Economía

Desarrollo sostenible, mito o realidad

(%=Image(4611251,»L»)%) La humanidad ha estado preocupada por el desarrollo siempre, aunque de forma más explícita debemos remontarnos a la década de los 70 para identificar una toma de conciencia sobre los problemas medioambientales. Fue a partir de la Cumbre del Milenio, celebrada en Johannesburgo en 2002, donde se puso en relieve la evolución del desarrollo sostenible, la brecha entre los países ricos y pobres y el deterioro de los recursos naturales. Una vida sostenible implica la coordinación de tres pilares básicos: crecimiento económico, conservación medioambiental y logro de una justicia social. Guerras, efecto invernadero, hambre o destrucción de recursos naturales se alejan mucho de este ideal de desarrollo.

Para analizar el desarrollo sostenible nos podemos fijar en una serie de factores. El primero de ellos es la salud, pivote de la actividad humana. Más de 2.000 millones de personas no disponen de servicios sanitarios adecuados, lo que tiene unas secuelas dramáticas. Solo un ejemplo: la mortalidad infantil en países en vías de desarrollo es del 15 por ciento. A este dato hay que añadir que un tercio de la humanidad vive con una renta inferior a dos euros al día. Con ellos, es imposible acceder al agua, a los alimentos o a servicios sanitarios.

La energía es otro factor importante. Más de 1.600 millones de personas carecen de servicios adecuados de energía. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se tardarían tres décadas en lograr unos objetivos de abastecimiento mínimos.

El agua es la gran asignatura pendiente para lograr un desarrollo sostenible. En el año 2000 había más de 1.000 millones de personas que no tenía acceso al agua potable. En el terreno medioambiental disminuye la variedad de formas de vida, vegetal y animal, al tiempo que aumentan otros problemas como la deforestación, los incendios, el agotamiento de los bancos de pesca. La agricultura, base de la alimentación humana, junto con la tecnología aplicada en ella, aumenta la brecha entre ricos y pobres.

Lograr el desarrollo sostenible implica pragmatismo en la acciones a llevar a cabo, así como tratar de huir de las críticas destructivas y de la euforia excesiva. Tal vez una aproximación más eficaz es la programación en etapas, distinguiendo entre lo deseable y lo factible. En las últimas décadas se han desarrollado encuentros internacionales con acuerdos formales entre los gobiernos y una supuesta voluntad de abordar los distintos temas. Sin embargo, los problemas surgen cuando hay que establecer planes de trabajo con puntos concretos, donde se han de fijar sacrificios y transferencias de los más a los menos favorecidos.

Debemos considerar cuáles han sido los nuevos factores que han aparecido en el horizonte del desarrollo, cuál ha sido la experiencia adquirida, qué estrategias deben adoptarse y, por consiguiente, dónde concentrar nuestros esfuerzos. Ello nos llevaría a redefinir los papeles de las instituciones oficiales, de las ONGD y de todos los agentes involucrados en el desarrollo.

No es fácil hacer reflexiones concretas sobre el desarrollo sostenible en este escenario de cambio, con ingredientes tan dispersos y profundos como la pobreza, la injusticia social y la escasez en servicios básicos sanitarios, el abastecimiento de agua y energía o el deterioro en el medio ambiente. El éxito debe nacer del compromiso conjunto por un mundo mejor, conseguido a través de ajustes y “revoluciones parciales”. Tenemos ejemplos para le esperanza. Hace años se produjo la llamada Revolución Verde, que con sus luces y sombras tuvo un impacto notable. Hoy, la Revolución Azul es la protagonista y tiene como fin llevar a cabo una gestión eficiente del agua y la revolución energética. Además, las nuevas tecnologías de información y comunicación, aunque pueden aumentar la brecha entre ricos y pobres, suponen también un salto de gigante para zonas subdesarrolladas.

Es sólo cuestión de voluntad y decisión el avanzar en el cambio de la cooperación y el desarrollo que el mundo necesita.

Isabel de Felipe
Profesora de la Escuela de Ingenieros Agrónomos
Universidad politécnica de Madrid

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