Economía

La democracia como valor universal

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La universalización de la Democracia

En el verano de 1997, uno de los diarios líderes del Japón me preguntó cual sería el «desarrollo» más significativo del Siglo XX. Ciertamente se trata de una pregunta poco usual aunque provocadora, ya que muchas cosas realmente importantes han ocurrido en los últimos cien años. Los imperios europeos, especialmente el británico y el francés que dominaron el siglo XIX, llegaron a su fin. Presenciamos dos guerras mundiales. Vimos el auge y la caída del fascismo y el nazismo. La centuria fue testigo del nacimiento del comunismo, y de su caída (como en el antiguo bloque soviético) o su transformación radical (como en China).

El auge de la democracia

Sin embargo, entre la gran variedad de desarrollos que ocurrieron en el siglo veinte, no tuve, en definitiva, ninguna dificultad en escoger un desarrollo específico como el prominente del período: el auge de la democracia. Ello no niega la importancia de otros procesos, pero mantengo que en un futuro distante, cuando la gente mire hacia atrás a lo que ocurrió en el siglo veinte, no tendrán dificultad en otorgar la primacía a la emergencia de la democracia como la forma más aceptable de gobernabilidad.

La idea de democracia se originó, evidentemente, en la antigua Grecia, hace más de dos milenios. Esfuerzos parciales de democratización existieron en otros lugares, incluyendo la India. Pero fue realmente en la antigua Grecia donde la idea de la democracia tomó forma y fue seriamente puesta en práctica (aunque en forma limitada), antes de que colapsara y fuese remplazada por formas de gobierno más autoritarias y asimétricas.

Después a la democracia, como la conocemos hoy, le tomó un largo período emerger. Su gradual –y finalmente triunfante– implantación como sistema efectivo de gobierno fue impulsada por muchos desarrollos, desde la firma de la Carta Magna en 1215, las Revoluciones francesas y americanas en el siglo XVIII, a su ampliación en Europa y América en el siglo XIX. Sin embargo, fue en el siglo XX cuando la idea de la democracia se estableció como la forma «normal» de gobierno a la cual cualquier nación tiene derecho – sea en Europa, América, Asia o África.

A través del siglo diecinueve, los teóricos de la democracia encontraban natural discutir si uno u otro país estaba «preparado para la democracia». Este pensamiento cambió en el siglo veinte, con el reconocimiento de que la pregunta en sí misma era equivocada: Un país no tiene que juzgarse apto para la democracia, se hace apto a través de la democracia. Esto en verdad es un cambio transcendental, extendiendo el alcance potencial de la democracia para abarcar miles de millones de personas, con diferentes historias, culturas y niveles de afluencia.

Democracia y desarrollo económico

La hipótesis Lee

A menudo se argumenta que los sistemas no-democráticos son mejores para obtener el desarrollo económico. Esta creencia se la conoce como «la hipótesis Lee», debido a la defensa de la misma que hizo (%=Link(«http://www.who2.com/leekuanyew.html»,»Lee Kuan Yew»)%), el líder y antiguo presidente de Singapur. Ciertamente tenía razón en que ciertos estados autoritarios (como Corea del Sur, su propia Singapur, y la China post-reforma) tuvieron tasas de crecimiento más altas que muchos estados menos autoritarios (incluyendo la India, Jamaica y Costa Rica). Sin embargo, la «hipótesis Lee» está basada en un empirismo esporádico, apoyado en una información selectiva y limitada, más que una comprobación estadística general basada en el amplio campo de la información disponible. Una relación general como la postulada por esta hipótesis no se puede establecer sobre la base de una evidencia muy selectiva. Por ejemplo, realmente no podemos tomar el alto crecimiento de Singapur o China como una «prueba definitiva» que el autoritarismo promueve más el crecimiento, como tampoco podemos sacar la conclusión opuesta del hecho que Bostwana, el país con el mejor comportamiento económico de África, más aún, con una de las mejores tasas de crecimiento económico del mundo; ha sido un oasis de democracia en este continente a lo largo de décadas. Necesitamos estudios empíricos más sistemáticos para evaluar las diferentes posturas.

No existe una relación positiva entre autoritarismo y crecimiento

De hecho, no existe evidencia general que indique que el autoritarismo y la supresión de los derechos políticos y civiles son beneficiosos para el desarrollo económico. Los análisis estadísticos no permiten realizar esta inducción. Estudios empíricos sistemáticos (por ejemplo, por (%=Link(«http://www.papers.nber.org/papers/w5957″,»R. Barro»)%) o por Adam Przeworski) no dan soporte a la tesis de que existe un conflicto genérico entre los derechos políticos y el desempeño económico. La dirección de la relación parece depender de otras circunstancias, y mientras algunos análisis estadísticos parecen indicar que existiría una relación negativa débil, otros señalan que existe una relación positiva fuerte. Sí todos los estudios comparativos se toman en conjunto, la hipótesis de que no existe una relación clara entre crecimiento económico y democracia en cualquiera de las dos direcciones parece extremadamente plausible. Dado que la democracia y la libertad política tienen importancia en sí mismas, el caso de su defensa permanece sin mácula.

El problema implica también un tema fundamental acerca de los métodos de la investigación económica. Debemos no sólo buscar conexiones o relaciones estadísticas, sino además escudriñar y examinar el proceso causal que subyace al crecimiento económico y al desarrollo.

Las razones del crecimiento en el Este Asiático

Las políticas económicas y circunstancias que condujeron al éxito económico de países del Este Asiático son actualmente razonablemente bien comprendidas. A pesar de que diferentes tipos de estudios colocan el énfasis en aspectos diversos, existe un consenso amplio acerca de la lista de cuáles son las «políticas» que promueven el crecimiento. Ellas incluyen la apertura a la competencia, el uso de los mercados internacionales, la provisión de incentivos públicos a la inversión y la exportación, un nivel elevado de alfabetismo y de escolaridad, reformas agrarias exitosas, y otras oportunidades sociales que amplían la participación en el proceso de expansión económica. No existe razón para suponer que ninguna de estas políticas es inconsistente con mayor democracia o que tendría que sustentarse en los elementos del autoritarismo que estuvieron presentes en los casos de Corea del Sur, Singapur, o aún hoy en China. Verdaderamente, existe una evidencia abrumadora que muestra que el elemento necesario para generar un crecimiento económico rápido es un clima económico amigable, más que un sistema político duro.

Las hambrunas

He discutido en otras ocasiones un hecho realmente destacable: En la terrible historia de las hambrunas mundiales, ninguna importante ha ocurrido jamás en un país independiente y democrático con una prensa relativamente libre. No se puede encontrar excepción a esta regla, sin importar a donde miremos: las recientes hambrunas de Etiopía o Somalia, o de otros regímenes dictatoriales como las hambrunas en la Unión Soviética en los años treinta, la hambruna de China entre 1958-61 con el fracaso de El Gran Salto Hacia Adelante; o aún antes, las hambrunas de Irlanda y de la India bajo gobiernos extranjeros. China, aunque económicamente lo estaba haciendo mejor en muchos aspectos que la India, se las arregló para tener una hambruna (a diferencia de la India), es más, la hambruna más grande en la historia del mundo: Aproximadamente 30 millones de personas murieron en la hambruna de 1958-61, mientras las desacertadas políticas del gobierno permanecieron sin corrección por tres años completos. Estas políticas permanecieron sin crítica debido a que no existían partidos de oposición en el Parlamento, ni prensa libre, ni elecciones multipartidistas. Fue precisamente esta falta de oposición lo que permitió que políticas profundamente defectuosas pudiesen continuar aún cuando estaban matando a millones cada año. Lo mismo se puede decir acerca de dos hambrunas contemporáneas, la de Corea del Norte y la de Sudán.

Las hambrunas son fáciles de prevenir si existe un esfuerzo serio para hacerlo, y un gobierno democrático enfrentando elecciones, críticas de los partidos de oposición y una prensa independiente, no puede dejar de realizar el esfuerzo. No es sorprendente que mientras la India experimentase hambrunas bajo el gobierno británico (la última, que presencie como niño, fue en 1943, cuatro años antes de la independencia), estas desaparecieron de repente con el establecimiento de la democracia multipartidista y la prensa libre.

Creo que aquí existe una lección. Muchos economistas tecnócratas recomiendan la utilización de incentivos económicos (que el sistema de mercado provee) mientras ignoran los incentivos políticos (que el sistema democrático garantiza). Esto es optar por conjunto de reglas profundamente desbalanceadas. El poder protectivo de la democracia puede que no se extrañe cuando el país es lo suficientemente afortunado en no enfrentar una calamidad, cuando todo marcha suavemente. Pero el peligro de la inseguridad, originado en cambios de las circunstancias económicas o de otra índole, o de errores de políticas no corregidas, puede acechar detrás de lo que luce como una situación saludable.

Falta de democracia y crisis en Asia

Los recientes problemas del Este y Sureste Asiático traen a colación, entre otras cosas, las penalidades del ejercicio no-democrático del poder. Esto es así en dos aspectos resaltantes. Primero, el desarrollo de las crisis financieras en algunas de estas economías (incluyendo Corea del Sur, Tailandia e Indonesia) estuvo estrechamente vinculado a la falta de transparencia de los negocios, en particular a la falta de participación pública en el análisis o revisión de los arreglos financieros. La ausencia de un foro democrático efectivo fue un aspecto central de esta falla. Segundo, una vez que la crisis financiera condujo a una recesión económica, la falta del poder protectivo de la democracia – no muy diferente al que impide hambrunas en los países democráticos – se hizo sentir con fuerza en Indonesia. Los afectados por la crisis no tuvieron la audiencia que requerían.

Las funciones de la democracia

Democracia y elecciones

¿Qué es exactamente la democracia? No debemos identificar la democracia con el gobierno de la mayoría. La democracia tiene exigencias complejas, las cuales ciertamente incluyen votar y el respeto por los resultados electorales, pero también requiere la protección de las libertades, respeto a las disposiciones legales, la garantía de la libre discusión y de difusión de información no censurada, así como de juicios apropiados. Aún las elecciones pueden ser profundamente defectuosas sí ellas se realizan sin que las diferentes opciones tengan una oportunidad adecuada para presentar sus opiniones, o sin que el electorado tenga la libertad para obtener información y comparar las opiniones de los distintos protagonistas. La democracia es un sistema exigente, y no sólo una condición mecánica (como el gobierno de la mayoría) tomada aisladamente.

Las virtudes de la democracia

Desde esta perspectiva, los méritos de la democracia y su reivindicación como valor universal se relaciona con virtudes específicas que acompañan su ejercicio pleno. Ciertamente podemos distinguir tres maneras como la democracia enriquece la vida de los ciudadanos. En primer lugar, la libertad política es parte de la libertad humana en general y ejercer los derechos civiles y políticos es un aspecto crucial de la vida de los individuos como entes sociales. La participación social y política tiene valores intrínsicos para la vida humana y el bienestar. Impedir la participación política de la comunidad es una pérdida gigantesca.

En segundo lugar, como he discutido (disputando la tesis de la contradicción entre democracia y desarrollo económico), la democracia tiene un importante valor instrumental en potenciar la audiencia que la gente obtiene al expresar sus demandas de atención política, incluyendo las necesidades económicas. Y tercero, la práctica de la democracia da a los ciudadanos una oportunidad de aprender los unos de los otros, y ayuda a la sociedad a conformar sus valores y prioridades. Aún la idea de «necesidades», incluyendo las «necesidades económicas», requiere una discusión pública e intercambio de información, puntos de vista y análisis. En este sentido, la democracia tiene una importancia constructiva, adicional a su valor intrínseco para la vida de los ciudadanos y su importancia instrumental para las decisiones políticas. La reivindicación de la democracia como valor universal tiene mucho que ver con este tipo de consideraciones.

La conceptualización – aún la comprensión – de cuáles son las necesidades, incluyendo las «necesidades económicas», requiere el ejercicio de los derechos políticos y civiles. Una comprensión adecuada de cuales son las necesidades económicas – su contenido y fuerza – requiere discusión e intercambio. Los derechos políticos y civiles, especialmente aquellos que garantizan una discusión abierta, debate, críticas y disentimiento; son aspectos centrales en el proceso de generar opciones informadas y sopesadas. Estos procesos son cruciales para la formación de valores y prioridades, y no podemos, en general, tomar las preferencias como elementos dados independientes de la discusión pública, esto es, ajenos a sí es permitido o no el debate.

La universalidad de los valores

Si el análisis anterior es correcto, la aspiración de la democracia a ser considerada como valiosa no reside en un mérito específico o particular. Existe una pluralidad de virtudes, señaladas anteriormente. A la luz de este diagnóstico, podemos afrontar la motivación de este ensayo, es decir la visión de la democracia como un valor universal.

Es claro que debemos comenzar con un aspecto metodológico. ¿Qué es un valor universal? Para que un valor sea universal, ¿debe tener el consentimiento de todos? Sí ello fuese necesario, entonces la categoría de los valores universales estaría vacía. No conozco ningún valor al cual alguien no haya alguna vez objetado. Argumentaré que el consentimiento universal no se requiere para que algo sea un valor universal, sino que la demanda de universalidad se desprende del hecho que la gente en cualquier lugar puede tener razones para considerarlo de valor.

Cuando Mahatma Gandhi reclamó el valor universal de la no-violencia, no argumentó que todos actuaban de acuerdo a este valor, sino que existían buenas razones para que ellos lo consideraran de valor. Entendido de esta manera, cualquier reclamo de que algo es un valor universal implica algún análisis contra-factual –en particular, si la gente puede ver algún valor en algo que no hayan hasta el momento considerado adecuadamente.

Argumentaré que esta presunción implícita está en la base del gigantesco cambio de actitud hacia la democracia que se ha dado en el siglo veinte. Al considerar la democracia para un país donde no existe y donde mucha gente no ha tenido la oportunidad de experimentarla, hoy se presume que la gente la aprobaría una vez que ella fuese parte de sus vidas. En el siglo diecinueve esta asunción típicamente no se hubiese hecho, pero la presunción para considerarla como algo natural cambio radicalmente en el siglo veinte.

Debe destacarse que este cambio, en buena medida, se desprende de la historia del siglo veinte. La democracia se ha expandido, sus partidarios han crecido, no han disminuido. Comenzando desde Europa y América, la democracia como sistema ha alcanzado lugares muy distantes, donde ha encontrado deseos de aceptación y participación. Es más, cuando una democracia ha sido derribada, ello ha provocado protestas generalizadas, aún sí estas han sido brutalmente reprimidas.

Democracia y pobreza

Algunos de los que argumentan contra el estatus de la democracia como valor universal no basan su argumento en la falta de unanimidad, sino en la presencia de contrastes. Estos a veces se refieren a la pobreza de algunas naciones. De acuerdo a este razonamiento, los pobres estarían interesados en el pan y no en la democracia, y tienen razón de estar interesados solamente en ello. Este repetido argumento es una falacia en dos niveles diferentes.

Primero, como se discutió anteriormente, el rol protectivo de la democracia puede ser particularmente importante para los pobres. Ello se aplica obviamente a las potenciales víctimas de una hambruna, que podrían morir de hambre. También a los expulsados de la escalera económica en las crisis financieras. Las personas con necesidades económicas también necesitan una voz política. La democracia no es un lujo que debe esperar por la llegada de la prosperidad general.

Segundo, existe muy poca evidencia de que la gente pobre, dada la posibilidad de elección, prefiera rechazar la democracia. Es por tanto de algún interés notar que cuando un gobierno Indio en los setenta intentó justificar la «emergencia» (y la supresión de diversas libertadas y derechos civiles) bajo un argumento similar, se realizó un proceso electoral que dividió el electorado alrededor de este tema. El electorado de la India, uno de los más pobres del mundo, rechazó firmemente la supresión de los derechos políticos y civiles.

Donde quiera que haya existido algo similar a una comprobación de la proposición según la cual los pobres no les preocupan los derechos políticos y civiles, la evidencia está contra esta tesis. Un punto similar se puede hacer sí se observa la lucha por los derechos democráticos en Corea del Sur, Tailandia, Bangla Desh, Pakistán, Burma, Indonesia y en toda Asía.

El argumento de las diferencias culturales

Los valores asiáticos

Existe también otro argumento en defensa de los contrastes regionales, no relacionado con las circunstancias económicas sino con las diferencias culturales. Quizás el más famoso de este tipo de argumento se relaciona con lo que ha sido llamado los «valores asiáticos». Se ha dicho que los asiáticos tradicionalmente valoran la disciplina y no la libertad política, y por tanto la actitud hacia la democracia de estos países es inevitablemente mucho más escéptica.

Es muy difícil encontrar alguna base real para este reclamo intelectual en la historia de las culturas asiáticas, especialmente observamos las tradiciones clásicas de la India, el Medio Oriente, Irán y otros lugares de Asia. Por ejemplo, uno de los primeros y más enfáticos pronunciamientos promoviendo la tolerancia del pluralismo y el deber del estado en la protección de las minorías se encuentra en las inscripciones del emperador de la India Ashoka en la tercera centuria antes de Cristo.

Asia es, desde luego, un área muy grande, la cual contiene el 60% de la población mundial, y las generalizaciones acerca de un conjunto tan amplio de personas no es fácil. Algunas veces los promotores de los «valores asiáticos» tienden a mirar hacia el Este de Asia como la región de su aplicación.

Aún el Este Asiático es en sí mismo muy diverso, con muchas variaciones no sólo entre Japón, China, Corea y otros países de la región, sino también dentro de cada país. Confucio es el autor estándar citado como intérprete de los valores asiáticos, pero el no es la única influencia en estos países (en Japón, China y Corea, por ejemplo, existen tradiciones Budistas muy viejas y expandidas, poderosas por más de un milenio y medio, y existen otras influencias, incluyendo una presencia considerable del Cristianismo). No existe un culto homogéneo del orden sobre la libertad en ninguna de estas culturas.

La interpretación monolítica de los valores asiáticos como hostiles a la democracia y a los derechos políticos no resiste un escrutinio crítico. No debería, supongo, ser muy crítico de la falta de conocimiento que se manifiesta en el soporte estas tesis, debido a los que las defienden no son en verdad estudiosos sino líderes políticos, a menudo voceros, oficiales o no, de gobiernos autoritarios. Es sin embargo interesante presenciar como mientras los académicos pueden ser poco prácticos en la arena política, los políticos prácticos pueden, a su vez, ser bastante imprácticos en temas académicos.

Autoritarismo en los clásicos occidentales

Por supuesto que no es difícil encontrar escritos autoritarios en las tradiciones asiáticas. Pero tampoco es difícil encontrarlas en los clásicos occidentales. Uno tiene sólo que reflexionar sobre los escritos de Platón o de Tomas de Aquino para comprender que la devoción a la disciplina no es un gusto especialmente asiático. Desechar la democracia como valor universal por la presencia de escritos asiáticos sobre la disciplina y el orden, sería similar a rechazar la admisión de la democracia como la forma natural de gobierno en Europa o América hoy en día sobre la base de los escritos de Platón o Tomas de Aquino, sin mencionar una literatura medieval importante en defensa de la Inquisición.

La diversidad es una de las características de la mayoría de las culturas del mundo. La civilización occidental no es una excepción. La práctica de la democracia que triunfó en el Occidente moderno es mucho el resultado de un consenso que emergió desde la Ilustración y la Revolución Industrial, y particularmente en el último siglo. Leer esto como un compromiso del Occidente – por más de un milenio – con la democracia, y contrastarlo con las tradiciones no-Occidentales (tratándolas cada una como monolíticas) sería un error grave. Esta tendencia a la sobre-simplificación puede observarse no sólo en los escritos de algunos voceros gubernamentales en Asia, sino también en algunos de los estudiosos occidentales más refinados.

Huntington

Como un ejemplo de los escritos de uno de los mayores estudiosos, cuyos trabajos, en muchos otros aspectos han sido realmente impresionantes, permítanme citar la tesis de Samuel Huntington relativa al choque de civilizaciones, donde la heterogeneidad dentro de cada cultura no tiene un reconocimiento adecuado. Su estudio llega a la conclusión que «un sentido de individualismo y de tradición de derechos y libertades» se puede encontrar en Occidente que es «único entre las sociedades civilizadas». Huntington también argumenta que «las características centrales de Occidente, aquellas que las distinguen de otras civilizaciones, son anteriores a la modernización de Occidente.». En su opinión, «El Occidente fue Occidente antes de ser moderno.». He mantenido que esta tesis no resiste el escrutinio histórico.

Por cada intento de un vocero de gobierno asiáticos en contrastar los «valores asiáticos» con los supuestamente occidentales, parece existir intentos de intelectuales occidentales de hacer un contraste similar, desde el otro lado. Pero aunque a cada tirón de Asia corresponda un empujón de Occidente, los dos juntos no pueden hacer mella a la consideración de la democracia como un valor universal.

A que se refiere el debate

He tratado de cubrir un número de temas relacionados con la consideración de la democracia como un valor universal. El valor de la democracia incluye su importancia intrínseca para la vida humana, su rol instrumental para generar incentivos políticos, y su función constructiva en la formación de valores (y en la comprensión de la fuerza y la posibilidad de las necesidades, derechos y deberes). Estos méritos no tienen carácter regional. Ni tampoco la defensa de la disciplina y el orden. La heterogeneidad de valores parece caracterizar la mayoría, quizás todas, las grandes culturas. El argumento cultural no impide, ni siquiera restringe en forma importante, las selecciones que podemos hacer hoy.

Estas selecciones tienen que ser hechas aquí y ahora, tomando en consideración los roles funcionales de la democracia, sobre los cuales la validez de la democracia para el mundo contemporáneo depende. He argumentado que son estos roles los que le dan fuerza a la democracia y que no tienen contingencia regional. La tesis de la democracia como valor universal se soporta, en última instancia, en esta fuerza. Este es el problema real a debatir. No se puede evadir por algún supuesto o imaginado tabú cultural o por asumir predisposiciones de las civilizaciones impuestas por nuestro distintos pasados.

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Amartya Sen nació en Santiniketan, India en 1933. Recibió su doctorado en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido en 1959, ha sido profesor en la India, en los Estados Unidos y en el Reino Unido. En 1998 dejó su cátedra en economía y filosofía que dictaba en la Universidad de Harvard para convertirse en profesor del Trinity College en Cambridge, (RU). Se hizo acreedor del premio Nobel en economía en el año 1998 por su contribución a la investigacion sobre los problemas fundamentales la economia del bienestar. Su contribución abarca aspectos relevantes que van desde los aximoas de la teoría de la selección social, sobre las definiciones de índices de pobreza y bienestar, hasta trabajos empíricos sobre hambrunas. Todo unido por su interés general sobre el problema de la distribución de ingresos y en paritcular sobre el efecto de éstos temas sobre los miembros más desposeidos de la sociedad.

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