Economía

De una recesión a una depresión

(AIPE)- La operación fue todo un éxito, pero lamentablemente el paciente se murió. La macroeconomía está muy bien. Lástima que la gente está peor que antes. Y por si acaso falta algo para asfixiar más a la economía, se habla de subir los impuestos y las tasas de interés.

Las cultura económica que sigue predominando en los círculos monetarios nacionales e internacionales (FMI y Banco Mundial) no se han despojado de los lastres conceptuales de antaño que consideraban al gobierno como factor principal de desarrollo, manipulando la masa monetaria, las tasas de interés y de cambio, desviando recursos de unas a otras actividades mediante las últimas ocurrencias de lo que conviene fomentar.

El problema conceptual es viejo: nuestra pobreza no es de reciente cuño. Quienes se crearon bajo Keynes gustan influenciar la economía controlando la demanda a través del circulante y las tasas de interés. Si todos los precios están subiendo, correctamente consideran que el medio circulante es excesivo respecto a la oferta de bienes y servicios, pero el gobierno, en vez de recomendar que se quiten los obstáculos que desestimulan la oferta de bienes y servicios, disminuye el circulante para reducir y ajustar la demanda. La macroeconomía quedará muy bien, los del FMI y el Banco Mundial complacidos, pero el pueblo más pobre.

El equilibrio macroeconómico se puede lograr de dos formas: mediante el aumento de la oferta de bienes y servicios o mediante la reducción de la masa monetaria. Pero poco se habla de la primera solución, la de aumentar la oferta de bienes y servicios que es la solución enriquecedora. La meta debe ser producir más y más eficientemente, pues en última instancia el problema que a todos preocupa es la pobreza, lo cual es sinónimo de baja producción. No se necesita ser sabio para saber que nuestras carencias –pobreza- se deben a que producimos poco. Por ello es ahí donde debe concentrarse la atención.

La baja producción no es resultado de siniestras fuerzas ocultas de la naturaleza sino de los múltiples obstáculos que con una pretensión de conocimiento injustificada se han establecido (ver por ejemplo el proyecto de ley “para la defensa de la competencia” (¿suena bien, no?) o las nuevas leyes propuestas que sufrirán todos los que traten de producir cualquier cosa. Y si para equilibrar la macroeconomía, encima se aumentan el costo del crédito (los intereses) y el costo de tener gobierno (los impuestos), reduciremos aún más la producción. A medida que la producción disminuye debido a medidas monetarias e impuestos, la situación tiende a agravarse y nuevamente se recurre a medidas monetarias más restrictivas, disminuyendo aún más la producción, hasta que se llega al fondo del barril, como en Argentina. Esa es la manera de pasar de una recesión a una depresión.

Lo que siempre resultó ser una medida contraindicada es el frecuente cambio de masa monetaria, lo cual agrega otro factor de incertidumbre. La cantidad de moneda en circulación que debe existir es la que hay y ya no reducirla ni aumentarla de cuando en cuando por motivos como el de “proteger” la tasa de cambio. Al fin y al cabo, la economía se ajusta a la cantidad de moneda en circulación y poco se puede saber sobre las sorpresas subsiguientes en la economía real (y no la macroeconómica), cada vez que la “ajustan”. Las tasas no deben ser manipuladas y distorsionadas en la ingenua pretensión de saber más que el mercado.

Lo importante es el bienestar de la población y el equilibrio macroeconómico no necesariamente lo refleja, pues es un simple indicador del pasado, casi siempre plagado de errores y que no incluye la vasta economía informal. Sin la interferencia del gobierno, la economía siempre tenderá a estar –aunque nunca esté- en equilibrio. ©

* Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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