Economía

El síndrome del poeta

(%=Image(1895176,»L»)%) Buenos Aires (AIPE)- Hay personas que tienen una genuina preocupación por la condición de sus semejantes pero, simultáneamente, consideran que no es para ellos el estudiar temas de economía. De muy buena fe estiman que esos son asuntos pedestres, vulgares, con ruido a metálico y que no es para ellos detenerse en esas cuestiones ruines y de baja estofa. Nunca se cuestionaron el funcionamiento de la ley de oferta y demanda o el significado de la productividad marginal del trabajo. Piensan que esos menesteres no son para ellos y que están para cosas más elevadas. También los hay quienes simplemente no han tenido la oportunidad de profundizar en aquellos temas aun que se hayan desenvuelto en áreas afines, tales como el mundo de los negocios.

En otra ocasión bauticé como “el síndrome del poeta” a estas personas que no han buceado en temas de teoría económica pero, al mismo tiempo, cuando reiteradamente opinan sobre esas cuestiones insinúan dislates de tenor vario. Muchos son poetas propiamente dichos, otros son escritores, artistas, miembros de iglesias y otras gentes que también exteriorizan una sensibilidad muy especial.

Creo que en la mente de estas personas de buena voluntad están presentes varias ideas centrales. En primer lugar, rechazan que se actúe por interés personal, sin percibir que todos inexorablemente lo hacemos independientemente de los móviles y de las metas perseguidas. Estas pueden ser nobles o llenas de maldad, pero es casi perogrullesco sostener que cada uno está interesado en hacer lo que hace. El asunto estriba en establecer marcos institucionales que garanticen derechos de propiedad en un contexto competitivo y abierto.

De ese modo, no solo se permite que los recursos sean administrados por quienes son mas eficientes a criterio de los demás, sino que hace posible que cada persona que tenga una idea de hacer las cosas que considera son mejores para su prójimo la ejecute y compita para conocer la opinión y el veredicto de la gente.

Como queda dicho, en una sociedad abierta cualquiera que c
onjeture que puede prestar un mejor servicio ofreciéndolo de una manera distinta a la que se venía haciendo, puede ensayar su ideal. En la vida siempre esta presente el “trade off”: si se apunta a esto se debe renunciar a aquello. No es posible realizar todo al mismo tiempo. El tan cacareado “socialismo con rostro humano” insiste en que las tareas comerciales debieran realizarse de modo más personalizado, que no debería prescindirse de los servicios de quienes se consideran ineficientes y que el objetivo en la vida no debería consistir en incrementar activos.

La mayor personalización eventualmente puede acarrear menor eficiencia y, por ende, mayor pobreza para los más necesitados. Por otra parte, quienes no rinden son sustituidos por quienes prestan mayor atención a los objetivos de la empresa. Luego, el cuadro de resultados dirá si estaban o no en lo cierto al efecto de ratificar o rectificar su conducta si los titulares desean continuar en el negocio.

Comparto el hecho de que no es especialmente estimulante ni conmovedor que los humanos tengan por meta suprema la ilimitada voracidad por incrementar sus activos físicos sin prestar atención a sus características espirituales. Esto puede trasmitirse a través de la persuasión, pero nunca imponer a otros, puesto que ello constituiría una quiebra en la columna vertebral de la convivencia civilizada, cual es el respeto recíproco.

Hay un último punto que aparece en este síndrome del poeta y es la manía por la colectivización de la propiedad “para fortalecer valores humanos no egoístas”. En este caso se pasa por alto lo que muy ajustadamente se denomina “la tragedia de los comunes”: lo que es de todos no es de nadie. No se atienden debidamente las cosas si los respectivos frutos pueden ser arrebatados por otros. La naturaleza humana requiere incentivos que florecen cuando se permite que cada uno se ocupe de lo suyo, lo cual hace que para prosperar se deba servir a los semejantes en el mercado.

Las utopías fabricadas por ingenieros sociales desbordados por la soberbia y la arrogancia pretenden rediseñar la naturaleza para introducir un “hombre nuevo”, siempre se basan en la fuerza y en la prepotencia degradante porque “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

La miseria que conmueve a todos los espíritus nobles es consecuencia de regímenes de planificación autoritaria que mantiene clausurada la formidable olla de energía creadora que produce la libertad y la responsabilidad individual, en un contexto de preservación de los derechos de cada uno y en ausencia de privilegios otorgados a pseudoempresarios que explotan a sus congéneres a través de negocios efectuados en los despachos oficiales, en lugar de competir y ganarse honestamente el favor del prójimo.

* Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias en Argentina.

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