Economía

El triste y merecido destino de Mandíbulas

Mi hijo de tres años, como cualquiera de su edad, es un aficionado a las comiquitas. Yo, en ocasiones, cuando la ineludible carga de lo cotidiano me lo permite, suelo sentarme con él y compartir la experiencia de disfrutar una también.

El pasado Domingo, luego de un día de arduo trabajo (porque sí, la crisis lo obliga a uno también los Domingos), decidí sentarme con él y ver «Hormiguitaz». La película tenía ya un rato de haber comenzado, así que la descripción de los personajes que haré es incompleta y más o menos subjetiva.

La misma trata sobre la vida de una comunidad de hormigas, algo rígida y estratificada, conformada por obreras y soldados, y bajo el gobierno de una Reina y un cuerpo de Generales. Al parecer, la vida en la comunidad está regida por las costumbres y el respeto al orden establecido. Cada quien tiene su rol bien definido, siempre en beneficio del colectivo y en perjuicio del ámbito individual. Es más, ser una buena hormiga, en términos de la moral establecida por la costumbre, significa en realidad ser sumiso y carecer de iniciativa, estar siempre dispuesto a respetar el orden impuesto por la autoridad, por «el supremo interes general».

Como custodio de ese orden, de esa moral colectivista y anodina, existe en la película un personaje siniestro, un general populista y manipulador llamado Mandíbulas. El representa lo «políticamente correcto», el «status quo» siempre opuesto al cambio, a la iniciativa creadora, a la libertad individual como valor supremo. Mandíbulas cree firmemente que su deber en la vida es rescatar la pureza de la comunidad, la verdadera esencia de ser hormiga. Todo rastro de individualismo, todo acto de disidencia, toda manifestación de creatividad o iniciativa propia, es para él una amenaza, un gran peligro para el orden social, para la paz y para la estabilidad. Por ello desarrolla un plan, un diabólico plan destructor, con el cual pretende limpiar la raza de las hormigas, purificarla de esa terrible enfermedad que es para él el individuo con ideas propias. Mandíbulas quiere acabar con toda la comunidad, dejar sólo aquellos que cual esclavos, se someten irrestrictamente a sus designios, a su ética.

Opuesto a Mandíbulas, la película nos presenta dos personajes: la Princesa y Z. La Princesa es una hormiguita de gran corazón y nobleza, algo rebelde y de gran voluntad. Z es el proto heroe; individualista, siempre lo cuestiona todo, siempre anda en busca de una respuesta a las cosas, nunca está satisfecho con la respuesta oficial. Z es un innovador, ese tipo de individuos que suele ser peligroso y letal para toda forma de autoridad y poder establecidos; es un insatisfecho, un irreverente. Me fue imposible no identificarme con este personaje. Para mí, esas son las cualidades que han hecho de nuestra especie lo que es, que nos han llevado a la Luna y disperso por todo el planeta. Son a veces fuente de nuestras mayores desgracias, pero la mayoría del tiempo lo son de nuestras mejores dichas y de nuestro progreso como colectivo.

Por supuesto, al final, casi al borde de la extinción, Z y la Princesa logran vencer a Mandíbulas; logran rescatar a su comunidad, para enseñarle así a todos el poder invencible del individuo cuando libre y conscientemente accede a cooperar con sus congéneres en beneficio de todos.

No creo que Antonio, mi hijo de tres años, entendiera el mensaje un poco maniqueo de la película. Para él sólo eran dibujos parlanchines de buenos y malos. Sé que se alegro de que el bien ganara sobre el mal, aún sin saber qué es el bien, ni por qué debe ganarle al mal. Tampoco quise añadir nada de mi parte, para no perturbar su inocencia y su pureza infantiles, con mis propias preocupaciones y motivaciones de adulto. No obstante, al final me quedó una gran desazón, sentí terror.

Me imaginé el país donde le tocaría vivir a mi hijo; me imaginé uno gobernado por un Mandíbulas, por un desquiciado que odia al individualismo y adora a un dictador enajenado de una remota isla caribeña. Me imaginé a mi Antonio obligado a obedecer, sometido a las oscuras intenciones y designios de una clase política formado por dislates y oportunistas. Me lo imaginé como a Z, al borde de la muerte, amenazado por una vida gris de siervo o de esclavo, sometido a un «interes general» hipócrita y manipulado. Les confieso algo, tuve terror y aún lo tengo. Desde entonces, he querido convencerme yo mismo, de que todo lo que imaginé tendrá el mismo final feliz de la película, de que mi hijo podrá ser él mismo y no lo que otros decidan, y de que Mandíbulas terminará nuevamente aplastado por sus propias ambiciones.

Ojalá así sea.

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