Economía

La economía venezolana: sentencia de muerte al intervencionismo

(AIPE)- Lo dijo el mismo presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en una conferencia de prensa en Nigeria, luego de realizar una visita protocolar al presidente Obasanjo: si los precios del petróleo caen por debajo de los niveles actuales eso podría significar «una sentencia de muerte para países productores como Venezuela». A primera vista esta declaración parece una de las tantas exageraciones de Chávez, siempre dado a la hipérbole. Pero un análisis de la historia económica del país permite darle la razón, en parte, al verboso mandatario. Hay algo que está sentenciado a muerte en Venezuela, sin duda, pero no es el país en sí, por supuesto, sino el modelo económico que sigue desde hace tiempo la nación petrolera.

Venezuela aceleró su modernización durante las primeras décadas de este siglo gracias a unos ingresos públicos que se ampliaron enormemente luego de comenzar la explotación del petróleo. El país se urbanizó, se comunicó internamente y se crearon también amplios sistemas estatales de educación, seguridad social y salud. Coincidiendo con el gran aumento de los precios de ese producto que se produjo en los años 70, y también con la nacionalización total de la industria hecha en 1975, Venezuela sin embargo comenzó a estancarse. El estado había crecido llegando a proporciones gigantescas, ahogando así a la economía privada, y los ingresos del oro negro ya no alcanzaban para seguir impulsando el desarrollo nacional. No sólo por la ineficiencia indescriptible del sector público, no sólo por la tan publicitada corrupción, sino también, y esencialmente, porque el modelo neokeynesiano de crecimiento impulsado por el estado había llegado ya a su límite y comenzaba a mostrar su incapacidad total para continuar la vía del progreso.

De allí en adelante, desde 1983 para ser más precisos, comenzaron las crisis. Y, a pesar de que se hicieron algunos tímidos intentos para cambiar el modelo intervencionista, la política económica del país siguió en general siempre el mismo curso. La frustración y la repulsa a los viejos partidos llevaron, en 1993 y 1998, a los triunfos electorales de Rafael Caldera y de Hugo Chávez. Pero estos gobernantes, lejos de atreverse a cambiar, insistieron en la misma forma de gobernar el país: siempre confiando en el petróleo, siempre pensando que el estado sería el motor del desarrollo, negándose a abrir la economía y a adaptarla a los nuevos tiempos. Para quien acepte estas premisas la conclusión de Chávez resultará impecable: si el ingreso petrolero no alcanza… pues hay que hacer todo lo posible para elevar los precios del producto.

Chávez, confiando ciegamente en el estatismo económico que tanto mal ha hecho al país, es incapaz de recordar que varios gobiernos anteriores han caído también en la misma trampa. l sabe que tiene que reactivar la aletargada economía venezolana, pues de otro modo el desempleo y la inflación devorarán su capital político. Pero las recetas a las que apela son las mismas de siempre: proteccionismo, aumento del gasto público para «estimular» la actividad productiva, emisión de dinero inorgánico, privilegios a ciertos sectores que los planificadores consideran claves para procurar el desarrollo.

Todo esto se ha intentado hasta la saciedad en Venezuela y siempre ha fracasado. La verdadera receta del éxito, que es más sencilla de lo que él cree, pasa sin embargo por hacer lo impensable, lo que su tradición ideológica con todas fuerzas rechaza: privatizar de una vez el petróleo, reducir el sector estatal, dar un clima de continuidad institucional y de transparencia política para crear la confianza en el país que atraiga los capitales que hoy necesitamos, y que los propios venezolanos no vacilan -con innegable prudencia- en colocar en el exterior.

Hasta tanto Chávez, o quien le suceda en el gobierno, no se atreva a romper con el esquema que se sigue y realice un cambio de verdad revolucionario, el país continuará debatiéndose en una sucesión de crisis que profundizarán nuestro empobrecimiento. Sólo nos resta confiar en que la dura realidad que vivimos nos lleve, en no tan largo plazo, a realizar esta impostergable transformación. (c)

Corresponsal de la agencia de prensa
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