Economía

El aumento de la buhonería favorece los centros comerciales

Según los representantes de los centros comerciales, las ventas están
aumentando en los mismos. Por supuesto, no es lo mismo caminar dentro de un
centro comercial, limpio, con aire acondicionado, que hacerlo en la calle,
salteando los buhoneros.

Y es que yo le preguntaré a ustedes, estimados lectores, si prefieren ir de
compras por el centro de Caracas (o de cualquier ciudad venezolana) o en las
inmediaciones del metro de Petare, que ir de compras a un centro comercial
como el Sambil o El Recreo. A mi no me lo pregunten mucho, porque todavía
con una diferencia de precios equivalente al 15% a favor del negocio que
está en el centro de Caracas, yo prefiero ir a comprar en el Sambil. Si
bien es difícil saltear las estropeadas aceras que lo comunican con el metro
de Chacao (al igual que las aceras en todo ese municipio, de puro
maquillaje) y otro montón de buhoneros y mendigos en sus inmediaciones, una
vez adentro a uno no le dan ganas de salir.

En el centro de Caracas hay muy buenos precios, buenos negocios y buena
mercancía, pero ¡cónchale!, hay veces que uno no puede entrar al negocio
porque los buhoneros se lo impiden. Cuando no había tantos, hace unos
quince años, lo buhoneros vendían bien. Pero hoy son tantos que casi ni
venden.

El comprador con carro propio ni loco se acercará al centro de Caracas. Lo
mismo hará el que tiene alto poder adquisitivo, o quienes simplemente salen
de compras, incluso sin ningún plan preconcebido (hay muchos consumistas que
compran por comprar, o porque es costumbre hacerlo tal día).

Nadie busca hacerse su vida difícil, y caminar en las calles entre los
vehículos, porque los buhoneros ocupan las aceras, es difícil e incómodo.

La mayor parte de las ventas las hacen los buhoneros a los habitantes y
transeúntes habituales del sector. Y los comercios de las zonas donde están
instalados están pasando por lo mismo.

Y digamos algo más: Caracas es bella. Durante la cumbre de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), celebrada en Caracas en el año
2000, desocuparon a los buhoneros y limpiaron la ciudad, y se notó que la
capital es linda. ¡Qué lástima que los buhoneros la vuelven fea!
Debemos decir aquí que no estamos en contra del libre ejercicio de la
actividad económica o comercial de su preferencia, pero que debe hacerse en
condiciones de respeto a los espacios públicos colectivos, que nadie vaya a
apropiarse indebidamente de ellos. Que respeten a los otros ciudadanos, a
Usted y a mi. Si una persona no tiene local, entonces trabaje desde su
casa, como hacen miles de vendedores(-as) que venden por catálogo. Pero la
buhonería afea la ciudad, se apropia de los espacios que son de todos,
ensucia el ambiente, y además, es conocido que por medio de élla se vende
mercancía ilegal, robada y/o de contrabando, tampoco pagan los impuestos
debidos (o sea, quienes sí pagan los están subsidiando a ellos), amén de que
en las inmediaciones de las zonas donde abundan los buhoneros proliferan
carteristas, rateros, y mucho tipo de delincuentes.

Por último, amigo lector, si usted piensa volverse en un fuerte comerciante,
no se busque un local en una de las áreas predilectas por los buhoneros.

Trasládese a un centro comercial que, en su interior, uno pueda estar lejos
de ellos y más tranquilo. Es más seguro que así me consiga como su cliente.

Pongamos de nuestra parte

Es constante nuestra queja sobre los sistemas económicos, contra los
gobiernos, o simplemente «contra los demás». Se les culpa de males propios
y ajenos. Pero comencemos a hacer una reflexión: ¿nosotros, individual o
colectivamente no somos culpables de nada? ¿qué hacemos para que nuestra
posición personal sea distinta? Si nos autocalificamos como inocentes, será
porque ni servimos ni hacemos nada.

Nosotros solemos culpar, a veces, a quien no se debe por nuestros males
personales o sociales. Vayamos de lo «global» a lo internacional, y luego a
lo nacional y local.

A nivel global está de moda culpar a la globalización y a la libertad de
comercio por los males sociales y de muchas naciones. Pero da la casualidad
que nadie de esos críticos se ha sentado a explicarnos de qué manera me
perjudica la globalización y el libre comercio, o el neoliberalismo, o
cualquier otra cosa que se les ocurra. Otros nos dicen que son buenos la
globalización y el neoliberalismo, pero no siempre nos explican cómo sacarle
provecho en lo que a mí me interesa; por ejemplo, supongamos que tengo dos
hectáreas sembradas de cacao en el estado Sucre, entonces ¿quién está más a
mi favor, el manifestante antiglobalización o el defensor de la
globalización? Otro peligro es que se generaliza, porque no siempre lo que
es bueno para el país como todo es bueno para mí, o lo que es bueno para
ciertos países o sectores de un país no tiene porqué ser bueno para los
demás.

A nivel internacional, solemos escuchar que el hambre en los países del
tercer mundo, especialmente en África y Asia, son culpa de los países ricos.

Ahora, supongamos un fabricante de relojes suizo o un dueño de un hotel de
Miami: ¿qué culpa pueden tener ellos de que haya gente pasando hambre en
Somalia o Etiopía por culpa de las guerras internas, entre las etnias,
clanes y familias? De verdad que me cuesta ver la relación de posible
culpabilidad del suizo o del miamero con el hambre de un «africano».

Pasemos a nivel nacional. Muchos echan la culpa a los gobiernos de que la
situación está mala, pero ¿qué han hecho ellos para que se revierta, además
de criticar? Inclusive, muchas veces las salidas que se plantean han sido
peores que las enfermedades que pretendían resolver. Que sepamos, no está
prohibido trabajar libremente en Venezuela (salvo que uno quiera dedicarse a
actividades sucias, como narcotráfico, extorsión y secuestro), por lo que no
debe ser problema el poner nuestra imaginación a pensar y buscar la
iniciativa provada para progresar. Por supuesto, debemos deslastrarnos de
algunos paradigmas y modelos preconcebidos que nos frenan nuestra capacidad
de posible inversión. Por ejemplo, hay «constructores» que no saben hacer
ni siquiera una pared si no es para el gobierno, y «empresarios» que gastan
todos sus esfuerzos y recursos buscando negocios con el gobierno o cambiar
toda la estructura legal del país para invertir en actividades reservadas al
Estado (como el petróleo); mientras esa oportunidad llega, (si es que algún
día llega) tal vez dentro de 20 años, no invierten substancialmente en nada
más, porque están mentalmente tan preparados y preparándose para manejar un
posible gran negocio petrolero (la misma probabilidad de ganar el kino) que
no pueden gerenciar eficazmente ni siquiera un kiosco o una arepera. Por
supuesto que para ellos la situación siempre será dura, pero tampoco ponen
de su parte. Si en vez de prepararse para dirigir una posible inversión de
mil millones de dólares en petróleo, tomaran apenas cinco millones de
dólares y pusieran una gran fábrica de pantaletas estarían haciendo algo
útil no solamente por la patria, sino por sí mismos, y ellos estarían mejor.

A nivel local, es injusto que culpemos a otros niveles de gobierno por
nuestras fallas. Si el servicio del aseo urbano funciona ineficientemente,
ello no es culpa del Presidente de la República ni del gobierno nacional, ni
del BCV, ni del gobernador: debemos mirar a nuestras autoridades
municipales. Todos los años vemos por TV que decenas de quebradas se tapan
por la basura que los vecinos lanzan a éllas. Poner de nuestra parte es no
botar basuras ni objetos que represen el agua, ni que contaminen el
ambiente. Poner de nuestra parte también es no ocasionar ruidos ni
situaciones molestas a nuestros vecinos.

Poner de nuestra parte, a nivel social, significa que debemos contenernos y
no ser incivilizados ni salvajes. Debemos aplicar el principio cristiano de
«no hagas a otros lo que no te gusta que te hicieran a ti», una de las
normas básicas para la mejor convivencia social.

¡Qué si hay pobres! ¿Y qué están haciendo para salir de la pobreza? ¿Están
poniendo de su parte? ¿Estamos embochinchados! ¿Estamos poniendo de
nuestra parte?
Poner de nuestra parte no significa que abusemos, porque yo no puedo
«mejorar» mi situación robando al vecino, ni invadiendo un terreno u otra
propiedad (lo cual también es un robo, aunque sea pública o privada). «Es
bueno el cilantro, pero no tanto», diría el expresidente Luis Herrera
Campíns.

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