Actualidad Nacional

Más oficinas públicas son techo provisional

La rutina autómata de algunos trabajadores de la Torre Oeste de Parque Central sufrió alteraciones. El ascensor, que se bambolea como si fuera una máquina de un parque de atracciones, ahora hace una parada en el piso 15. Desde la caja, se observan algunas camas. El 15, como otros en ese complejo de oficinas, era un piso abandonado.

Lo usaban algunos para cruzar a tomar los ascensores del otro lado del edificio, sin tener que hacer el viaje hasta la planta baja. Ahora es el hogar de un grupo de damnificados de las lluvias de Caracas, por iniciativa del Ministerio de Comercio.

Es difícil subir al piso 15 si no se está alojado allí. La puerta que conduce a las escaleras de ese nivel está cerrada. Pero desde el refugio sí es posible moverse por la torre. De eso se quejaba esta semana un grupo de jardineros que trabajan para el Centro Simón Bolívar.

«No es posible que esa gente se pase de su piso. Ellos tienen su cocina allí, no pueden andar paseando. No acatan normas», afirmó el hombre en el ascensor, molesto por haber encontrado un grupo de damnificados en el piso 30.

Las quejas sobre la transformación de oficinas públicas en refugios provienen de trabajadores que prefieren mantener el anonimato. No hay roces más allá de que en algunos casos el ascensor se congestiona y que la oficina se hizo más estrecha, porque mudaron a trabajadores para ampliar las áreas de servicio para los damnificados.

Sucedió en el Ministerio de Educación: donde había dos trabajadores ahora hay cuatro.

Los pasillos también se estrecharon porque allí instalaron los cubículos para albergar a familias de Catia y de la carretera Petare-Guarenas.

Carmen La Cruz llegó al piso seis del despacho de Educación el fin de semana, luego de estar alojada un mes en la escuela Agustín Aveledo de Los Frailes: «Estamos muchos más cómodos acá. En la escuela éramos muchos y teníamos que dormir vestidos. Aquí tenemos privacidad. Nos han tratado bien».

Se trata de los primeros días de una convivencia que se prolongará indefinidamente. El único plazo lo ha dado el presidente Chávez: al menos 18 meses para construir las viviendas necesarias. En los ministerios saben que la estadía será larga.

Para que el refugio, que funciona en la mezzanina y en los pisos 1, 2, 5 y 6 del Ministerio de Educación, sea casi tan silencioso como una disciplinada aula de clases, se acordaron normas. Ni adultos ni niños permanecen en los pasillos, pueden ducharse a partir de las 6:00 pm y lavar la ropa los fines de semana en las bateas plásticas que colocaron en la terraza contigua a la biblioteca. Eso no evita que trabajadores enfluxados se crucen con adolescentes en cholas, con cepillo y pasta de dientes en las manos. Aquí, los refugiados no están apartados.

Los damnificados están identificados con un brazalete. Hasta las 10:00 pm se permite la entrada al edificio. Aunque les habían dicho que podían instalar ventiladores y televisores en las habitaciones, después se los prohibieron. La limpieza es compartida. La Cruz se levanta temprano, barre el pasillo y prepara el café en una cafetera que les prestaron.

 

Plaza Caracas como patio

El Ministerio del Ambiente está de mudanza. Las escaleras que comunican los pisos 4, 5 y 6 están bloqueadas. Allí están alojados 1.000 damnificados procedentes de planteles de Caricuao y la avenida Morán. Los trabajadores que estaban en el piso 6 fueron enviados al 13, que está en remodelación. Han reubicado oficinas para levantar habitaciones. Los ascensores principales son para uso exclusivo de los refugiados, que deben presentar su carnet; los empleados suben por los elevadores del sótano de las Torres de El Silencio, bajo estricta vigilancia del personal de seguridad. Es difícil que se encuentren.

El traslado de escuelas a ministerios fue un alivio para muchos damnificados. Lisbeth Silva llegó el sábado pasado a la Torre Sur y asegura que está cómoda. Antes, 700 personas compartían un baño; ahora hay 2 para cada 16 familias. Allí comen a tiempo en el comedor de los trabajadores. El refugio tiene otra ventaja. Plaza Caracas les sirve de patio. Silva dice que pasa la mayor parte del día allí, donde los niños y adolescentes que aún no retoman las clases pasan la tarde entre partidas de baloncesto y futbolito, gracias a un aro y un par de arquerías que instalaron. La zona, que antes lucía como de paso apresurado, tomó un aspecto más residencial. Desde la cuadrícula, los muchachos llaman a sus amigos en los pisos-albergue y en los ventanales de lo que antes eran oficinas empezaron a colgar toallas y ropa.

 

El refugio abandonado

En la Torre El Chorro, en la avenida Universidad, hay un refugio de 20 pisos. Hasta ahora sólo están ocupados 6 niveles, entre la mezzanina y el piso 16, a los que se llega por escaleras porque los ascensores no funcionan. Allí están alojadas familias de Catia, el 23 de Enero y La Vega.

Inocente Salas coordina a las 211 personas que llegaron el sábado del colegio de Fe y Alegría Andy Aparicio, de La Vega.

El primer día limpiaron. Pero falta mucho por hacer y le preocupa no saber a qué organismo está adscrito el inmueble abandonado.

En el amplio salón instalaron dos pocetas y dos lavamanos a la vista de todos, que llaman «auxiliares», para cuando los otros sanitarios ­donde también se bañan, aunque no hay duchas­ se congestionan.

La sala es oscura y caliente. En el techo están los ductos de los aires acondicionados que alguna vez funcionaron y los aspersores de los sistemas de incendio. «Para evitar cualquier corto, acordamos que no vamos a instalar ni planchas ni tostiarepa ni ventilador», explicó Salas, que está pensando regresar a Güiria, donde nació, si allí sale una casa más rápido.

Otros como Leiker Zambrano, con esposa e hija, tienen en proyecto instalar tabiques. Dividirán el piso guiados con una particular medida: para cada familia dos ventanas, lo que les permitirá armar apartamentos de tres metros por cuatro.

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