La cantidad de personas era impactante. Muchos llevaban bolsos y maletas con ruedas. Esta vez no solo eran mujeres de blanco sino que también había familias enteras con niños incluidos.

Para nuestra suerte, ya habían quitado una especie de pared metálica que colocaron el día anterior. Eso no impedía el paso pero sí limitaba el ingreso y se debía hacer una cola que por la cantidad de gente, era eterna.

Cruzamos el Seniat y pisamos el puente. En el recorrido, los efectivos de la GNB y el Ejército fueron solo espectadores. Pocos contactos visuales hicieron con la gente. Hablaban entre ellos o miraban sus teléfonos.

Ya en territorio colombiano la cosa cambió. Funcionarios daban prioridad a personas con niños y viejitos. Los venezolanos fuimos recibidos por efectivos policiales, militares, de Defensa Civil y la Gobernación del Norte de Santander.  En una especie de túnel compuestos por los anfitriones nos decían constantemente “bienvenidos, hermanos venezolanos”. Muchos nos saludaban con la mano, otros nos aplaudían. En ese trayecto experimenté todo tipo de emociones y se me salieron las lágrimas. Me conmovió la sonrisa,  la palmada en el hombro y hasta as pulseras con la bandera colombiana que nos regalaban.

En el sector La Parada, ubicado inmediatamente luego del puente,  había cola. Cola en las casas de cambios en forma de tarantines que siempre han estado allí y cola en abastos y pequeños supermercados que ofrecían combos y productos detallados.

El número de personas era tal que no había taxis ni transporte público suficiente. Debimos caminar mucho y para nuestra suerte, un pequeño autobús dejaba a unos paisanos que se devolvían y pudimos subirnos hasta nuestro destino que era el Hipermercado Éxitos de san Mateo.

Venezolanos. Eso era lo que había. La mayoría tenía rollos de papel sanitario y con calculadora en mano sacaban cuentas de lo que costaba cada producto.

frontera4Aceite de maíz, mantequilla, mayonesa, harina Pan colombiana, arroz, leche, fórmulas lácteas, pasta y azúcar era lo más común en los carritos de mercado. Sin embargo, nosotros no encontramos azúcar porque se había acabado. Nos contaron que un paro de camiones tenía limitado la distribución de alimentos. Otras personas sí corrieron la suerte de conseguir el endulzante porque llegaron más temprano.

Desodorantes, crema dental, toallas sanitarias,  protectores íntimos, pañales desechables para niños y adultos, tampones, champú, enjuagues,  enjuague bucal, entre otros fueron los más buscados por los compradores. Unos cuantos aprovecharon de llevar cauchos y baterías para sus vehículos. Hasta juguetes les vimos a unos señores.

En las cajas, se observaba a la gente diciéndole a la cajera “por favor avísame cuando llegue a tal cantidad porque eso es lo que tengo de dinero”. Otros debieron regresar algunas cosas porque la platica no les alcazaba.

¿Por qué tuvimos que venir a otros país a comprar comida?,  me pregunté varias veces. Me sentí impotente, con tristeza y desamparada por mi propio Gobierno. A mi alrededor no había más que coterráneos tratando de conseguir la mejor oferta para adquirir algo.

 

Gracias Colombia

La despedida fue igual de emotiva: “vuelvan pronto hermanos venezolanos, estamos con ustedes” nos decía la misma fila de funcionarios que nos recibió.

Mi hija Lorena entrevistó a una mujer que compró una fórmula láctea que se vende en Venezuela y a precio más económico. También le tomó fotos a la leche del Mercal y otros alimentos venezolanos que se vendían allá y ubicó a personas provenientes de Caracas, Mérida y Barquisimeto que hicieron el viaje para también adquirir alimentos.

Finalmente, sentimos que estábamos en territorio venezolanos cuando debimos esperar tres horas, pese a que estábamos a unos 800 metros de la alcabala de Peracal, a que los efectivos militares de nuestro país le revisaran el carro, las maletas y la identificación a las cientos de personas que nos estábamos devolviendo.

Zulma dijo que parecía que el Gobierno nos estaba pasando factura a todos por haber cruzado la frontera.

Nos devolvimos por esa misma carretera con huecos y nuestras bolsas de comida.

Muchas gracias, Colombia.

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