Economía

Cartel para el mercado cambiario: más ruidos y menos mercado

Ensayo y error en el mercado cambiario

Cordiplan propone acabar con el mercado cambiario y crear un cartel para administrar la compra y venta de divisas. Una mala señal, un mecanismo extramercado y un símil por control de cambios. Es “natural” que algunos mercados funcionen con restricciones, sin embargo el mercado cambiario con convertibilidad plena las restricciones son menores, por ello, los costos de transacción para informarse de lo que afecta a ese mercado disminuyen bruscamente en la medida y el sentido que la memoria y confianza colectiva aprecien el valor del bolívar que obtienen de su trabajo.

La información

La información de precios vuela y es muy simétrica, los que pagan por la información “cooperan” con “economías positivas” transmitiéndola aguas abajo, los que tienen menos siguen a los que tienen más. Venezolanos, pobres y ricos, al mismo tiempo que revisan los pronósticos de las loterías, caballos y otros juegos, se informan de la evolución del cambio, todos saben que los premios que obtendrían en sus kinos están atados a la suerte del bolívar, si el bolívar se devalúa, gastará más en el juego!!.

¿Quién demanda dólares?

Los gobiernos que operan en la modalidad de “ensayo y error”, como la actual propuesta de Cordiplan de un “cartel” entre bancos, BCV, empresarios y gobierno para el mercado cambiario, parte de un supuesto falso de que son los bancos quienes demandan el dólar, además que supone equilibrios que no existen, simplemente porque tanto legal como económicamente el mercado tiene dos lados y varios operadores operando en ambas direcciones del mercado, donde los bancos en realidad actúan como intermediarios para el sector no bancario, el mayor demandante de divisas; por lo que un arreglo extramercado como el “cartel” propuesto introduce una perversa señal de control de cambio.

Las bases y supuestos del “cartel” cambiario

Veamos en detalle; un cartel, como la OPEP por ejemplo, puede funcionar sobre el pivote de un líder, en este caso quien más ofrece en el mercado, pero sujeto a las reglas que imponen la presencia de los otros, acá las reglas son predeterminadas y rígidas, por lo que en la mayoría de los casos se actúa con cierto rezago; es decir, se reacciona, estas reglas están signadas por un deseo de cooperar para mantener en equilibrio los intereses de los actores, pero al mismo tiempo y para superar la rigidez de la “primera” regla el cartel asume otra regla, una especie de “cheating” acordado donde se colide, bajo el riesgo que la fuerza del líder sea suficiente como para mantener la cooperación inicial. Llevemos esta analogía al mercado cambiario.

Los bancos

En primer lugar, los bancos demandan menos divisas para sí, que para terceros, con lo cual es la condición de estos últimos, no necesariamente presentes en el juego, la que determinan la demanda, ajustada por su percepción de los riesgos macroeconómicos y políticos del sistema; es decir, la demanda de divisas es horizontal “extracartel” y aunque depende de las variables que determinan la intermediación bancaria, precios, liquidez y riesgos, en uútima instancia es exógeno al supuesto “cartel”.

El Banco Central de Venezuela

La otra punta del mercado, el BCV, funge como administrador de la contraparte de sus pasivos (reservas internacionales) que emite y que se multiplican en manos de los terceros mencionados arriba. Acotamos que las reservas internacionales no son del Estado ni del gobierno, son el respaldo de los pasivos que emite el BCV. Por ello, el BCV está sujeto por vía de los intermediarios y descubridores de precios, de la fuerza de los “terceros” que no están en el supuesto cartel.

El gobierno

El otro componente de ese cartel, el gobierno, no goza de la confianza ni como árbitro ni líder, del público y los otros jugadores en ese supuesto cartel, porque está incentivado a reproducir padece del riesgo moral imbuido por requerir de la devaluación para financiar el déficit fiscal, es decir, sus incentivos y su interés coliden con los intereses del BCV; este último busca mantener la estabilidad de precios para sostener el valor del bolívar.

El gobierno, por el contrario al BCV y de los otros jugadores, se beneficia del impuesto inflacionario, variable inherente y componente de su estructura de incentivos,- aumentada por la carencia de accountability y contrapesos legislativos en estos años- y siempre tendrá sus presiones sobre una de los jugadores en ese juego.

Primero, para administrar la independencia del BCV de manera que este funja como parte de su demanda de dinero –función del déficit fiscal- que ejerce a través de las “utilidades” cambiarias, lo que por cierto crea condiciones para que el cartel se vuelva añicos al constatar los otros jugadores que la supuesta cooperación no es tal, porque las dificultades financieras del gobierno rompen el supuesto equilibrio.

Y segundo, para endeudarse –más allá de sus propias condiciones de equilibrio- presionando al alza en las tasas de interés para colocar en los bancos los títulos públicos, quienes ante los riesgos fiscales que se reproducen en los déficits estructurales, y que impactan el mercado del dólar, son sujetos pasivos de la demanda del dólar y víctimas de la conversión de depósitos en divisas. Ambos fenómenos han ocurrido en el pasado lejano y cercano. En tal sentido no califica como líder.

La economía, la confianza y los riesgos

Al gobierno le cuesta comprender que la gente coloca en la balanza, en su percepción de la economía, la confianza, el estado de las finanzas públicas, el endeudamiento y la sostenibilidad fiscal, la política, los riesgos, la inflación, la independencia del BCV, y en estos años, el costo de la revolución, factores que configuran su apreciación sobre los bolívares que tiene en sus libretas; de allí, preferirán mantenerlos, o por el contrario, si hay poca fe, cambiarlos por dólares. Un viejo axioma económico dice que la moneda buena se come la mala; una ley de la vida.

La gente también sabe que al gobierno le gusta emitir bolívares sin respaldo, inorgánico -como le conoce la calle- de la devaluación para incrementar el ingreso fiscal por tributos de PDVSA y por “utilidades” cambiarias. Así mismo la gente sabe que el gobierno emite deuda masivamente, bonos DPN, porque el ingreso no alcanza ante un gasto dispendioso y ciertamente irresponsable, que va llenando a los bancos de deuda pública y teme que en una coyuntura sus ahorros sean licuados -como ocurrió con la devaluación de enero pasado-, además que ve que las tasas de interés suben por el endeudamiento, que los precios del petróleo se sientan sobre un barril de pólvora y que de la noche a la mañana, como ha sido siempre, su caída haga inviable la factura fiscal.

La inflación y la compra de divisas

La gente también observa y siente que su calidad de vida se deteriora, el impacto que sobre ingreso en sueldos salarios y ganancias produce la inflación le “informa” que del dinero que emite el BCV, – una parte creciente es dinero sin respaldo- pierde valor rápidamente. Para compensar todos esos costos de políticas económicas de mala calidad, la gente compra dólares, así pierda en intereses en el corto plazo, pero sabiendo que cuando el gobierno devalúe para financiar el gasto fiscal, -algo que presiente ocurrirá en enero o febrero del 2003- le ayudará a recuperar parte de los bolívares perdidos.

En otras palabras, los incentivos del público y los agentes económicos son demandar más dólares. Y si a ese entorno macroeconómico se le impone el riesgo político por el empeño de una revolución que condiciona sus libertades económicas, el impacto cruzado de todos esos factores presionará la demanda del dólar. De allí que las variaciones en la tasa de cambio que se reflejan en el mercado en virtud de la intensidad con que se deprecia distan mucho de ser espurias, hay fundamentos macroeconómicos agregados a riesgos políticos en esas fuertes depreciaciones del bolívar.

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