Economía

La inmensa influencia del desastre llamado Keynes

Si excluimos a Carlos Marx, quien vivió en el siglo XIX, el economista más influyente en el siglo XX fue John Maynard Keynes. El pensamiento de Keynes no sólo tuvo la mayor influencia entre sus colegas, sino que inventó esa seudociencia llamada macroeconomía, logrando moldear el discurso político del siglo XX.

Aún hoy en día, el lenguaje keynesiano impregna todo discurso político y a la mayoría de las políticas gubernamentales, desde la llamada “creación de empleos” hasta las políticas monetarias. Según Keynes, el comportamiento caprichoso de los inversionistas crea problemas que sólo pueden ser remediados por las acciones “sabias” y “altruistas” de políticos y burócratas. La posibilidad que los inversionistas reaccionan a las políticas intervencionistas es algo que Keynes jamás percibió.

Keynes recomendaba que el gobierno gaste cuando la gente “ahorra” demasiado, sin tomar en cuenta que la gente ahorra más cuando teme el resultado de las políticas de gobiernos incompetentes y corruptos. Y si el sector privado no crea un número suficiente de puestos de trabajo, el gobierno lo debe hacer poniendo a la gente a hacer huecos y luego a taparlos, para así alcanzar la prosperidad.

En cuanto a imprimir billetes, que el banco central lo haga. Mayor inflación logra menor desempleo y de esa noción keynesiana surgió la imaginaria Curva de Phillips.

Muchas de estas torpes políticas, sin un ápice de sentido común, emergieron de la obra principal de Keynes, “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, publicado en 1936. Sus teorías se convirtieron en la “ciencia” sobre la cual se basan las políticas gubernamentales. Y aunque, felizmente, en las últimas dos décadas del siglo XX, las ideas de Keynes han sufrido gran desprestigio, todavía el pensamiento de muchos políticos y economistas sigue atrapado en los prejuicios creados por el vocabulario keynesiano.

Para ser justos, el mayor daño ha sido hecho por sus mediocres seguidores, varios de los cuales, como Paul Samuelson y James Tobin recibieron el Premio Nobel. Samuelson, por ejemplo, todavía en una edición de fines de los años 80 de su libro de texto, “Economía”, mantenía que el comunismo bien podía valer unos pocos gulags. Se han vendido más de cuatro millones de ejemplares de ese libro de texto (“Curso de economía moderna”, Editora Aguilar, Madrid), el cual ha sido traducido a 41 idiomas.

Privadamente, Keynes reconoció muchas de sus equivocaciones. En una conversación con Friedrich Hayek, éste le preguntó si no le preocupaba la manera como sus seguidores aplican sus ideas, a lo cual Keynes contestó: “¡Ah, son unos tontos!”

Ante las críticas recibidas, Keynes prometió revisar su obra principal, pero la Segunda Guerra Mundial se lo impidió. Keynes estuvo muy ocupado durante la guerra y escribió muy poco. Entre las últimas cosas que escribió, lo más conocido es “Cómo pagar por la guerra”, donde no hace uso de su estructura macroeconómica ni de su viejo lenguaje, sino que se trata de un análisis que hubiera podido ser hecho por Milton Friedman, Friedrich Hayek o Ayn Rand. Poco después, Keynes murió.

Sus seguidores siguen expandiendo el papel del gobierno y en los libros de Keynes consiguen respaldo para sus prejuicios. Parafraseando a Mark Twain, ellos utilizan la obra de Keynes de la misma manera como un borracho utiliza un poste de luz: para apoyarse más que para iluminación.

Esperemos que en el siglo XXI desaparezcan las teorías keynesianas y la que fue la más influyente doctrina económica del siglo XX, convirtiéndose más bien en un merecido blanco de sátiras y chistes.

Profesor de la Universidad McGill en Canadá y de Duxx en Monterrey, México.

Enviado por la Agencia de Prensa AIPE para Venezuela Analítica

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