Economía

Juventud, migración, desempleo e inflación

Yo inicié mis estudios universitarios en la segunda mitad de la década de
1980, cuando ya habían pasado el boom petrolero y el «ta’barato, dame dos».

Eran días difíciles, pero un paraíso comparado con lo que vino después.

Los jóvenes teníamos muchas esperanzas y ambiciones para cuando nos
graduáramos: unos querían conquistar el mundo, otros querían conseguir un empleo
sólido y estable que les permitiera pasar con seguridad y comodidad el resto de
sus días y construir una familia como Dios manda, otros simplemente resumían
con la frase «quiero ganar rial», y demás planes de ese estilo.

Mientras estaba en el primer semestre se inició el primer derrumbe de los
precios petroleros, y el gobierno dijo que teníamos que ajustarnos los
cinturones, pero que sería temporal; hubo otra recaída en 1988, y en 1989
la crisis política que se mantiene hasta hoy comenzó con todos los hierros
después que un expresidente insistiera en regresar al gobierno con todos
los problemas que ello significaba, mientras que al principal partido de
oposición su principal fundador se empeñaba en destruir por haberle
impedido aspirar a la reelección. Desde entonces la mayoría de los políticos han
puesto el máximo de sus empeños en acabar con la economía nacional, pero
todavía hasta hoy la situación de 1989 es envidiable con lo que tenemos.

Ya graduados

Después nos graduamos aquel grupo (junto a otros que comenzaron a estudiar
hasta 10 años antes que nosotros) y de vez en cuando se encuentra uno con
sus excompañeros y hablamos de muchas cosas, y por supuesto, nunca faltan
los momentos nostálgicos, las frustraciones o discusiones como las que van
en estas líneas.

Los temas tratadas en nuestras conversaciones actuales se refieren a:
cuando yo trabajaba, cuando estudiábamos, mi actual desempleo, lo que tengo
que vender para subsistir, me puse a estudiar otra cosa para ver, las veces
que hice de taxista, las medias que traigo de Colombia, las colonias que
traigo de Curazao o la mercancía de Panamá, cómo fulanito se fue del país a
tiempo y está mejor que nosotros, las acrobacias que debo hacer para no
perder el empleíto que tengo, cómo cuando estudiábamos con todas las
carencias que pensábamos que sufríamos vivíamos mejor que ahora graduados,
como nos siguen manteniendo nuestros padres, que si no me he casado porque
no tengo recursos, y la crisis económica que están sufriendo nuestros
padres.

Tal vez si hubiéramos sabido todo lo que nos iba a venir, hubiéramos puesto
más empeño en bachillerato en Educación Física, a jugar pelota en vez de
prepararnos para los exámenes, y probablemente ahora estaríamos jugando
béisbol (aunque sea en la clase A) ganando más dinero que un profesional
universitario.

Por cierto, aprovechamos aquí a todos los que no sean de las clases
sociales muy altas que disuadan a sus hijos de estudiar en la universidad porque van a perder el tiempo y el esfuerzo, y más bien los pongan a practicar béisbol
(a los varones) o a hacer cursos de repostería y corte y costura (para las
hembras). Si quieren que dirijan el rumbo económico del país en el futuro,
díganles que estudien ingeniería o ingresen a la academia militar, y que se
olviden de estudiar economía (después de todo, la mayoría de los miles de
economistas están desempleados o trabajando en cosas que no tienen nada que
ver con su carrera). Si les gusta que su hijo sepa mucho de números,
entonces que estudie letras, arte o psicología. Si lo desean periodista,
puede estudiar economía, y si lo quieren dirigiendo la diplomacia, puede
ser bachiller con ejercicio empírico del periodismo. En cambio, si lo desean
gerente de un banco, puede ser internacionalista o maestra de preescolar.

Si quieren que su hijo sea un gran político y conduzca los destinos del
país no piensen mucho: con cuarto grado es suficiente.

Para aquellos que tienen las posibilidades, mándenlos fuera del país, si es posible desde que están en bachillerato. Si en Estados Unidos no les dan
la visa, no se preocupen: hasta si sólo la consiguen en Haití, agárrenla
también.

De país de inmigrantes a país de emigrantes

Desde la época de la emigración a oriente que se produjo en Caracas cuando
Boves la amenazaba, aquí en Venezuela no ha habido una vocación emigrante
sino inmigrante. Yo mismo soy hijo de inmigrantes. Hace unos 20 años, por
ejemplo, aquí uno podía conseguir gente recién llegando de cualquier rincón
del planeta, hasta de países desarrollados y más ricos que el nuestro.

Ahora la balanza se ha volteado: hay venezolanos en todo el mundo, y la
mayoría de ellos no son inmigrantes ni sus hijos, y tampoco corruptos
prófugos, sino criollitos bastante honestos, hijos, nietos y bisnietos de
venezolanos, y con sangre indígena en sus venas. Es más, parece que los
hijos de inmigrantes somos los únicos empeñados en permanecer aquí, porque
si ya nuestros padres tuvieron que experimentar una readaptación cultural,
que dos generaciones seguidas experimenten lo mismo es demasiado.

Inflación, depresión y desempleo

Bueno, ¿y que tienen que ver tantas lamentaciones con la economía? Pues
veamos y saquemos una cuenta. En 1998 la economía retrocedió, mientras que
la población total subió. La caída económica global fue de más del 7% en
1999 (más del 10% en el sector privado), y la población también creció. O
sea, el ingreso per cápita cayó más del 10% (a grosso modo) en dos años, lo
cual equivale a que el 10% de la población y de la producción dejó de
existir en dos años, o sea, un estado grande como Carabobo, Aragua o Zulia,
o sea, imaginemos que tuvimos un ataque atómico que nos destruyó por
completo a alguno de esos estados y el resto del país se mantuvo
funcionando idénticamente igual, o sea … (el resto se lo dejo a ustedes).

Durante ese tiempo se ha puesto el énfasis en reordenar la economía y
acabar con la inflación, y tantos intentos han acabado con el país. Me gustaría preguntarle a los pilotos (aviadores) si sólo pueden controlar sus
aeronaves cuando todas las condiciones están perfectas; si así fuere, entonces vamos a botarlos y buscar a otros que puedan manejar y salir exitosamente de las
turbulencias aéreas.

Y eso es lo que hemos tenido en la economía: primero buscar el equilibrio
para volver a crecer. Pero cada plan de ajustes empobrece más a la
economía (haciendo caso omiso de las perturbaciones legales, políticas e institucionales) y no podemos seguir igual.

Ya hemos experimentado un montón de planes antiinflacionarios que nos han
dejado un país desmonetizado, con un sistema financiero enano, sin
industrias, sin empleo, sin comercio formal, o sea, en la carraplana.

Por eso, propongo que terminemos de una vez por todas con los planes
antiinflacionarios, y que solamente sean retomados cuando el desempleo y el
subempleo se hayan reducido lo suficiente, digamos, al 6% y 30%
respectivamente. Y por favor, no endeuden más al país, porque los jóvenes
estamos pagando una deuda que se contrajo cuando éramos casi bebés, y ni
siquiera teníamos consciencia de lo que pasaba más allá de nuestros padres,
hermanitos, las maestras y el kínder.

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