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Uslar después de Uslar

(%=Image(9129379,»R»)%) Una de las frases memorables del film francés Amelie, sentencia para estupor de los bien acomodados: Son tiempos difíciles para los soñadores. Soñar es un ejercicio de creación y de fragua. Es construir lo que no existe o lo que vale la pena ensayar. La literatura es quizás la forma más fantaseosa del sueño, porque se mantiene en los territorios de la abstracción y si gira instrucciones a la realidad, es para que esta última sea menos estricta y más susceptible de mudar sus pareceres. Desde luego afirmar que los libros cambian la historia o los hombres, es una afirmación cándida que tiene que tomarse a beneficio de inventario. Hay libros como la Biblia, el Corán, el Capital que han indicado direcciones, claros y oscuros al camino del hombre. Pero son textos programáticos, instruccionales y, podemos además listarnos igualmente el número de calamidades que fatalmente han generado.

El caso de la literatura es diferente. La literatura no ha existido para tener efectividad como quien ilustra su optimismo con las instrucciones al dorso de un producto medicinal. No, la literatura es una maquinaria de escape a la realidad donde mundos supremamente más ricos e ilusorios, satisfacen la estrechez que supone el día a día. La literatura es un sueño dirigido, decía Borges, donde el escritor, agrego, se ocupa de darle al lector la posibilidad de escapar a sus propios monstruos o de enfrentarlos. Se parece al sueño porque ambos guardan entre sí la capacidad de reparar y sustraerse de la realidad, de entregarse a una libertad más llevadera, al usufructo de realizar lo descabellado y desdeñar el tiempo y sus cargas en beneficio de una breve aspiración de tiempo sin tiempo, de trascendencia, de simple y llana evasión o placer. Es creando lo suprareal, como quien construye una fortaleza con granos de arena, yendo hacia el mundo fingido, que el escritor se desapega de lo que cotidianamente le rodea, para edificar un orden que sea precisamente el reverso, la otra cara de la existencia.

No tengo dudas en afirmar que (%=Link(«http://analitica.com/va/arte/actualidad/2574994.asp»,»Uslar»)%) después de Uslar será mantenido con vida gracias a la literatura que compuso. Debemos repetir que, por encima de todo, fue un escritor y por ende soñador. Curiosamente alcanzó una estatura y un reconocimiento como pocos hombres lo han hecho en nuestro país. No se crea que fue fácil este proceso. En Uslar coexistieron varios uslares y el hombre que terminó siendo, para parafrasearlo, le debe sus haberes al escritor. El prestigio de los diversos uslares, fue cediendo terreno al Uslar escritor e intelectual. Hoy en día mencionamos su nombre y es motivo más que justificado de un singularísimo respeto. En nuestros contemporáneos tiempos nadie pondría en duda el merecimiento de este juicio positivo. Para demostrar que no siempre fue así, recordemos que en 1945 fue acusado de peculador y desterrado de su país. A mediados de los sesenta fue abucheado en la Universidad Central por estudiantes y en el Palacio de las Industrias, por empresarios e industriales, aunque parezca casi delirantemente increíble. La política tiene esos riesgos de descalificación y creo que el Uslar escritor ordenó a los otros uslares desaparecer, cuando en beneficio de su obra, se alejó de la política activa en 1973.

El sueño que tal vez se trocó en pesadilla para Uslar con la política y su aspiración de convertirse en presidente de Venezuela, pudo salvaguardarse a través de la escritura. Logró sin duda más que una presidencia, obtuvo su derecho a permanecer en el tiempo a través de su obra. Su condición de hombre mediático logró igualmente entablar una conversación de altura con los miles de amigos invisibles que conversaron tácitamente con él en su fiesta por celebrar la cultura y la saga del hombre en el inventario de sus supremas conquistas y sus deleznables miserias. Uslar se inmiscuyó en los hogares para susurrarle a la teleaudiencia las bondades de la cultura y como el buen animador que era, logró un rating más que puntual que lo avienta por encima de las mediciones del tiempo.

Curiosamente, su novelística pactó un maridaje con la historia. El escritor dispuso de la historia para convertirla en ficción y dotarla de una libertad donde fuesen más llevaderas las conclusiones de esa misma historia. Para desapegarla de la estricta realidad y ponerla al alcance del público, en un proyecto casi pedagógico para adecuarnos más con el pasado y lograr descifrar el intrincado presente. En este sentido Jorge Marbán ha apuntado que su objetivo principal era iluminar con amenidad y relativa sencillez un panorama histórico de peregrino interés y legendario atractivo. Para nombrar sólo algunas, Las lanzas coloradas intenta rearmar las piezas del rompecabezas de la guerra de independencia. Cómo por ejemplo los personajes optan por uno u otro bando, según una tabla de valores a la que históricamente pertenecían o creían pertenecer. En Oficio de difuntos, el ánimo de explicar el sentido histórico de la autoridad, a través del dictador muerto. Y, La visita en el tiempo, es sin que me quepa la menor vacilación el gran homenaje de Uslar a la hispanidad. Lo mismo que la novela que nunca escribió, la que le perseguía, de Potosí y su cerro de plata, la novela que hubiese querido desgranar la codicia y la conquista material y la ilusión del brillo del metal, como prólogo al rentismo, que también conquistó de aventura a la empresa española de las Américas.

Recientemente a propósito de la presentación de una novela de la escritora española Rosa Regas, el escritor venezolano Oscar Marcano, hacía comparaciones entre el método del cuento y el de la novela. Marcano sostiene que el cuento es como tener una sola bala en la recámara de una pistola. Los cuentos de Uslar, quizás por la precisión del disparo, apuntan a una mayor felicidad literaria al lado de mis novelas preferidas, Las lanzas y la Visita en el tiempo. En ellos nuestro autor, quizás por no tener que construir grandes sistemas organizacionales como son las novelas, en los que no escapa de su intención de pulverizar la historia y manufacturarla para la comprensión de sus contemporáneos, en ellos Uslar pudo llegar a una libertad que le hizo guiños a su motivación pedagógica con la historia que, inconscientemente, está en sus novelas. Sus cuentos lo obligan a un mayor atrevimiento escritural, y con ellos se deshace de pudores e intenciones posteriores. Simplemente arranca de sí su piel y su sudor de escritor para vestir de vida a sus personajes y situaciones. Basta recordar a Simeon Calamaris para advertir hasta el frío del cadáver o La pluma del arcángel donde el olvidado telegrafista le da por inventar una realidad a la medida de su antojo. Condición esta germinal de todo fenómeno libremente literario: la arbitrariedad de crear en su sentido voluntariosamente fundacional. El mundo se gesta al paso de las metáforas.

Apuntaba anteriormente que La visita en el tiempo es un homenaje a la hispanidad. Lo mismo que sus muchos ensayos, que pergeñó para dedicarse al tema como los recogidos en Godos, insurgentes y visionarios, La creación del nuevo mundo o Del cerro de Plata a los caminos extraviados. No en balde el personaje central de la Visita es don Juan de Austria, en quien Uslar traspone el sino fatal del fracaso como un espejo deformante de su propia España. Don Juan es el vencedor de Lepanto, donde la cruz vence a la media luna y donde el Mediterráneo, como apunté en otro ensayo, se reafirma como mar de Occidente. Y es esa misma España vencedora, con sus grandes y valerosos capitanes, la que encontrará la ruina en Flandes, gracias al despiadado y fanático encierro que le gesta Felipe II. De allí, también, aunque no es tema ya de la novela vendrían los sucesos de la Armada Invencible y la capitulación de España como dominadora europea. Uslar encuentra en don Juan la interrupción de un sueño histórico y a lo mejor el comienzo de una fragilidad española que no supo defender y contener las realizaciones de su afán imperial.

De lo que jamás puso en duda Arturo Uslar fue de nuestra pertenencia a la hispanidad como cuenco cultural del que aún hoy en día abrevamos nuestra sed de pueblos. Antes de la ruptura de la Independencia, todos éramos españoles. Dice el propio Uslar: Los americanos se consideraban tan españoles como los peninsulares y su relación con la corona no era menor ni diferente a la que tenían con ella los distintos reinos de la península. Si nos independizamos en lo político, fruto de un mayorazgo, donde los pueblos legítimamente asumen su propio destino, absurdo e insensato fue sin embargo que diéramos la espalda a España como si los vínculos de la cultura pudieran rescindirse y se arbitraran en las arrogantes líneas de una previsión constitucional, como ocurrió. Buena parte de la herencia que recibimos del viejo Uslar consiste en seguir afirmándonos en la hispanidad y no en los engañosos préstamos culturales, con derecho a usura y a reparto del botín, con que el lado perverso de la mundialización nos está llamando a engaño.

Me atrevo a afirmar que el Uslar que seguirá viviendo no será el político ni el hombre público, ni el candidato, ni el notable. El mismo Uslar procuró echarlos al olvido. Era tal su denodado afán literario que en los últimos tiempos, cuando la vista comenzó a jugarle bromas pesadas, Uslar consideraba la muerte como una salida. Difícilmente podía leer y menos escribir. El Uslar que avecindaremos en nuestro condominio de vida es el escritor, el que nos puede conducir a un viaje más rico que el de la realidad, el que existe y seguirá palpitando en sus copiosas y bienescritas páginas. Y también el que doma la realidad en sus ensayos universalistas con un sentido casi taxonómico de la inteligencia para espiar los pasos del hombre en su infinita carrera con botas de siete leguas desde que descubrió, para citarlo, el orgullo demoníaco de su cultura.

Durante años lo llamamos el doctor Uslar. Lo institucionalizamos en demasía, buscándolo como un oráculo que desenmadejara la urdimbre del presente. Empecemos a decirle Uslar a secas . El único doctor de la historia de la literatura es el doctor Johnson. La familiaridad en el trato es un derecho del lector y esta doctoridad podría terminar alejando a Uslar de sus seguidores. (Nadie entra en una librería buscando la última novela del doctor Vargas Llosa ni pregunta por los ensayos del doctor Unamuno). Ultimemos con él nuevamente una fecunda relación de amistad con sus textos, para los que no necesitamos doctorarlo y abunda la compañía grata, amena e inextinguible de sus invenciones. Confisquemos con él la realidad y empecemos a evadirnos en los muchos mundos de la princesa de Eboli que miraba por un sólo ojo; del resentido Presentación Campos quien invocando las coronas de un lejano rey se venga de sus amos o del todopoderoso Peláez a quien ni la muerte le arrebata el temor que logró sembrar entre quienes lo rodeaban. Volvamos a sus líneas en las que sus tintas no han dejado de convocar el placer mismo que es la literatura y la dimensión de un creador que también en su tiempo sorteó la barrera que proclamaba tiempos difíciles para los soñadores.

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