Cultura

Dayris Gómez: Vibración de Cayena

La primera impresión que tiene el espectador al enfrentarse a las cayenas de Dayris Gómez es la de estar ante una efusión cromática, de rojos, combinada con tensiones cromáticas como es el amarillo y el verde, entre trazos que transforman la flor en expresividad.

Resalta la artista su gusto por la materia, por lo telúrico y lo celeste. Se está ante el significado de la flor como cáliz, útero y receptáculo cósmico. Desarrolla el tema floral a través de la identificación con este complejo simbolismo, y en específico, de la cayena, (Hibiscus), la recrea como realidad biológica, como parte del ciclo de renovación de la naturaleza.

“Ha sido una investigación durante años de mi transformación, donde sin darme cuenta fue de la mano con la evolución de mi pintura.”(Diario de Dayris Gómez).

Cada obra de la artista se convierte en un microcosmos visual. Así de la serie “Entre el Cielo y la Tierra”, 2015, los colores dominantes son el rojo y el amarillo. Colores que resaltan entre los giros gestuales que materializan los pétalos, que brotan de ambas cayenas, encontrándose en oposición. Los pistilos los pinta con acentuada expresividad, y transmiten a las flores sensualidad, guardando semejanza a los vellos vulvares. Esto le transmite una dimensión erótica y de intimidad a la flor, que resalta la exuberancia de los colores cálidos. Sentido estético que nos recuerda que la sensualidad de la flor busca atraer a los insectos para ser polinizada.

En este conjunto el rojo y el amarrillo se fusionan, y se mezclan para transmitir la idea de Poiesis término griego asociado a “creación”. Para Platón en “El banquete”, define el término como «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser». Cada pieza está plena de esta tensión que se evidencia en sus composiciones. Gusta así de hacer aguadas acrílicas para sus obras, asociadas a lo que está por nacer, y lo confronta a lo matérico que simboliza lo nacido, lo creado. Dialéctica estética que representa a los opuestos y la conjunción como anhelo de perfección que determina la vida como resultado de la transformación.

La artista asume esta intención al cargar el pincel y deslizarlo sobre la tela, con gestos plenos de fuerza y vigor; acciones que quedan plasmadas como pálpito. Creando fuertes contrastes cromáticos, que parecieran auras energéticas que juegan con la transparencia acuosa y opacidad telúrica. Logra así transmitir ese efecto por el cual cada flor es percibida como parte de los ciclos de la vida silvestre.

El trazo es guiado con intensidad para transmitir al espectador la sensación de vivir acobijado en un existir cíclico donde el nacer, el morir, el reintegrase y transformarse en el universo es el destino de cada fragmento del universo.

En Ramillete de la serie “Entre el Cielo y la Tierra”, 2015 al espectador, se le hace evidente que no está ante un cuadro donde sólo se representa un conjunto floral, sino ante cayenas que la pintora hace suyas, para reinterpretarlas y recrearlas. Son seis, cada una con su propia vibración cromática, que le transmite la artista dejando sus improntas en el cuadro al danzar su pincel sobre el lienzo.

Uno de los extremos del ramillete es ocre-terroso y el otro rojo pasional. En el centro los morados, se mezclan y crean metafóricamente una geometría orgánica. El fondo del conjunto es una mancha informal, sobre la que brota el ramillete de vitalidad. La sensualidad que poseen las flores, se potencia al crear los pétalos un gestualismo expresivo, que se convierte en alegoría de lo sagrado.

Quisiera que mi obra llegara a cada persona,
no vivimos en el cielo,
pero si podemos elevar nuestras almas,
con el amor de lo que hacemos.
Así habrá llamaradas entre el cielo y la tierra.
(Diario de Dayris Gómez)

Dayris percibe y proyecta en sus fragmentos de naturaleza, destellos de la divinidad, de lo numinoso y de ahí establece un paralelismo con la estética oriental, donde lo esencial no es la novedad, ni la innovación sino atrapar en el gesto estético la esencia de lo pintado. Así, los pintores clásicos chinos durante sus vidas se dedican a dominar un tema, para poder sintetizar el alma o el corazón de lo representado. En esta etapa de la obra de la artista, se plantea esa obsesión creativa por atrapar en trazos sintéticos la esencia de ese receptáculo telúrico y celeste que es la cayena.

El paisaje y la naturaleza, han sido temas fundamentales de la historia del arte. En Venezuela a partir de los inicios de la modernidad, la temática era predominantemente heroica e independentista. Sin embargo, existió una generación de pintores que hicieron un acercamiento al paisaje a principios del siglo XX, en plena época de la dictadura gomecista que giró en parte alrededor del Círculo de Bellas Artes (1909). Reacción estética, cultural y política que se rebeló al paradigma de la sumisión y el aislamiento que impuso la cruel dictadura de Juan Vicente Gómez Chacón (1857-1935).

El tema floral en el arte contemporáneo venezolano tiene sólidos y variados referentes, entre ellos destacan la obra del colombo-venezolano Roberto Obregón (1946-2003), propuesta centrada en los pétalos de rosas para crear una obra sublime y conceptual. También es digno de destacar la obra de la artista Teresa Gabaldón (1946-2003), quien crea una sintaxis plástica pictórica centrada en la temática de la flor. Entre este contexto estético brota la obra de Dayris, para quien la cayena se transforma en símbolo del alma y del cuerpo, de la vida y la muerte, del erotismo y el misticismo.

“El simbolismo tántrico-taoísta de la Flor de Oro corresponde también a la espera de un estado espiritual: la floración es el resultado de una alquimia interior, unión de la esencia (Chong) y el aliento (Chi), del agua y el fuego. La flor es idéntica al elixir de la vida; la floración es el retorno al centro, a la unidad, al estado primordial”. (1)

De ahí que los climas de gestación y génesis estén presentes en los cuadros de esta artista larense, materializándose en pinceladas gestuales, que asumen técnicas que va desde el frotado, al chorreado, hasta la creación de capas pictóricas que van de lo etéreo a lo matérico. El goteado acentúa áreas, en una especie de puntillismo orgánico, que contrasta con la mancha, para destacar las misteriosas fuerzas que generan los ciclos de la vida.

Cada obra de la artista es una sinfonía de alegría y de espiritualidad. Nos recuerdan el significado que le daba San Juan de la Cruz (1542-1591) a la flor, quien percibía en ella las virtudes del alma y en el ramillete que las une, la perfección de lo espiritual, al ser metáfora de la unión del alma y del cuerpo. A diferencia de la visión romántica, como es el caso de Novalis (1772-1801), que la asocia al amor, y al afán metafísico por la eternidad, como fuerza de empatía y de la armonía que debe existir entre la humanidad y la naturaleza.

Ambos sentidos están presentes en la propuesta de la creadora, pues en sus composiciones al agrupar las cayenas, unifica de manera armónica los diversos impulsos de energía asociados a lo extático, lo espiritual y a lo amoroso. Estados que se materializan en la estética y simbolismo de su cromática. Así el rojo lo asocia a la pasión, y al amor pero se atenúa para buscar los ocres que nos llevan a la pasividad y ternura telúrica, que armoniza con el amarillo, expresión de lo solar y lo activo, propio de la iluminación y la gracia; y el azul vinculado a lo acuoso, al mar y a la fertilidad que viene con las lluvias. Dinámica cromática que nos lleva a una síntesis simbólica y visual de las tensiones propias de la existencia humana, que se hacen presentes en este lenguaje plástico.

El fondo blanco de sus cuadros, potencia la vibración cromática del tema floral, y su sentido musical, al acentuar los contrastes. Así, de cada cuadro emanan asociaciones musicales a través de tensiones formales y visuales, que inspiran a la artista su proceso creativo. Las cayenas se transforman en unmetáforas de remolinos de energía, cuyos centros visuales parecieran estar presentes en toda la composición, debido a la gestualidad y predominio de la curvo en la composición. Un ejemplo de esto es como sus pinceladas y trazos parecen danzar sobre el lienzo para mutarse en curva sensorial plena de musicalidad mozartiana, presentes en su serie “Nebulosidades”,2015. En cada una de estas piezas el sentido musical se transforma en color. Pues desea de esta manera llevar al espectador el impacto sensorial y emocional que tiene la música, para afectar la sensibilidad humana y hacer temblar el alma. Dayris Gómez recupera así, para la pintura, aspectos de la dimensión de la estética propios de la música.

Al reinterpretar y proyectar la artista sus emociones, las transforma en eco de vivencias y sentimientos encontrados, de ahí ese atractivo arquetipal que despliegan cada una de sus piezas. Convierte algunas de ellas en destello expresivo que trasciende la realidad, para convertirla en eco de lo intangible. Se establece de esta manera un alejamiento de la realidad, para acercarse a una abstracción expresionista, gracias a la fugacidad del trazo y su musicalidad. Razón por la cual busca crear con materiales de secado rápido, que capturen el gesto pictórico; de ahí que use el acrílico puro, y en aguada, como ocurre en algunos conjuntos florales. Se establece así una tensión entre la figuración y la abstracción en su búsqueda de encontrar al otro con lo sublime. Al desmaterializar la forma, tal como sucede al oscurecer la paleta en el cáliz hasta llevarlo al negro, como expresión de la nada.

La pintora nos enfrenta a una posible visión del origen del universo, a la explosión lumínica que dio existencia al cosmos. Convierte así los pétalos en vibración, y transforma sus intervenciones dibujísticas en símbolos o palabras entre el color y la mancha, para dar claves al espectador y acercarlo a los significados que desea transmitir. También se materializa un vigor arcaico en estas flores, que recuerda los rituales de las fiestas florales dedicadas en Grecia a la diosa Clorys, y a Flora en Roma, en los primeros días de mayo.

En Mesoamérica esta dimensión estaba vinculada a Xochipilli (Señor de las flores) y su complejo simbólico que lo asocia a la flor y a la mariposa que absorbe el dulce néctar florido. Metáfora entre los aztecas del éxtasis poético, como realidad existencial y metafísica, que lleva a los poetas-guerreros a existir entre la tierra y el cielo para encontrar su verdad.

Cada pieza de la artista transmite un denso sentido simbólico, y emocional. El significado de sus cayenas es multivalente. En unas domina lo solar, lo caribeño, en otras, lo lunar, lo grave, y lo sensual. Son vibraciones de pétalos brotadas de un anhelo interior, que escapan a las limitaciones de lo material, y se adentran en el universo de las esencias.

Citas:
Chevalier, Jean, y Gheerbrant. Diccionario de los Símbolos, España, Edit. Herder, p. 59

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