Economía

Catástrofe no, estancamiento

Desde mediados de 2007 la economía venezolana viene experimentando un sostenido proceso de caída de su actividad económica, la cual ciertamente se agravó tras la crisis global y la consecuente disminución de los precios del petróleo a partir de julio de 2008.

Es el venezolano un cuerpo productivo deformado, desarticulado, cuyo eje alrededor del cual gira su vida es el de siempre: el petróleo. Este mineral aceitoso lo ha sido todo y lo continúa siendo y actualmente con más fuerza.

Venezuela es hoy más dependiente del petróleo de lo que era hace 50 años. Ello le confiere una debilidad inmensa al país pero al mismo tiempo le permite disfrutar de los ingresos que provienen de sus altas cotizaciones.

Algunos economistas y analistas plantean  el dilema venezolano en términos catastróficos y predicen cada cierto tiempo una especie de colapso que no ha ocurrido y que difícilmente suceda.

Esas predicciones suelen hacerse en el campo de la inflación donde se pronostican tasas muy elevadas, cercanas a una hiperinflación, que no se observan y declinaciones pronunciadas del producto interno bruto (PIB).

Venezuela es un país que tiene un privilegio como muy pocos: una industria extractiva que emplea relativamente pocos trabajadores directos pero que en el peor de los casos con un precio petrolero moderadamente bajo para los patrones recientes, digamos 50 dólares por barril, generaría unos  36.000 millones de dólares. Ello obviamente le da al gobierno, cualquiera sea su signo, una capacidad de gasto muy importante para mantener la economía con algún grado de funcionalidad.

Son esos ingresos, paradójicamente, los que permiten que la inflación no se desboque porque hacen posible otorgar subsidios a productos alimenticios y subvencionar las materias primas para su elaboración que de no existir se expresaría en un alza de precios como no hemos visto en Venezuela.

Aunque esos subsidios crean distorsiones que deforman la capacidad de producción, cumplen su papel de contener las presiones inflacionarias hasta un nivel elevado, es verdad, pero que impiden la generación de procesos hiperinflacionarios.

A ello hay que sumar la imposición de un control de precios que inhibe la capacidad de producción  y desalienta la creación y elaboración de nuevos productos, pero que  contribuye también a que la inflación no se desboque.

Por estas razones es que hay que ser cuidadosos y responsables con la opinión pública al momento de explicar el desempeño de la inflación.

En lo relativo al crecimiento de la economía, el petróleo también juega su rol. En todas las economías modernas el crecimiento en el corto plazo se materializa por una combinación del impulso del gasto fiscal acompañada del gasto privado tanto en consumo como en inversión.

En Venezuela, en verdad el gobierno ha venido azotando al sector privado hasta literalmente hacerlo sucumbir, con el elevado costo de destrucción de capacidades productivas fundamentales, en dos sectores, el agropecuario y el industrial.

La cacareada lucha contra el latifundio se ha trocado en una calamidad para los productores que ha significado el sacrificio y la esterilización de unidades productivas que proveían alimentos para la dieta del venezolano. En Venezuela está prohibido invertir porque ha así lo ha establecido el gobierno y sin inversión no hay crecimiento y expansión en el largo plazo.

Sin embargo, la fuerza del gasto público proveniente del petróleo, aunque cada vez más menguada e insuficiente, es capaz de evitar que la economía se derrumbe y que más bien pueda exhibir un crecimiento mediocre pero sin llegar al colapso.

En otras palabras, la economía se mantiene postrada, en especie de estado catatónico, pero sin contracciones como se veían en el pasado. En el gráfico anexo se muestra el comportamiento de los precios del petróleo con el objeto de visualizar su trayectoria y que a pesar de la baja en las exportaciones, el ímpetu de esos precios es todavía capaz de generar ingresos, que un nuevo gobierno a partir de 2012 puede emplear para diseñar una nueva política económica que reviva a Venezuela, y que conjugando las iniciativas de la empresa privada, la fuerza de la clase trabajadora y  el concurso del gobierno pueda, primero, recuperar el terreno perdido y luego comenzar a transformar a Venezuela en un gran país, con oportunidades para todos sus ciudadanos.

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