Economía

El euro: ¿por qué seguimos aquí?

Si Ud. pregunta por ahí cuál es el origen de la crisis del euro encontrará diversas respuestas, con un elemento común. La mayoría tiene algún reproche que hacerle a las economías que hoy tienen más problemas: no han sido muy disciplinados desde el punto de vista fiscal, han incurrido en unos niveles de deuda que, tras la recesión de los últimos años, resultan insostenibles; o no son lo suficientemente productivos.

Una tendencia más reciente apunta hacia una causa distinta, acaso relacionada con la naturaleza misma de la zona euro y no tanto con los países en crisis: La expansión de la Unión Europea (UE) hacia el centro y el Este de Europa.

A partir de mediados de los años noventa, al grupo original de quince países que conformaban la UE se fueron incorporando de forma gradual «nuevos socios»: Bulgaria, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, República Checa y Rumania. A raíz de esa expansión, un conjunto de economías de las quince «originales» comenzaron a ver alterado su patrón de comercio: exportaban cada vez menos bienes de alto contenido tecnológico, y cada vez más bienes de bajo contenido tecnológico. La especialización que habían desarrollado empezó a cambiar gradualmente de patrón. ¿Quienes estaban detrás de ese cambio? Las multinacionales.

A mediados de los años noventa, las multinacionales más grandes de Europa empezaron a movilizar sus facilidades de producción hacia el Este. La adición de los nuevos socios no ocasionó una mayor creación de inversión, sino más bien un desplazamiento, un reacomodo. ¿Cuáles fueron los cuatro países que entre 1993-2003 experimentaron mayor cambio de patrón de comercio (de alto contenido tecnológico a bajo)? Italia, España, Grecia y Portugal. ¿Cuáles fueron los países en donde los flujos de inversión directa experimentaron mayor reversión, pasando de áreas de alto contenido tecnológico a bajo? Italia, España, Grecia y Portugal.

A partir de entonces, las balanzas de pagos de estos países, que empezaron a perder exportaciones de alto valor agregado e inversión directa, se empezaron a deteriorar. En su momento, este deterioro parecía una mera transición (el Este no crecería siempre a esas tasas, los salarios eventualmente se equilibrarían). La crisis de 2007 consigue a este conjunto de economías de la vieja Europa en una posición muy débil. A eso habría que agregarle que españoles, griegos y portugueses son de los menos propensos a emigrar a otros países de la UE.

Es decir, coexiste la libre movilidad laboral con importantes diferencias de salario (y desempleo). La crisis de 2007 resaltó que la Unión Monetaria no era suficiente, y generó un movimiento inicial a favor de instituciones que centralicen la política fiscal. Unos años de recesión han puesto el foco sobre la legislación laboral: aunque urge en algunos países, en la situación actual no hay ningún gobierno capaz de acometerla por sí solo, sin exponerse a un grado crítico de inestabilidad política y social.

Falta ver si los ciudadanos de los países en problemas digieren mejor esa reforma si la promueven desde Frankfurt, o si más bien no empiezan a formar masa crítica quienes se preguntan: ¿por qué seguimos aquí?

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