Economía

La función de la ganancia

(AIPE)- Mucha gente no entiende la función de la ganancia, la cual se suele tildar de inmerecida y hasta de maligna. Y por ello algunos se ufanan diciendo, con cierto aire de superioridad: “nuestra organización no tiene fines de lucro”. Lo primero que entonces debemos recordarles es que algunas de las peores organizaciones de la historia han sido sin fines de lucro: gobiernos dictatoriales, servicios postales y escuelas públicas.

Las ganancias no conforman una partida grande en las cuentas nacionales. En Estados Unidos, en el año 1999, las ganancias después de impuestos representaron el 6% del PIB, mientras que los salarios representaron el 60%. Pero las ganancias, lo mismo que los salarios, los intereses y los alquileres son parte vital de una economía sana.

Y, ¿qué son las ganancias? De manera simple, las ganancias son un precio, lo mismo que los salarios, los alquileres y los intereses son también precios. La ganancia es lo que le queda a los empresarios por desempeñar competentemente su papel de asumir riesgos, innovar y tomar decisiones. Así como los trabajadores no desempeñarían sus labores sin recibir un salario, los empresarios tampoco harán lo suyo sin percibir utilidades.

Las ganancias, al igual que los demás precios, encaminan los recursos de usos de bajo valor hacia usos de mayor valor.

Un empresario exitoso tiene que recibir ingresos no sólo para pagar los sueldos, alquileres e intereses, sino también para que le quede una utilidad. Para lograrlo, no sólo debe complacer a los consumidores sino que debe hacerlo dándole un uso eficiente a sus recursos. Si no cubre todos sus costos es indicación que está haciendo mal uso de los recursos y por ello los consumidores no aprecian tanto sus productos o servicios como a otros productos o servicios alternos.

Cuando una firma no puede obtener utilidades, desaparece. Eso entonces significa que sus recursos, trabajadores, edificios y capital van a estar a la disposición de otro que les dará un mejor uso. Claro que el gobierno puede echar a perder el proceso dándole subsidios al empresario ineficiente para mantenerlo indefinidamente haciendo mal uso de escasos recursos.

Usted, entonces, me dice: “Está bien, Williams, estoy de acuerdo cuando se trata de ganancias normales, pero ¿qué si las ganancias obtenidas son exageradas y obscenas?” Las grandes ganancias también juegan un papel importante porque son indicativas de que una necesidad humana no está siendo servida.

Por ejemplo, cuando el huracán Andrew hizo inmenso daño en la Florida, los precios de la madera se dispararon y el fiscal estatal amenazó en demandar a las empresas madereras por especular.

Los altos precios de la madera utilizada en la construcción estaban mandando un claro mensaje al resto de la economía. Digamos que las tablas requeridas tenían un precio de $10 antes del huracán y que después se vendían a $20. Ese potencial de ganancia enviaba una potente señal a las madereras que en lugar de enviar su producto a California lo mandaran a Florida. Como eso sucedió, el precio en el resto del país tendió al alza.

Desde un punto de vista social, esto es magnífico. Digamos que yo pensaba dedicarme el sábado a construirle una casa a mi perro y fui a comprar madera, pensando que iba a gastar unos $9. Cuando me encontré con que el precio había subido a $18, decidí posponer el proyecto. Eso quiere decir que en Florida, donde necesitaban más urgentemente las tablas, las consiguieron.

El mercado no habría funcionado si algún burócrata hubiera decidido imponer un precio máximo, de manera que no subiera el precio después del huracán. Entonces, además de sufrir un daño natural, la población de Florida hubiera sufrido un daño oficial. Los precios con libertad de fluctuar fomentan que la gente haga voluntariamente lo que socialmente conviene más. Mi perro se quedó sin casa por algún tiempo, pero en la Florida reconstruyeron las viviendas en tiempo récord.

El libre mercado debe ser alabado en vez de atacado por tantos charlatanes que terminan haciéndonos mucho daño.©

* Profesor de economía de la Universidad George Mason y presidente de la directiva de la Fundación Francisco Marroquín.

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