Economía

2011: dificultades y esperanzas

A l cerrar 2010, las cosas no pueden estar peor en Venezuela: una economía estancada, postrada por el efecto de medidas económicas que profundizaron la recesión que se comenzó a incubar a comienzo de 2008. Tasas de inflación muy elevadas, alrededor de 29% que hace de Venezuela el paria de la economía mundial. Con una tasa de inflación de esa magnitud Venezuela está fuera de la economía mundial, porque no puede producir rentablemente ningún bien que no sea petróleo. La tasa de desempleo es igualmente alta, lo que se ha traducido en la pérdida de más de 100.000 puestos de trabajo en un año y todo ello con un aumento de los precios del petróleo de más de 50% a lo largo del año que culmina. Si la descripción anterior se queda corta, agréguese la contratación masiva de deuda pública que sitúa las obligaciones totales del Estado venezolano en más de US$ 120.000 millones cuando se incluye la deuda de Pdvsa y los pasivos por empresas expropiadas y no canceladas.

El presupuesto que se ha formulado para 2011 es un auténtico disparate. Se ha previsto un recorte del gasto que comparado con las erogaciones ejecutadas en 2010 puede implicar una contracción de más de 20% en términos reales. Si ese presupuesto se ejecuta tal como fue aprobado por la Asamblea Nacional es seguro que la economía siga en recesión. Esconde ingresos ese presupuesto mediante la figura de la subestimación de los precios del petróleo para de esa manera contar con un presupuesto paralelo a ser gastado con absoluta discrecionalidad.

En medio de los últimos días del año se ha concentrado el binomio Asamblea-gobierno en aprobar un conjunto de leyes en todos los ámbitos que ponen en cuestionamiento la razón de ser de la democracia como modelo político. Pero no solamente eso, se han aprovechado de la calamidad nacional que representaron las lluvias para resucitar una Ley Habilitante que en materia económica anuncia el aumento de la tasa del IVA de 12% a 14% y la restauración del impuesto sobre los débitos bancarios. A ser aplicada a partir de enero de 2011, esa restricción fiscal no hará otra cosa que empeorar el cuadro de postración de la economía porque a una economía en recesión, la prescripción de más impuestos le inhibe la demanda agregada y la actividad económica. También como parte del paquete se perfila una devaluación del bolívar, como ya se había comentado en estas páginas al momento de presentarse la Ley de Presupuesto de 2011.

Ante la insuficiencia de ingresos, el gobierno optó por endeudarse. La contratación de deuda seguirá en 2011 pero tampoco es suficiente. Hay entonces que aplicar nuevos impuestos. Estos no colman a un fisco voraz. Luego sigue la devaluación como recursos para arbitrar fondos para un gobierno cuya saciedad no parecer tener límites. No es de extrañar que proceda el gobierno liquidar parte de los activos de Pdvsa en Estados Unidos con la venta parcial o total de Citgo, tal como ya se hizo con complejos refinadores en Alemania. Es tan grave la situación financiera de Pdvsa que esta opción es altamente probable.

Sectores que pudiesen ayudar a la recuperación del crecimiento y que son fuertemente empleadores, tales como la construcción y el comercio están severamente averiados. Así, con el torneo de demagogia que se ha desatado en Venezuela con las expropiaciones de viviendas, es literalmente imposible que pueda haber inversiones en esa actividad que pudiesen motorizar el crecimiento. Algo similar puede argumentarse del comercio. Con regulaciones de todo tipo y con limitaciones al acceso a las divisas no es probable una recuperación sostenida.

En la economía venezolana están desapareciendo los estímulos para producir y la inversión que se realiza es para el estricto mantenimiento. No puede haber nueva inversión sin incentivos ni reglas del juego claras. De esta manera el panorama que se abre a Venezuela en 2011 no es halagador. Eso hay que decirlo con sinceridad para no crear falsas expectativas. Pero como después de la tempestad viene la calma, 2011 puede ser el preludio para la reconstrucción de la esperanza de un país normalizado, donde quede atrás la confrontación inútil y se enrumbe la nación por la senda del progreso, la inclusión preservando al mismo tiempo los preceptos democráticos. Eso depende de lo que hagamos hoy. No hay tiempo que perder.

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