Economía

La destrucción del capitalismo hunde al país en la miseria

Democracia y mercado, son dos componentes concomitantes del desarrollo capitalista, régimen socioeconómico moderno, competitivo y de mayor eficiencia como organización social para la mejora continua de la calidad de vida de la gente. Esa organización social descansa esencialmente en un amplio espectro de libertades individuales; de las cuales, la propiedad privada y los derechos de propiedad constituyen el núcleo del proceso de creación de riqueza y progreso tecnológico. Esos derechos humanos que determinan la relación de los hombres con el entorno y las cosas, se expresan más competitiva y eficientemente a través del mercado, una especie de arbitraje “barato” y “competitivo”.

Aquellas naciones que han conducido adecuadamente ese régimen de organización socioeconómica basado en el irrestricto y sacrosanto ejercicio de los derechos de propiedad, han progresado continuamente; sus pueblos han satisfecho en mayor grado sus necesidades básicas.

Es el caso de las naciones desarrolladas del norte de América, de Europa, Australia y New Zealand, a los que se agregan los países de Europa oriental que transitan a velocidad de regímenes precapitalistas, como el la barbarie socialista y comunista, al capitalismo; a los países del sudeste asiático incluyendo la China comunista, y que ingresan al grupo de naciones industrializadas emigrando de formaciones precapitalistas. De América Latina, Chile y México han calificado como naciones “normales” dispuestas a competir en ese mundo de sociedades cuya organización socioeconómica es inobjetablemente superior, a los modos precapitalistas que muchas naciones del área han “construido” en los últimos cien anos.

Por el contrario, en aquellos países donde se falla recurrentemente en garantizar esos derechos de propiedad y libertades individuales, en virtud de que las elites políticas, económicas y militares – corporaciones y grupos de interés- fallaron en crear instituciones adecuadas para la defensa de derechos y libertades individuales. En estas naciones no se ha tenido éxito para organizar un marco jurídico estable, predecible y confiable que “proteja” la capacidad de crear riqueza de la gente.

Estos países se han mantenido en estadios inferiores de desarrollo aunque en transito inestable y errático hacia el capitalismo con la presencia de estados y gobierno invasivos, cultivadores de pobreza, de estructuras redistributivas rentistas típicas de la barbarie precapitalista y de socialismos de diversa idiosincrasia de profundo arraigo religiosos – sociedades islámicas- existentes en África, Asia y en Latinoamérica, donde si bien el arraigo religioso no es esencial, diversos fundamentalismos ideológicos arrastran rezagos de la historia con sentido mesiánico. De estos, destaca Venezuela de manera grotesca, porque sus elites políticas han preferido las revoluciones y el control político y la deshumanización de derechos y libertades individuales.

En estos países, y particularmente en el nuestro, la organización social se asienta en una simbiosis de grupos de intereses corporativos políticos, económicos y militares y sobre una base de poca democracia y una precaria acción del mercado, han generado sociedades corporativas híbridas, donde el objetivo de cada corporación o grupo de interés es el control del Estado para la captura de renta fácil sin compensación, caldo de cultivo de la corrupción, de volátiles reglas de juego, de marcos jurídicos perversos, con la creación de enormes espacios de miseria recurrente, resultante de una endémica descomposición social de desprecio a la vida y escasa valoración de las libertades, con escaso arraigo de sentimiento democrático entre sus ciudadanos.

En estas sociedades, las elites en nombre de revoluciones políticas, justifican un mal diseño de políticas publicas, un reiterado proceso de debilidad de los derechos de propiedad llevado de la mano de normas, leyes, decretos y hasta de la violencia política y social; induciendo un intenso proceso de descapitalización, fenómeno que emerge en los últimos anos por el cierre y quiebra de empresas, acompañado con la perdida del espíritu e incentivo empresarial que caracterizan al capitalista, pequeño o grande, un individuo que sobre el riesgo de los negocios es capaz de crear mecanismos infinitos generadores de riqueza.

La revolución bolivariana es una patética muestra de esa realidad, reduciendo el incipiente modo capitalista moderno y a la insurgencia por diseño de políticas públicas de las economías precapitalistas mercantiles y economías de “bazares” y “beduinos”, eliminando modernas organizaciones industriales para sustituirlas por cooperativas y modelos autogestionarios cuya historia de fracasos es conocida.

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