Judicial

En la morgue de Bello Monte huele a resignación

Por Mariel Torres

“Cinco copias de la cédula de identidad del occiso, una de su acta de nacimiento y otras dos de la cédula del familiar (que retire). En caso de niño menor a un año de edad, anexar copia del certificado de nacimiento”. Esos son algunos de los requisitos para retirar un cadáver en la morgue de Bello Monte, en Caracas.  La lista es larga, incluye planilla original de datos de la funeraria y, si el occiso es extranjero, copia de pasaporte. Los requerimientos se leen en letras mayúsculas a lo largo de cinco hojas blancas unidas entre sí y pegadas a la puerta de vidrio del lugar. Si la muerte fue violenta, también es necesario consignar una copia de la planilla de denuncia al CICPC o copia de denuncia del hecho de tránsito, si fue un accidente vial.

Pero las personas en la sala de espera ya ni prestan atención al aviso que los recibe. En el aire hay un hedor a putrefacción y los ojos de casi todos parecen irritados por el llanto.

–El olor siempre ha sido así –dice Felicita Blanco, periodista de sucesos con 32 años de experiencia en la fuente–. Recuerda que dentro hay muchos muertos y algunos están ya en descomposición.

Morgue de Bello Monte

El fin de semana antes del lunes 21 de diciembre de 2015 dejó cerca de 36 muertos solo en la ciudad de Caracas, según conteo periodísticos a las afueras de la Morgue.

–Antes tenían una oficina donde atendían a la prensa y uno podía llevar registro de cuántas muertes y por qué causa fueron. La cerraron en 2003 y desde entonces el conteo lo realizamos nosotros, extraoficialmente –aclara Jenny Oropeza, otra periodista de la fuente.

El ‘privilegio’ de conocer la morgue desde adentro lo tienen pocos. Una vez se llega al lugar, el panorama de llena de carros y gente fuera de la medicatura. Adentro hay una salita de espera, y en ella unas 20 sillas que ocupan familiares y allegados que buscan a sus desaparecidos o a sus muertos. En el lugar hay tensión y un silencio incómodo que acentúa aún más el pestilente olor a descomposición. El televisor de la sala trata de distraer a la gente, pero los afectados ya se distraen con sus propios problemas.

–…Simplemente porque yo soy su mamá. Soy su mamá y no la quiero a ella ahí. Que respete mi dolor –dice una mujer de cabello amarillo pintado, que duramente llegará a los 40 años de edad.

Las otras tres mujeres a las que se dirige callan. Una empieza a llorar con desenfreno, pero contiene el ruido de inmediato.

Los ojos hinchados y rojizos por el llanto parecen ser una regla dentro de la salita. Se escucha un sollozo bajo, casi latente, pero generalizado. No se logra encontrar la fuente, pareciera que viniera de todos.

Pero, a principios de año, afuera, en la entrada de la morgue, la cosa era otra. Un grupo de seis periodistas, como abejas a la miel, salían de su paso para abordar un testimonio. Era un policía vestido de civil, tenía 23 años de servicio. Una cámara de televisión lo enfocaba, mientras los periodistas lo apuntan con grabadoras. Estaba ahí porque uno de sus compañeros fue asesinado el fin de semana antes de 16 de marzo, el número 29 de los funcionarios derribados por el hampa en los primeros tres meses del año 2015. A poco más de una semana para finalizar el año se conoce, extraoficialmente, que la cifra de funcionarios policiales abatidos por la violencia en Caracas superaría ya los 100.

–No creo que haya sido por el arma de reglamento –aclaraba el hombre–. La delincuencia ha agarrado demasiado poder. No respeta ni a los funcionarios públicos, ni al Ejército. El funcionario policial está en desventaja por las armas. Los policías no estamos autorizados para cargar armas largas.

 

Las afueras de la morgue de Bello Monte

Cada día del 2012, un funcionario policial murió violentamente, según cifras del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV). Para el 2014, la cifra habría incrementado a más de dos policías por semana, solo en Caracas, un poco más de uno en Carabobo y un poco menos de uno en Aragua.

En total, el 2014 habría cerrado con unos 24.980 fallecidos por violencia, lo que significa que 82 personas por cada 100mil habitantes murieron asesinadas. Según datos del OVV, con esa cifra, el primero de enero de 2015, Venezuela pasó a ser el segundo país con la mayor tasa de homicidios en el mundo.

“El país necesita ser pacificado y reconciliado, para ello es necesario devolverle a la norma social y la ley su capacidad de regular las relaciones sociales, solucionar conflictos y propiciar el encuentro de la población”, se leyó en el informe de cierre del año 2014 de la organización.

Lupa a Venezuela

La situación de violencia e inseguridad que denuncia el OVV no es ignorada por los medios internacionales. Para mediados de marzo de este año, en la Morgue de Bello Monte, único centro en la ciudad capital que recibe muertes por violencia, también se encontraban dos periodistas alemanes. Lukasz Tomaszewski era uno de ellos. “Es un nombre polaco”, aclaraba.

–Yo trabajo en la radio WDR de Berlín. Estamos aquí haciendo un reportaje general sobre la situación en Venezuela. Tratamos de abarcar todo, porque la situación de este país no se limita a la economía, es también la inseguridad. No se trata de una sola cosa y está empeorando –comentaba en un español fluido, pero con marcado acento extranjero.

Tomaszewski había cubierto antes informaciones en otros países de la región, pero en ninguno había percibido lo que siente en Venezuela.

–Hablamos con quien sea y nos dicen: “Tengan cuidado, no muestren el dinero. Escondan sus celulares”. Todas esas precauciones a las que están acostumbrados aquí. He visitado varias ciudades de Latinoamérica y no había visto eso. La sociedad está paranoica y lo peor es que es como una espiral.

Es la primera visita que hacía Lukasz a la morgue de Bello Monte. Él y su compañero dejarían el país la semana del pasado 16 de marzo y “no podían dejar de venir”.

–La impresión es tristeza. Pero las personas tienen un semblante duro. No lo esperaba. Los familiares salen del carro y parece que es una rutina; que ya lo han visto en televisión y ahora les toca a ellos.

Desde adentro

Esa experiencia sorpresiva también la vivió Sandra De Freitas, estudiante del último año de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. Sandra ha visitado la morgue por requerimiento académico cinco veces ya. Terminó sus prácticas de Medicina Legal en la morgue el pasado febrero.

–Íbamos a las salas donde hacen las autopsias de los cadáveres y ahí nos daban clases. Veíamos el proceso de la autopsia. A veces manipulábamos el cadáver para evaluar las heridas, órganos, etc.

Sandra cuenta que la primera vez que ella y sus compañeros bajaron al sótano del lugar para realizar las prácticas, dos de sus compañeros vomitaron por el olor.

–Por dentro, el olor de la morgue es desagradable, intolerable al principio. Apenas pisas la recepción huele a muerto. A medida que bajas al sótano, la cosa empeora.  Y la sala de autopsias es un desastre. A nosotros nos tocaba ir los lunes. Esos días llegaban los cadáveres del fin de semana. Como había tantos, los tiraban por todos lados. Había charcos de sangre. De verdad, muy desordenado. Pero, lo peor no es eso. Lo peor son unas cavas donde tienen guardados a los cadáveres que no reconocen, que nadie va a buscar. Y, bueno, hay cadáveres que pasan de uno a dos meses allí, y apesta. Esa puerta cerrada hace que todo el sótano apeste.

La razón por la cual no se conservarían los cadáveres, explica Sandra, es por escasez de formol para fijarlos.

–No hay formol en el país. Lo poco que hay lo usan para fijar muestras histológicas, cosas así. Para biopsias. No lo usan en cadáveres. Así que, como no los fijan, se pudren allí.

Además de esto, la estudiante considera que el trato del personal de la morgue tanto a vivos como a muertos deja mucho que desear.

–La primera vez que fui fue impactante. Cuando llegamos estaban evaluando el cadáver de una persona joven, unos 25 años, se veía sana. Yo me quedé viendo la autopsia, era la primera que veía, y no me gustó. Me pareció que la persona que realizaba la autopsia no tenía contemplación. Era como si estuviera lidiando con un saco de papas. Demasiado frío, como que no tenía el respeto suficiente. Todo era a los coñazos.

El ambiente fuera de la morgue no sería muy distinto, comenta la joven. Sandra asegura que durante el tiempo que asistió a la morgue nunca vio a nadie llorar a las afueras.

–La gente que está afuera esperando el cadáver está acostumbrada. Pero bueno, también sucede que por las condiciones de la morgue no dejan entrar a familiares a ver directamente el cadáver. Les enseñan fotos de la cara y eso fuera de la morgue. Supongo que eso influye.

En efecto, afuera de la medicatura forense de Bello Monte son contados los casos de personas que sollozan la mañana del 21 de diciembre. Nadie parece tener cara de impresión. Solo resignación.

Durante su descanso, algunos funcionarios se toman un café en uno de los dos quioscos que quedan frente al lugar. Cuentan chistes y se ríen.

Yo creo que lo que haría falta es organización, limpieza, insumos para que no se pudran los cadáveres. Empleados más respetuosos en general –considera Sandra.

El reportero alemán, Lukasz, por otro lado señala:

–Yo me pongo en el lugar de los familiares que llegan. Si un hermano fuera asesinado o algo así, yo no sería capaz de articular palabra. En cambio, aquí las personas están claras en lo que van a decir a los medios, (los que quieren hablar a los medios). Son capaces de hablar con los medios. No lo esperaba, esperaba delirio.

Durante todo el día llegan carrozas fúnebres al lugar. Hay ya varias patrullas y a cada rato llegan más carros.

“De forma anónima denuncia a las bandas que azotan a tu sector”, se lee en un anuncio pegado en una de las paredes de vidrio de la sala de espera. “Llama al CICPC: 0800-242-7224”. Un hombre flaco, con barba de dos días y una chemise amarilla mira el anuncio, la mueca que hace después es de desgano.

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