Economía

Deshielo de intereses

El Polo Norte está en peligro. El calentamiento global ha descubierto las riquezas del Ártico: petróleo, gas natural, diamantes… Es una tierra de nadie sin leyes que la protejan. La carrera por su conquista ya ha comenzado. Gobiernos y multinacionales han tomado posiciones. Su rápido deshielo amenaza al mundo. Para muchos, la desaparición del hielo ártico es un juego de bolsillos.

El subsuelo del Ártico esconde inmensas bolsas de gas natural y una cuarta parte de los yacimientos de petróleo no explotados del mundo. Las riquezas del botín del hielo ártico se convierten en la disputa por la extracción de diamantes y otros minerales, la pesca o una soñada ruta marítima que conecte el Pacífico con el Atlántico. El Polo Norte se ha convertido en un goloso trofeo cada vez más accesible, según retrocede la masa de hielo. El deshielo traerá consigo consecuencias que pagaremos todos. Sin embargo, no todos están preocupados. Algunos se frotan las manos con el cambio climático.

Osos polares, lobos, caribúes y cientos de miles de aves migratorias están condenados a la extinción. El equilibro ecológico de la región se ve amenazado por el creciente ritmo de industrialización y por la explotación de minas y yacimientos de petróleo. En juego están la conservación del Ártico y los intereses de múltiples países y corporaciones. Entre ellos, los dos gigantes, Estados Unidos y Rusia, además de Canadá, Noruega e Islandia. La repartición de este nuevo pastel pasa por su destrucción. Se han propuesto diferentes modelos, y ninguno de ellos es imparcial.

Al contrario que en el Polo Sur, en el Polo Norte no hay regulación alguna. Desde los años 60, las actividades en la Antártida están regidas por el Tratado Antártico, por lo que la exploración del continente ha quedado consagrada a la cooperación internacional y siempre con fines científicos y pacíficos. En el Ártico no hay una legislación que prohíba las actividades lucrativas, ni un organismo que vele por la protección de este entorno debilitado, vulnerable y desnudo frente a intereses destructivos.

Científicos del centro de investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en Arendal, Noruega, aseguraron que el actual ritmo de desarrollo desembocará en un proceso de industrialización del 80 por ciento de la región para 2050, frente al 15 por ciento de la actualidad. La isla Melkoya era hasta hace poco una localidad pesquera llena de gaviotas. Siete años después, y después de 7.500 millones de euros invertidos, se ha convertido en una gigantesca planta de gas licuado. La petrolera noruega Statoil la ha llamado Blancanieves.

Hay una especial preocupación acerca de los planes de apertura de una nueva ruta marítima entre el mar de Barents y el estrecho de Bering. La llamada Ruta del Mar del Norte, un nuevo Canal de Suez, está destinada a acortar el tiempo de navegación, con sus 5.600 kilómetros, entre Europa, la península escandinava, Rusia y el lejano Oriente. Sin embargo, los investigadores señalaron que la ruta promoverá la explotación de petróleo, gas natural y minerales en Siberia y, por tanto, aumentará el número de puertos, caminos y barcos en la región. Aunque el objetivo primario sea el desarrollo industrial, tal infraestructura acarreará consecuencias incontrolables.

Por otro lado, se han abierto nuevos frentes de una guerra por el control de la propiedad de los nuevos caladeros de pesca, la obtención de petróleo sin coste político y los yacimientos de minerales. Canadá podría exportar en poco tiempo más diamantes que Sudáfrica; el Ártico es un riquísimo filón minero. A su vez, el mapa pesquero mundial cambiará y la extracción de crudo en el planeta, que ve como sus pozos empiezan a tocar fondo, mirará hacia el norte con avidez.

El explorador Lonnie Dupre lo tiene claro. “Si nos parece que ahora hace calor, ¡esperad a que desaparezca el hielo ártico!”. Unos y otros –científicos, gobiernos y corporaciones- han comenzado a mover los hilos que tienen a su alcance para explotar esta región del planeta. Hay que actuar rápido. El Ártico, uno de nuestros termostatos, se encuentra más amenazado que nunca. Los efectos de su conquista, de momento, sólo son caricias de las consecuencias que se prevén. Es posible frenar los efectos más severos del cambio climático. Pero habría que actuar ya.

Periodista

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