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Luis Ugalde: A la Iglesia no le corresponde dirigir, sino alimentar las conciencias

Existe un correlato histórico atado a una fecha: 23 de enero de 1958. Ahí confluyen la Iglesia, los partidos políticos, la Fuerza Armada y la sociedad civil. La oposición ha convocado, una vez más, una marcha el 23 de enero de 2017.

La situación política y económica luce peor que cuando el Gobierno y la oposición acordaron sentarse tímidamente en una mesa de diálogo frágil. En ese contexto, la Iglesia advierte un panorama oscuro y reitera el fracaso, si los factores políticos de ambos bandos no reaccionan ante las exigencias de la realidad.

El sacerdote jesuita y exrector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), Luis Ugalde, aclara que la conducción de una salida a la crisis política, económica y social no es una prerrogativa de la Iglesia.

Reconoce que hubo confusión por parte de todos los actores en el proceso de diálogo, incluida la propia Iglesia, pero destaca que nunca en la historia venezolana de esa institución ha habido un documento tan lapidario y tan frontal como el que divulgó la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) a principios de este año. «En toda la historia de la Iglesia en Venezuela no es equiparable con ningún otro, en cuanto a claridad y la dureza, y es así porque tiene la consciencia de una situación tan grave».

—El saldo de 2016 que la Iglesia expuso hace poco no es bueno, de hecho, es sumamente grave, tanto para la oposición como para el Gobierno, y el telón de fondo es un país que cae por el barranco. ¿Por eso la institución católica lo advierte y se muestra en un rol acorde con la gravedad de los tiempos actuales?

—La Iglesia, por su propia naturaleza, tiene que ser conciliadora cuando se presentan situaciones de una confrontación tan grande, si bien uno podría traer ejemplos históricos en los cuales la institución se parcializó, como durante la misma guerra civil española, en esa transición jugó un papel muy importante y persuadió a las posiciones más duras.

No puede haber futuro moderno si no hay un entendimiento y eso implica entenderse con los que no piensan igual o con los que sí lo hacen. Algo de eso tuvo el caso de Polonia, en el cual la Iglesia contribuyó en la transición, viniendo de un régimen comunista, que terminó en la democracia.

En el caso de Venezuela tenemos el año 57 y ese período es muy interesante, porque en ese momento, como ahora, muchos decían que de eso no salíamos, que eso no tenía alguna salida; el Gobierno acababa de ganar un plebiscito con sus métodos. Muchos decían que el país era pasivo, un montón de dirigentes en la cárcel, pero lo que había debajo era el profundo malestar del país, que eran millones.

Aunque en primer momento parecía que no había salida, un mes después Pérez Jiménez estaba haciendo maletas. Entonces en lo que hay que fijarnos es en la reconstrucción del país, porque el tema no es que Pérez Jiménez se fue, sino lo que pasó después.

—Si extrapolamos esa interrogante al presente y considerando el papel de la Iglesia, ¿qué es lo que viene?

—La transición no es blanco y negro, ni el diálogo es blanco y negro, sino que a medida que las fuerzas se van manifestando, eso contribuye a que se defina una transición democrática. En la Iglesia hay dos momentos importantes en relación con la salida de Pérez Jiménez: primero, la carta pastoral de monseñor Arias, el arzobispo de Caracas, que si uno la lee, son cosas suaves, lo que pasa es que el Presidente siempre daba su mensaje diciendo que el país estaba de maravilla.

El primero de mayo la Iglesia se basó en unas encuestas que se realizaron en una parte de Catia y habló las cosas normales, que el salario era insuficiente, que había desempleo, entre otras cosas. La reacción del Gobierno fue lo que convirtió ese documento en algo importante, porque Vallenilla Planchart llamó al arzobispo para regañarlo.

Lo mismo que sucedió hace poco cuando varios del Gobierno regañaron al arzobispo de Barquisimeto por lo que dijo en la congregación de la Divina Pastora, que simplemente expresó lo que estamos viviendo y lo que estamos sintiendo.

A la Iglesia no le corresponde una conducción directa de las cosas, sino alimentar las consciencias y lo está haciendo con los documentos que difundió como el de hace poco, que en toda la historia de la Iglesia en Venezuela no es equiparable con ningún otro, en cuanto a claridad y a la dureza del documento.

—El documento de la CEV es bien explícito y refleja la realidad, pero esos mismos puntos son los que estaban planteados en 2016, cuando se sentaron Gobierno y oposición. Los actores hicieron caso omiso y nuevamente la Iglesia reitera que la vía fracasó, no por el mecanismo en sí, sino por las accione de esos actores. ¿Cuál puede ser el siguiente paso?

—La dificultad fundamental está en que la situación empeora y habría más necesidad de diálogo. Pero cuando se sientan uno dice que quiere diálogo para la perpetuación en el poder y para afianzar el socialismo del siglo XXI. Al otro le preguntan y usted a qué viene, y la oposición responde ‘para restituir la Constitución’. Entonces si los objetivos son distintos, no podemos ir a dos sitios saliendo de un solo punto. Ese es el problema en este momento. Mientras el Gobierno no diga que por encima de sus preferencias está la Constitución y que el diálogo va a ser para restablecer la Carta Magna, seguiremos en el mismo punto.

En ese sentido el documento de la Iglesia es lapidario, porque dice claramente el cambio de orientación política. O socialismo del siglo XXI, que está fuera de la Constitución, o la Carta Magna. El cambio hacia la Constitución significa aceptar el fracaso de lo que se ha hecho en Venezuela. Significa aceptar inflación, pobreza, inseguridad, desabastecimiento.

El diálogo tiene que partir primero de la realidad y de unos objetivos que sean obligantes para todo venezolano; la Constitución es obligante. Lo otro es el terreno de los Derechos Humanos. Es ese el terreno común. Pero el diálogo es imprescindible, no hay modo de construir algo en el país sin él. De parte de la oposición ha pasado algo con el diálogo y es que todos están convencidos de esa vía, pero fueron y unos pensaban que había que ir y otros que no. No puedes ir sin una claridad de objetivos y con un representante que no puede firmar nada allá, porque tiene que consultar cada párrafo del acuerdo.

La Iglesia ha reconocido toda la confusión que hubo ahí y la Iglesia venezolana, que es la que vive aquí, también hizo saber al Vaticano que ese diálogo no avanzó ni un palmo. Por eso (Pietro) Parolin mandó la carta y los obispos la tomaron. El diálogo es imprescindible y probablemente ese diálogo ya es un cadáver, pero en cualquier circunstancia, más para  la reconstrucción del país, que para salir del Presidente, es fundamental el diálogo.

—Sin embargo, el factor internacional, significativo, es relevante en estas circunstancias. No una representación individual, sino en situación igualitaria para la partes.

—Eso cambia totalmente, ya que no pueden traer a un individuo porque simplemente les cae bien. ¿Por qué no invitaron a Fernando Enrique Cardoso o Ricardo Lagos?, que tienen un prestigio infinito al lado de los actuales. Eso pasa porque el Gobierno considera que quienes están son más dóciles.

Otra cosa es que los diálogos no suelen ser en línea recta, no. Un día una de las partes se levanta y se va, pero a los días o con el tiempo y con las circunstancias tiene que regresar para desbloquear una situación. Pero para que eso llegue tendrá que haber más manifestación explícita del malestar. No necesariamente marchas multitudinarias y no todo concentrado en Caracas, de modo que el Gobierno llegue a la conclusión de que esto es inviable.

El mantenimiento de lo que tenemos es inviable y el apoyo electoral que había ya dejó de existir. En este momento saben que cualquier elección es muy cuesta arriba para el Gobierno.

Luis Ugalde

—Y a pesar de esa situación el Gobierno confía en que podrá recuperarse, por eso apuesta al factor tiempo.

—El otro tema que va a cambiar para el Gobierno, pero para peor, es el apoyo de los propios chavistas. Hay mucha gente que no lo dice en voz alta pero sí en voz baja. Lo mismo sucede en las Fuerzas Armadas.

A veces cuando uno piensa en la intervención de las Fuerzas Armadas lo ve como un golpe de Estado y no tiene que ser así; se trata de una Fuerza Armada para defender la democracia. Es terrible que al decir que la Asamblea Nacional es ilegítima, la voluntad de millones fue burlada y eso es lo que hay que hacerle sentir al Gobierno. No es que se está burlando de Julio Borges, sino de la mayoría absoluta.

El Gobierno cree que eso será temporal y juega a una serie de loterías que harán que salgamos de esto. Pero es obvio que en enero de 2017 estamos peor que en enero de 2016. El tiempo no trabaja para el Gobierno, porque la situación empeora.

—El tiempo también le pasa factura a la oposición

—Ciertamente. El tiempo perjudica a todos, al país entero. Sin embargo, en el manejo del tiempo hay un aspecto que la oposición debe cuidar mucho: crear ilusiones. En estos días uno de los veteranos de la oposición dijo que en una marcha a Miraflores él, con sus 85 años de edad, era el primero y que con eso se caía el Gobierno. Crean una ilusión que necesariamente termina en frustración.

—Que al final fue lo que sucedió en 2016

—Claro. Las marchas fueron formidables, pero con eso el Gobierno no tiene intención de irse. La marcha es importante pero no podemos crearnos una ilusión de que la semana que viene celebraremos.

Es complicado el escenario para la oposición, porque tienen que sembrar esperanzas con acciones, y por otro lado no sembrar la idea de que para febrero esto ya se resolvió. Es un juego difícil.

A veces el líder político, para animar a la gente dice ‘ bueno nos vamos para allá’ y el Gobierno se irá, pero eso es contraproducente, porque a la tercera manifestación la gente dirá que a la cuarta no irá.

Es obvio que la gente quiere una solución inmediata y está impaciente. En el líder está el cómo mantener una esperanza que no conlleve una nueva frustración y para eso tendría que haber mucho más acuerdo que lo que hay actualmente en la Unidad, porque unos quieren más aceleración y las fuerzas se van en contra de la propia oposición.

—Por eso la Iglesia destaca que la oposición también tiene su carga en el fracaso del diálogo y en una salida política realista.

—Porque en la confusión del diálogo la Iglesia dijo en qué fue que falló eso, qué era lo que debía defender el diálogo. Ahora, ¿por qué los lideres de la oposición no han sido capaces de presentarse ante el país y decir qué fueron a defender en el diálogo? Como no le han hablado al país y no han aparecido juntos, la gente piensa que para allá fueron algunos que llaman vendidos, que tienen negocios con el Gobierno, etcétera. Hay que dar a entender al país, con la práctica, que realmente están unidos.

—Y en ese contexto el Gobierno quiso llevar a cabo en muy poco tiempo, con la designación de Tarek El Aissami, una agenda represiva: Henrique Capriles, Raúl Isaías Baduel, Lilian Tintori y el partido Voluntad Polular, todos en una misma semana.

—El Gobierno quiso cortar todas las cabezas y cuando actúas de esa manera se ve mucho más obvio el plan dictatorial y daba la impresión de que El Aissami comenzaba así, pero luego de la primera arrancada, se dan cuenta de que eso les crea un gran problema en lugar de resolver algo. La gente te puede creer hasta cierto punto, pero eso al final resulta contraproducente. Y en los militares me parece que el malestar es mucho mayor.

—El Gobierno trata de jugar en dos frentes. Por un lado, relanza el Consejo de Economía Productiva, se reúne con empresarios y luego quiere proyectar una imagen que contrasta y que quiere ser avasallante, en el tono discursivo y en la práctica.

—En esa dirección hicieron algo que si lo haces como un show se ve inmediatamente. Primero se reúnen con doscientos empresarios, le declaran el amor públicamente a Polar y todo queda como un juego de niños en un terreno en el que necesitan absoluta seriedad, porque efectivamente hay que tener productividad y una reunión con los empresarios, pero ellos te van a preguntar cuál es la garantía jurídica que tienen para invertir en Venezuela.

Eso no se resuelve con que hoy Maduro apareció sonriente y ayer nos insultó. No hay signos  concretos de que efectivamente seguirán una ruta seria para la inversión, para la producción y para la confianza.

Por eso, el documento de la CEV es interesante en ese sentido, ¿cómo pasamos de un ambiente de desesperanza a un clima de una nueva creatividad? Y enumera varios puntos en ese sentido: reactivar el aparato productivo; garantizar la vigencia del Estado de Derecho; reconstruir el tejido social fracturado; valorar la ética personal; fomentar la honestidad y la responsabilidad en la vida pública. Todo eso está resquebrajado. Por eso la Iglesia insiste en la necesidad de creer que todavía hay futuro. La gravedad de la situación es la que puede ayudar a la oposición para superar las diferencias.

—Usted dice que el diálogo no es lineal y pudiéramos decir que lo sucedido en 2016 fue una primera etapa. La Iglesia criticó al Gobierno y a la oposición, y reiteró el fracaso del diálogo, pero la representación de la Santa Sede nunca se asumió como un mediador, sino como facilitador, entonces desde el principio los roles no estaban definidos.

—De parte de la Iglesia también hubo indecisiones, porque al principio no vino Celli, sino el nuncio en Argentina, que vino y luego ya no lo hizo más.

La explicación que me dieron es que (monseñor Claudio María) Celli no podía venir en esa fecha y mandaron al nuncio de Argentina. Hubo una serie de improvisaciones, de fallas en las articulaciones, sobre todo del Vaticano con los líderes de la CEV, porque en un principio lo normal es que si viene un representante de la Santa Sede, con el primero que tiene que hablar es con los líderes de la CEV y no lo hicieron, por la prisa y por cualquier otra razón. El primer ensayo efectivamente no resultó y hay que corregir eso.

Luis Ugalde

—Sobre ese punto, en el discurso ante la asamblea plenaria de comienzos de 2017, el presidente de la CEV reiteró la importancia del nombramiento del cardenal Baltazar Porras.

—Cuando Baltazar Porras iba a Roma para la investidura tuvo la oportunidad de hablar personalmente con el papa Francisco, y tuvimos una reunión para saber cuáles eran las críticas de la actuación de la Iglesia para que él las transmitiera allá.

El secretario de Estado del Vaticano no va escribir una carta porque a él se le ocurrió, como dice Diosdado Cabello. Eso no opera así, lo mismo sucede con la Iglesia local. Eso ayudó para afinar mucho más y captar las sensibilidades que habían. Celli recibió a algunos más críticos y a otros no tanto, y en ese sentido es cuando te das cuenta que la situación es más complicada de lo que parece.

Son dos proyectos contradictorios y el Plan de la Patria contradice la Constitución. Por eso el documento de la Iglesia resalta que el diálogo es absolutamente necesario, pero con una nueva metodología, una plataforma común con objetivos compartidos y con respeto.

—Parece que la única certeza en un contexto de dilemas como el actual es que el control militar, como un elemento de suma importancia, fracasó rotundamente, tal y como lo ha advertido el historiador Germán Carrera Damas.

—La dictadura actual es militar. La mitad del gabinete, para simplificar la situación, está bajo control castrense, entonces en una dictadura militar, como la de Pérez Jiménez. Pero el malestar de la gente puede influir en el termómetro de los militares.

No necesariamente la dictadura militar requiere otra, pero sí que el peso determinante de los militares implique que no continúe el apoyo al Gobierno, el respeto a la Constitución y la exigencia de que se hagan elecciones.

—¿Sería ingenuo hablar de transición luego del saldo de 2016 y desde el punto actual, cuando parece muy distante la victoria de la oposición en el Parlamento?

—Transición tiene que haber, porque lo que significa es pasar de lo que tenemos a un proceso de reconstrucción del país con un apoyo internacional muy grande. Venezuela sola es incapaz de llevar adelante eso. Ahora el modo de esa transición es lo que puede cambiar, porque puede haber diversos elementos de un cuadro político abierto que no tenemos.

—¿Serán más costosas este año las mismas fallas políticas de 2016, tanto de Gobierno como de la oposición?

—Más costosas que el año pasado. Cualquier cosa ahora es más costosa. El panorama es muy alarmante en todos los aspectos: político, económico y social.

—Hemos hablado de dos actores fundamentales: Iglesia y las coaliciones políticas de oposición y Gobierno. ¿Qué le corresponde a la sociedad civil?

—El papel de la sociedad civil es fundamental, porque es la movilización del país. Si uno se pregunta quién tumbó el Muro de Berlín, llega a la conclusión de que fue la sociedad civil con un contagio irreversible. Por eso, el exigir que solo Ramos Allup, Julio Borges o Freddy Guevara actúen es simbólico. Es la sociedad civil, con millones de venezolanos, la que debe activarse. Ahí están los maestros, los médicos, es decir, más de un millón de personas. Lo importante es que se sienta que la presión existe. Es una ocasión para organizar redes nacionales, movilizadas, que no esperan orientaciones de partidos políticos. Estamos en una posguerra sin haber tenido guerra, lo que implica una movilización tremenda, con o sin permiso del Gobierno. Eso es un reto organizativo muy grande.

—Esa movilización implicaría una restructuración del accionar político de la oposición, algo que ya se ha planteado, pero de lo que no se habla aún.

—La oposición ha reconocido que fueron demasiado optimistas. Sobrevaloraron el triunfo e infravaloraron al Gobierno. Se emocionaron tanto con la victoria de diciembre que pensaron que llegaría enero, febrero y un par de empujones, y esto se caería.

Ahora se han dado cuenta de que eso no es así y que la acción no la puede hacer una minoría de militantes políticos, sino movilizando a la sociedad civil, con diversas formas de expresión que no es simplemente mañana vamos a Miraflores.

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