Economía

El día que el banco central se volvió autónomo

(AIPE)- Uno de los cambios más silenciosos y efectivos del 2 de julio del año 2000 fue que el Banco de México se volvió de veras autónomo, para beneficio de todos los mexicanos.

El presidente Ernesto Zedillo había propuesto a “su” secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz, como gobernador del Banco de México. Para nadie es un secreto que el senado, con mayoría del PRI y dócil a los deseos del entonces primer priísta del país, accedió sin chistar.

Para nadie debería ser un secreto que el banco central, autónomo en la letra, no fue efectivamente autónomo hasta que el gobernador del banco central se encontró, la mañana del 3 de julio de 2000, con tres hechos insólitos en México:

1. No le debía su puesto al presidente electo.

2. El presidente electo no le debía su puesto al presidente que terminaba su mandato y
3. El gobernador del banco central podía dedicarse, sin siquiera consultar al nuevo presidente, a cumplir con su tarea, la de preservar el poder adquisitivo de la moneda.

En el período de julio a diciembre del año 2000, las relaciones entre el banco central y la Secretaría de Hacienda se caracterizaron por las tensiones y las discrepancias.

Tan entendió rápido y bien su nuevo papel el gobernador del banco que empezó a reprochar la laxitud fiscal de la Secretaría de Hacienda y advirtió que el Banco de México debería endurecer la política monetaria -dada la proclividad del fisco a soltar el gasto-, para evitar un revés en materia de inflación.

Poco después, el banco central dio a conocer oficialmente que adoptaría una política de metas de inflación -similar a la que tan buenos resultados dio en Nueva Zelanda- y por primera vez vimos que era el gobierno federal (léase Secretaría de Hacienda) quien ajustaba sus presupuestos a las metas de inflación del banco central y no a la inversa. ¿Acaso ya todo mundo olvidó que la meta de inflación cada año se dictaba antes desde el palacio presidencial de Los Pinos?

Las consecuencias de este cambio silencioso son, tal vez, el activo más sólido del que puede presumir el gobierno de Vicente Fox: la inflación ha bajado en serio, el poder adquisitivo por fin se recupera, las tasas de interés descienden (no por decreto, sino por el descenso de la inflación) y resurge el crédito para bienes duraderos, con tasas fijas.

La afortunada combinación de un secretario de Hacienda, convencido férreo de la necesidad de finanzas públicas sanas -no deficitarias-, con un banco central que, por fin, es autónomo de hecho y de derecho, ha logrado estos resultados.

Por supuesto, éste entorno de estabilidad no es suficiente y podría resultar precario si no se hacen las reformas estructurales que demanda a gritos México (fiscal, laboral, presupuestaria, educativa, energética, entre varias más); ese entorno está en riesgo, sobre todo, por las continuas peticiones de los políticos y funcionarios de todos los partidos que quisieran devorarse el futuro, mediante un gasto público deficitario.

Ojalá que el presidente Fox siga desoyendo esos cantos de sirenas.©

* Analista político mexicano.

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