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Memoria y cuenta presidencial, una cobertura vetada

«No vas a poder entrar. No apareces en la lista». El primer filtro para impedir el acceso a la prensa para que cubriera la memoria y cuenta del presidente Nicolás Maduro ante el nuevo Parlamento con mayoría opositora se dio la noche de este jueves -a pocas horas del evento-, cuando se realizó una depuración de periodistas acreditados por decisión de Casa Militar.

Los medios de comunicación fueron convocados para llegar a la 1 de la tarde del viernes. A las afueras del edificio de la Asamblea Nacional se formaron varias filas de reporteros quienes, tras confirmar que aparecían en la lista de aceptados, recibían un carnet de papel con la imagen de Chávez, Maduro y Bolívar y podían entrar al edificio.

Para los periodistas que quedaron por fuera, el director de Comunicaciones Estratégicas de la Asamblea Nacional, Oliver Blanco, realizó otra lista tentativa y pidió autorización al encargado de Casa Militar para dejarlos pasar.

«Probablemente no puedan entrar al salón protocolar», advirtió Blanco. El espacio allí es reducido y el segundo balcón -lugar dispuesto para la prensa- no sería suficiente para recibir a representantes de los 70 medios que se acreditaron. Aún así, la promesa era que quienes no pudieran ingresar al hemiciclo, cubrirían el mensaje presidencial desde la sala de sesiones ordinarias.

Atropellos

El periodista de Tal Cual, Victor Amaya, denunció que el teniente Barrios y otros efectivos de la Casa Militar le solicitaron abandonar las adyacencias de la Asamblea Nacional. A pesar de estar entre la lista de acreditados, los funcionarios le informaron que tenía prohibido entrar al acto por «estricta orden de Presidencia».

Es el único que se queda atrás. Son las 2:20 de la tarde y la tanda de periodistas rezagados acaban de pasar por la revisión y controles de rayos x en la entrada de la sede parlamentaria. Por fin son dirigidos hacia la biblioteca ubicada en la planta alta.

1, 2, 3 escalones. Los comunicadores suben por las escaleras con aire triunfal por haber conseguido pasar a las instalaciones del Parlamento. 28, 29 y 30 peldaños. Ya están arriba. Avanzan por el balcón del primer piso entre chácharas que especulan sobre lo que dirá el presidente dentro de dos horas y media. Las cámaras de televisión también están instaladas aquí arriba.

Llegan a un salón espacioso y con decoración antigua. Adentro están sus colegas que pasaron más temprano. Hay varios sillones dobles, pero no son suficientes para todos: muchos tienen que sentarse en el suelo. Al fondo y a la izquierda hay otra sala con varios escritorios y computadoras para quienes quieran utilizarlas para enviar notas previas de lo que han visto hasta ahora o revisar portales de noticias.

Atrapados

Los rezagados acaban de entrar al salón. Funcionarios les dicen que deben esperar aquí hasta que los vengan a buscar para acompañarlos a bajar. Hay cinco ventanales. A través de ellos se ve que en la planta baja un grupo entrevista al presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup.

-¿Quiénes están entrevistando a Ramos Allup? -pregunta un periodista con ceño fruncido.

-¿Por qué no podemos hablar también con él? -cuestiona otro con impaciencia.

No se puede porque en la puerta dos militares y otros tres hombres vestidos con traje formal no permiten que nadie salga. Afuera solo están los camarógrafos. Algunos de ellos -los que llegaron más temprano- incluso lograron pasar al hemiciclo.

El grupo que entrevistó a Henry Ramos se incorpora rápido al salón. Fueron los últimos en entrar a las instalaciones de la Asamblea Nacional y aprovecharon de hablar con el diputado justo antes de que los llevaran a la planta alta. Ya tampoco podrán salir.

Faltan diez minutos para las 3 de la tarde. Oliver Blanco entra a la biblioteca y anuncia que Casa Militar no quiere permitir la transmisión de la cobertura del evento. «Vamos a hablar con Prensa Presidencial. Ellos están más prestos a negociar», dice y sale de la estancia.

Los periodistas se levantan de sus asientos. Caminan de un lado a otro de la habitación. Se miran, con caras de confusión. Llaman a sus salas de redacción, teclean con rapidez en sus teléfonos móviles. Repentinamente se aglomeran otra vez frente a la puerta abierta: en menos de cinco minutos Oliver está de vuelta. Explica que el general Luis Salazar, ministro del Despacho de la Presidencia, es quien no permite que los trabajadores de la prensa salgan de la biblioteca y se vuelve a ir.

Intento de negociación

Son las 3:15. Aún faltan dos horas para que empiece el mensaje del presidente. Los periodistas corren y se agrupan en la puerta de la biblioteca: Henry Ramos Allup acaba de subir y está en la entrada.

«Todo el acceso está controlado por Casa Militar -dice Ramos Allup-. Ayer se acordó que los medios acreditados podrían transmitir el mensaje del presidente desde el último piso del hemiciclo, pero el general Salazar no lo permite. Voy a hablar con el vicepresidente Aristóbulo Istúriz para que puedan acceder al segundo piso del hemiciclo».

Tras la conversación con Ramos Allup ningún vocero vuelve a aparecer por la puerta. La señal telefónica aquí es muy mala. Desde los ventanales se pueden ver a los diputados que caminan por los jardines. «Ahora está hablando Diosdado», dice alguien. La información llega desde afuera. Quienes están en las salas de redacción son quienes actualizan a los comunicadores que fueron a cubrir el evento de todas las novedades. Twitter es otra herramienta vital, pero por la mala señal tarda mucho tiempo para cargar.

«Sacaron a mi camarógrafo del hemiciclo. Estaba adentro desde la mañana, lo sacaron y le quitaron su acreditación», dice el ancla de CNN, Osmary Hernández, y pide que la denuncia no sea divulgada por las redes sociales. La advertencia llegó muy tarde, sus colegas no esperaron a que terminara de hablar para divulgar la novedad.

A dos periodistas de Vivo Play les pasó algo parecido: llegaron a las 7 de la mañana, instalaron sus equipos dentro del hemiciclo y al mediodía les pidieron salir para recoger su acreditación, con la promesa de que volverían a entrar. Eso no ocurrió. Nadie les permitió ni siquiera sacar sus bolsos y objetos personales que habían dejado adentro.

Faltan cinco minutos para las 4 de la tarde. La hora del mensaje presidencial se acerca. Los periodistas vuelven a correr hacia la puerta. Parecen usuarios del Metro de Caracas que intentan abordar un vagón en «hora pico». Nadie viene a hablar con ellos, pero no se mueven de sus puestos en los siguientes diez minutos.

«¿Algún periodista se va a retirar?». Un funcionario de traje formal aparece en la puerta para escoltar a quien quiera salir de las instalaciones de la Asamblea Nacional. Solo dos acuden a su llamado.

-¿Cuándo vamos a poder trabajar? -pregunta una iracunda voz que se pierde entre las decenas de caras agrupadas frente a la entrada de la biblioteca.
-Ahora les informamos -responde el funcionario y se va.

Otros veinte minutos. Al fin aparece alguien más y promete que ya podrán salir. Explica que debe ser pronto porque si no entran al salón protocolar antes de las 5 de la tarde, ya no podrán hacerlo. «Después de las 5 nadie entra y nadie sale», dice.

Los trabajadores de la prensa se quedan en la puerta de la biblioteca. «Ahora sí nos van a sacar de aquí», comentan. Cinco minutos, diez, quince… el reloj avanza y el funcionario que hizo la promesa no vuelve.

Cobertura vetada

Faltan diez minutos para las 5 de la tarde. Ha pasado media hora desde que el último funcionario con flux prometió sacar a los periodistas de la biblioteca y por fin regresó a buscarlos.

La espera dio resultados. Salen uno detrás de otro con pasos largos y apresurados. Les informan que deberán quedarse en la planta alta un tiempo más, que bajarán en dos grupos: inicialmente solo podrán hacerlo los camarógrafos y fotógrafos, luego el resto de los reporteros.

Desde el espacioso pasillo del balcón se ve la llegada de algunos funcionarios importantes. Los segundos se consumen con rapidez y la hora de la alocución de Maduro está cada vez más cerca. Aquí afuera hay más señal. Los periodistas aprovechan para transmitir por Periscope lo que pasa con ellos y mostrar a quienes están abajo.

Los minutos pasan, el nerviosismo por la posibilidad de no entrar al hemiciclo aumenta.

Son las 5:02 de la tarde. Maduro acaba de llegar. Entró por la puerta norte de la sede. Desde donde están los periodistas no se puede ver al presidente, solo lo escuchan a través de unos parlantes. Los ánimos se caldean: ya saben que no podrán entrar al salón protocolar.

Las escaleras están custodiadas por tres militares y dos funcionarios de flux. Los reporteros exigen hablar con alguien que les pueda explicar por qué, si los acreditaron, no los dejan cumplir con su trabajo. Nadie responde. Algunos transmiten la situación a través de Periscope.

«No me grabes», ordena un funcionario a una periodista que lo enfoca con su celular mientras él explica que no podrán bajar hasta que sus superiores no den la orden. «Ya te grabé, tú estás dando la información que estamos esperando todos», responde ella.

La esperada autorización llega a las 5:30. Los militares dirigen a los reporteros hacia los jardines del Parlamento. Ya pueden caminar por donde quieran. Se agrupan a las puertas del hemiciclo, pero no tienen permitido entrar: las puertas ya están selladas.

Cinco minutos después se aviva la molestia: una comisión de unas veinte personas con camisas que los identifican como trabajadores de la Defensoría Pública entran al salón protocolar.

«¿Por qué ellos sí pueden entrar y nosotros no?», pregunta una mujer mientras varios presentes registran todo lo que sucede en video. No hay respuesta.

Las puertas se vuelven a abrir otras dos veces. Los periodistas se dan por vencidos y se sientan en los jardines, ya saben que no hay nada más que hacer.

Y así, tras cuatro horas de espera, los representantes de la prensa se dividen para hacer la cobertura: unos se quedan abajo y escuchan el discurso a través de los parlantes y otros regresan a la biblioteca y siguen la transmisión a través de un televisor allí colocado.

Una labor para la que no estaban allí. Un trabajo que no se realizó como se debería. Una promesa que no se cumplió: la de poder informar desde distintos puntos de vista lo que sucedía allí adentro.

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