Economía

Arma petrolera de Chávez es una pistola de juguete

Nueva York (AIPE)- Los políticos buscan publicidad amenazando a quienes venden gasolina cara, aunque todo el mundo sabe que tal estupidez crea escasez. Pero esa demostración de ignorancia, mezclando los peligros que confrontamos con ambición personal, conduce a graves errores. Otro error es el exagerado respeto de Washington hacia Hugo Chávez, basado en el mito que necesitamos su petróleo.

El Congreso ha comenzado a investigar el daño que causaría una posible suspensión del suministro petrolero por parte de la políticamente inestable Venezuela. Tal investigación fue encomendada por el senador Richard Lugar, del Comité de Relaciones Extranjeras. Ocurre tras años de nerviosismo de la clase dirigente en Washington respecto al “poder petrolero” de Chávez.

Esa combinación de ignorancia con intereses comerciales ha conducido a una exagerada cautela vis-a-vis un agresivo y amenazante gobierno venezolano. Eso fue trágicamente perjudicial para los venezolanos en 2004, cuando el Departamento de Estado respaldó los resultados del referendo revocatorio fraudulento. Y esa “victoria” está alimentando el egocentrismo del nuevo dictador en potencia de América del Sur.

Luego de Katrina y los temores de escasez de energía hay que dejar claro que Chávez no tiene tal poder, a menos que Estados Unidos demuestre debilidad. La influencia que Chávez puede tener en el precio que EEUU paga por el petróleo es muy pequeña, a menos que destruya la producción petrolera venezolana. Eso no es probable porque está gastando como un marinero borracho en armamentos y politiquería, dependiendo del ingreso petrolero para mantenerse en el poder.

El mercado petrolero es una enorme fuente de suministros para los consumidores alrededor del mundo. Durante el embargo petrolero árabe, el mal fue empeorado por los controles de precios en EEUU, pero los compradores y vendedores simplemente renegociaron sus acuerdos. Hubo problemas a corto plazo, pero los mercados se ajustaron a pesar que los productores nacionales cerraron pozos para esperar la eliminación del control de precios. Cuando Reagan abolió los últimos controles en 1981, los precios del combustible bajaron en vez de subir. Hoy hay más lugares donde comprar petróleo y en la medida que suben los precios aumenta la oferta porque otros pozos se vuelven rentables.

Imaginemos que China compre todo el petróleo venezolano, nada cambiaría. Sólo si China aumenta sus compras petroleras, la demanda y los precios aumentan. Esto no quiere decir que el comercio Venezuela-EEUU no tiene un valor especial. Uno de los atractivos es que los fletes son bajos. EEUU prefiere comprar su petróleo más cerca, pero no está obligado a hacerlo. Por lo mismo, los países al otro lado del mundo prefieren mantener sus fletes bajos.

Gente importante en Washington parece tener dificultad entendiendo esto, pero China sí lo comprende. El ministro de Energía y Petróleo venezolano estuvo en Beijing el mes pasado, haciendo mucha bulla sobre el mercado chino. Pero el embajador chino en Caracas, Ju Yigie, le bajó los humos declarando que “no ve ninguna necesidad” de que China reemplace a EEUU como principal comprador de petróleo venezolano, debido a que “el mercado natural para el petróleo venezolano es Norte y Sur América”.

La revista Petroleum Intelligence Weekly indicó recientemente que hacerle la corte a China es una de las maneras de molestar a EEUU. Pero pregunta, “¿de qué se trata la nueva relación energética de China con América Latina?”. La empresa estatal venezolana de petróleo, PDVSA, “abrió una oficina de mercadeo en Beijing el mes pasado con el objetivo de vender 300 mil barriles diarios a China para 2012”.

La renuencia de China a acercarse a Venezuela parece reflejar el reconocimiento que Chávez es una bala perdida y un administrador no confiable, además de que hacer inversiones petroleras con él significaría un gran riesgo. Por ejemplo, el nuevo plan estratégico de PDVSA para 2006-2012, según VenEconomía, propone invertir 56 mil millones de dólares en siete años para aumentar la producción a 5.837.000 barriles diarios para 2012, de los cuales 4.109.000 los produciría la propia PDVSA.

Esa empresa apenas produce actualmente 1,7 millones de barriles diarios, por lo que el plan promete un aumento de 2,3 millones de barriles diarios en siete años. VenEconomía afirma que eso no es realista, ya que en el período 1991-1998, cuando PDVSA gozaba de una gerencia competente, gastó 32 mil millones de dólares para aumentar la producción en sólo 915.000 barriles diarios y estima que se requeriría una inversión de 79.900 millones de dólares.

Además, los mismos 56 mil millones de dólares están supuestos a cubrir las inversiones en producción de gas, refinerías, buques tanqueros e infraestructura, además de financiar ventas con descuentos a países de la región. VenEconomía calcula que al plan del gobierno venezolano le hacen falta 72 mil millones de dólares.

China parece estar de acuerdo en que el desarrollo petrolero en Venezuela necesitará de considerables inversiones extranjeras y eso depende de un ambiente amistoso hacia los inversionistas. La última racha de expropiaciones no presagia un auge petrolero.

Y ¿qué del deseo de cortar con el Tío Sam? Una dificultad para Chávez es que Citgo pertenece al gobierno venezolano. Citgo ha invertido más de mil millones de dólares en refinerías en EEUU para poder procesar el crudo pesado venezolano y en 1999 Citgo ocupaba el quinto puesto en participación del mercado interno de EEUU. Hoy, Venezuela puede enviar apenas entre 600 mil y 800 mil barriles diarios a sus refinerías Citgo. El resto requerido por esas refinerías, más de un millón de barriles diarios, lo tienen que comprar a terceros.

Hasta hace poco, Venezuela era el principal suplidor petrolero de EEUU. Hoy quizás ocupa el quinto puesto. Con una tasa de 25% de agotamiento, grave escasez de inversiones y de pericia tecnológica, a la vez que nuevas fuentes de crudo en otros países, la participación venezolana puede caer aún más. Pero eso es mucho más preocupante para Chávez que para EEUU.

(*): Editora de la columna Las Américas del Wall Street Journal, diario que publicó originalmente este artículo y autorizó la traducción de AIPE.

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