Cultura

Manuel Velásquez: El Arte como devenir

“Expone su obra actual en la muestra Las Obras del Escorial, en la sala expositiva del Museo de Xalapa, estado de Veracruz, México”.

 

“Lo pasado siempre explica hasta cierto punto lo presente y ambos conforman una reflexión en torno a estas piezas. Desde el principio, mi propuesta ha sido y sigue siendo, un diálogo permanente entre lo antiguo y lo contemporáneo. Consciente e inconscientemente, es un continuo descubrimiento de formas, de estructuras, que me han permitido repensar el pasado y proyectarlo al presente”. (Manuel Velásquez, 2017)

Una de las fuentes esenciales de inspiración para Manuel Velásquez es la cultura popular mexicana. Investiga y estudia sus técnicas y estilos con pasión, especialmente la cultura Chiapaneca. Conocedor de Chamula, y sus pueblos aledaños, donde se familiarizó con esta sincrética cotidianidad y la riqueza de este imaginario. La obra figurativa del artista en los noventa está enraizada en las reflexiones estéticas y filosóficas, sobre esta dimensión cultural. Tramas que, en términos literarios, fueron desarrolladas por la escritora Rosario Castellanos (1925-1974) en novelas como: Oficios de Tinieblas (1962), Balún Canán (1957) y Ciudad Real (1960).

En México la fusión de lo ancestral y lo contemporáneo posee diversas tendencias en el arte, tal como se evidencia en el modernismo a través del muralismo de Diego Rivera que une la cultura tradicional, combinada con técnicas y estilos renacentistas como es la pintura al fresco, e influencias de la fotografía y lo ideológico. Desde otra perspectiva, está la obra de Rufino Tamayo, quien se acercó a Mesoamérica con una visión netamente estética. Otra posición más vivencial es la dada por Francisco Toledo, la minuciosidad, y la empatía del maestro de Juchitán se adentró hasta en el tipo de línea, pincelada y cromática de códices, e investigó las formas de devastar los volúmenes pétreos de las esculturas prehispánicas, para crear un lenguaje visual que nos devela un imaginario creativo único en Latinoamérica.

Éstas son coordenadas de referencia estética para aproximarse a la obra de Manuel Velásquez, en su afán por materializar el bullir de su alma, que se adentra en lo ancestral para comprender el presente. Es un anhelo que se materializa al usar técnicas mixtas, que tienen analogías con las usadas por el universo estético y la vida del campesino mexicano. De ahí que, sus obras a largo de los noventa sean realizadas sobre madera excavada, quemada y su figuración afirma un expresionismo, que hace referencia a lo telúrico, al abrir surcos en la tierra, a las actividades para preparar la milpa y sus rituales. A través del arte recrea el vivir entre surcos por cultivar, como metáfora del existir. Crea atmósferas sacras, eco de la religiosidad popular que integra a su iconografía. Para dar nacimiento a expresiones estético-eclécticas que se materializan en cuadros como Como esperando abril (2), 1995. El color de las pieles de algunos de sus cristos es oscura, mestiza; simboliza el dolor y el desgarramiento de la violenta conquista espiritual de México, que no logró conquistar el alma indígena. De allí el predominio de los sincretismos, y específicamente en las Iglesias de Chiapas, llegando al extremo de la de Chamula y sus festividades, donde los santos y los ritos chamánicos comparten la concepción prehispánica de las enfermedades. Como es la relación que se da entre algunas enfermedades y los malos vientos o vientos del inframundo que, para ser exorcizados, deben ser extraídos y expulsados a través de eructos producidos por la ingestión de bebidas gaseosas. Los cristos mestizos, están plenos de significados, evidenciando la riqueza de las culturas de resistencia.

Esta iconografía usa la técnica del ensamblaje, con materiales como la hojilla de oro y el acrílico sobre madera evidenciando el artista una figuración muy personal. Estos cristos contradicen la realidad anatómica, alejándose con plena conciencia del dibujo y la pintura académica, fundamentados en la perspectiva y la búsqueda de convertir la obra en un reflejo de la realidad. Manuel Velásquez, se acerca al arte poveda, al usar elementos cotidianos propios de lo popular. Como se materializa en el ensamblaje Como esperando abril, 1995, pieza que hace referencia al tiempo y espacio sacro de la Semana Santa, o a la pasión de cristo, así la corona de este icono está pintada de verde, color que asocia a la germinación, y no a un amasijo de ramas secas y espinas, transmitiéndole a la obra un carácter orgánico.

El artista crea profundidades reales, al devastar la superficie de la madera, densidades visuales que potencia a través de las variaciones cromáticas en las mismas tonalidades, e introducir elementos en el ensamblaje que transforma en analogías del crecimiento de las plantas, como ocurre con los corazones que acompañan a esta pieza que parecieran brotar de la madera.
El cristo de la pieza Como esperando abril, 1995, rompe con el realismo anatómico, recurso plástico que tiene diversos niveles de significación, como es el materializar en la obra un clima de ironía, que se percibe en la delicadeza con que pinta las cejas, los ojos y la boca del rostro, con pinceladas casi angelicales, como si se estuviera ante un ser que tiene un dulce y apacible sueño. La posición del cuerpo, transmite a la obra un movimiento potencial de marioneta, o de estar ante piezas movibles, como son ciertas figuras de la cultura popular, usadas como juguetes. Esto le da a la pieza un carácter lúdico, que acentúa el clima irónico del ensamblaje.

Este sentir se contradice con los clavos de acero, propios de las herraduras y la diversidad de valencias simbólicas que les transmite el artista. Llama también la atención las frases que escribe sobre el pan de oro como: “Señor del Caos”. Velásquez evade el acabado y el pulido de la obra relamida. Así las manos, pies, y elementos que incorpora al manto del cristo son creadas con este sentido. La obra guarda secretos al espectador, que para ser revelados exigen una atenta remirada. Planteando paradojas visuales y simbólicas, como es el estar ante un cristo representado en un sepulcro, sentido que se refuerza con los tres corazones que se ubican en forma triangular sobre su cuerpo, reinterpretando la Santísima Trinidad; que a su vez, hacen referencia a los tres días que tardó en resucitar Cristo según la tradición.

Un recurso estético fundamental en esta iconografía, es la geometría inherente a los cuadros, como ocurre con el cuerpo de este Cristo, que tiene forma rectangular. Se evidencian así los fundamentos de una geometría que el artista irá desarrollando a lo largo de su lenguaje plástico. La cual está presente también en su crucifixión No moriré del Todo, 1995, que también presenta incongruencias anatómicas, como ocurre con el rostro que se encuentra en horizontal a la cruz, contraviniendo la gravedad.
Interesa destacar en el caso específico de este ensamblaje, el fondo que no es homogéneo, y la madera recubierta por fragmentos rectangulares y cuadrados de latón de diversos tamaños, creando una composición geométrica plena de dinamismo, que contrasta con el hieratismo del cristo. Esta geometría va ser cada vez más protagónica en la obra del artista.

A medida que va madurando su lenguaje plástico; sin embargo, no abandona la vertiente figurativa, al concentrarse en lo geométrico de series como Estructuras, 2016 y Las obras del Escorial, 2017. Este imaginario que crea el artista en su búsqueda de esencias, se enraíza en el día a día y crea concreciones del recuerdo, que se materializan en estas series caracterizadas por formas minimalistas donde la línea es protagónica e interactúa con el espacio. Este lenguaje plástico brota de las vivencias y ensoñaciones del creador, en las que destaca la serialidad del encuentro con las raíces culturales y espirituales, en una era de fragmentación y píxeles. Lo popular y lo simbólico se funden en los cuadros, al convertir la superficie pictórica en tramas que hacen referencia a los textiles tradicionales en cuadros como: Urdimbre-1, 2017.

Estas instalaciones que mezclan lo pictórico con lo escultórico son huellas de la memoria colectiva, tanto de la ciudad de Xalapa con su geometría urbana y el recuerdo de las texturas de sus paredes roídas por el tiempo, y a su vez proyección de las formas pétreas sobre las que giró la civilización mesoamericana y una contemporaneidad que parecería plantear un nuevo horizonte. Estamos por tanto ante un minimalismo, que paradójicamente nace de un furioso barroquismo.

En las Estructuras como Las Obras del Escorial está presente el juego de texturas, que enriquecían sus ensamblajes, en la superficie escultórica se da un juego con la materia, donde se establece una tensión entre una geometría lineal que se hace eco del minimalismo y lo matérico propios del informalismo que desdibuja el tiempo lineal y nos enfrenta a un fluir sin fin. Se genera así una tensión entre la racionalidad y la irracionalidad en cada una de estas esculturas cuyas densidades texturales son dominadas por una cromática pétrea, que crea trampas visuales, pues percibidas desde lejos las superficies parecen homogéneas. Estamos, por tanto, ante una arqueología de la memoria.

Este gozo del artista por el juego y reflexión sobre lo telúrico y la materia, se percibe tanto en su pintura actual como en su figuración de los noventa. Sorprende la coherencia interna de la obra de Manuel Velásquez, donde no hay saltos al vacío, donde existe una iconografía caracterizada por un desenfadado eclecticismo, y una búsqueda por materializar la obra como proceso en constante devenir, que a su vez multiplica la percepción de la obra, y se reflexiona estéticamente sobre las resonancias de la existencia.

“Las obras del Escorial se ubican en un lugar fronterizo, en un espacio indefinido entre lo sensible y lo conceptual, entre la reflexión teórica, y la expresión estética, entre la obra terminada y la posibilidad de un proyecto inacabado”. (Manuel Velásquez, 2017)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba