Economía

La imaginación económica

La posibilidad de que un candidato único de las fuerzas democráticas pueda obtener la Presidencia en las elecciones de 2012 y, en consecuencia, frenar el proyecto de estatización del país, reconducirla por el camino de la democracia, el respeto a la Constitución y la convivencia pacífica entre distintas ideologías, requerirá para su éxito de la puesta en marcha de un proyecto económico que supere tanto las distorsiones que condujeron a la crisis del modelo político del bipartidismo como la debacle generada por el proyecto estatista bolivariano.

El modelo debe concebirse con suficiente antelación y atender dos exigencias fundamentales. Salvar el inmediatismo en aras de una economía sustentable en el largo plazo para no incurrir de nuevo en el conocido esquema de «pan para hoy, hambre para mañana», de una parte, y de la otra, atender de inmediato las necesidades de los sectores más pobres del país que, para ese momento, estarán mucho más agobiados por la inflación, el desempleo y la carestía de bienes en el mercado.

Luego de la destrucción del ya previamente deficitario aparato productivo nacional, el incremento de nuestra dependencia alimentaria, el declive de la inversión extranjera y el engrosamiento de la carga burocrática del Estado, el gobierno que llegue tendrá que actuar con urgencia si quiere comenzar a sacar el país del pantano y terminar de ganarse la voluntad popular dando pruebas fehacientes de que el discurso de amor por los pobres y los excluidos del gobierno que se va era sólo eso, discurso, y no realización tangible.

De las tres décadas recientes, vividas desde 1983 en estado de crisis crónica, son muchas las lecciones a extraer. Porque lo peor que nos podría pasar es que las dimensiones del desastre del presente nos hagan olvidar las desventuras económicas y los fracasos rotundos de las dos últimas décadas del siglo XX que le abrieron las puertas al retorno del militarismo.

No hay que olvidar la zozobra del barco sin rumbo de Herrera Campins; la guasa irresponsable del país hipotecado de Lusinchi; el fallido intento de corrección llamado El Gran Viraje de Pérez II, con sangriento comienzo y patético final de presidente encarcelado, y, mucho menos, la pusilánime piscina de aserrín donde Caldera II congelaba el futuro hasta que el tsunami de 1998 vino a sacarnos del letargo.

Tres extremos han sido probados: el estatismo populista de Pérez I, el intento de pasar a un capitalismo competitivo sin mediaciones de papá Estado de Pérez II y la propuesta del socialismo el siglo XXI centrada en la eliminación del capital privado sustituido por un capitalismo de Estado para el control político de la sociedad.

Independientemente de las razones que lo expliquen, los tres han fracasado. Ninguno logró eliminar la pobreza, hacernos una sociedad más productiva, disminuir las groseras desigualdades sociales y generar empleo, desarrollo humano y bienestar para la población utilizando la riqueza petrolera.

El chavismo llegó en hombros del desencanto de los menos favorecidos ante un sistema que en vez de ciudadanos con derechos los fue convirtiendo en marginados, desde la perspectiva de sus derechos; excluidos de los beneficios del Estado y del mercado, y, en términos afectivos, huérfanos anónimos dejados a la deriva en alta mar.

El problema del futuro es, sin duda, político, pero sin imaginación económica que le encuentre salida a un país deformado por la renta petrolera, no habrá democracia que se sostenga.

No habrá sosiego mientras, por ejemplo (sólo un ejemplo; si pongo al presidente de Pdvsa, el asunto es peor), un médico gane en una consulta privada de diez o quince minutos lo mismo que una trabajadora doméstica recibe por entre treinta y cuarenta horas de cocina, limpieza o planchado. En una sociedad con estas diferencias siempre habrá una subjetividad adolorida dispuesta a escuchar a un caudillo, un mesías o un charlatán que le prometa la redención eterna.

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